Parece el director Mike Leigh luchar en todo momento por encontrar el equilibrio idóneo entre el biopic al uso del gusto de mayorías y el retrato de autor más personal y sutil. En este combate interno se mueve constantemente la película siendo probable que no acabe por satisfacer al 100% ni a unos ni a otros. Ni se centra en ahondar con profundidad en datos históricos y técnicos, ni es exclusivamente cotidiana y profusa en anécdotas, ni es un estudio psicológico demasiado profundo. Y sobre todo si no tienes ni idea del pintor y de los nombres particulares que rodean su cronología podrás sentirte bastante a oscuras por momentos.
Donde Leigh pone todas las fichas para salir vencedor es en el actor Timothy Spall, representado visceralmente como un animal tosco, enigmático, excéntrico y magnético al mismo tiempo. Coloca al genio en su más vulgar acepción, humanizándolo y creando una empatía inmediata incluso en sus momentos más bajos.