Nicolás Pereda ataca de nuevo, ahora codirigiendo con el editor danés Jacob Secher Schulsinger, responsable del montaje de la obra mayor Play: Juegos de Hoy (Ostlund, 2011). La película, presentada hace unos días en el Forum de Berlín 2013 es otro típico experimento de Pereda y el resultado es, también, típico. A veces fascinante, a veces irritante. Imposible que pase desapercibido. Su título, Matar Extraños (México-Dinamarca, 2013). Al inicio de este breve largometraje -apenas 63 minutos de duración- una leyenda nos informa que se realizó una serie de audiciones con varios actores no profesionales para que encarnaran "tres arquetipos de jóvenes revolucionarios". Al final de cuentas, las audiciones no dieron resultados y Pereda y su codirector danés terminaron contratando a tres actores profesiones muy ad-hoc para interpretar a estos soldados de inicios del siglo pasado: Tenoch Huerta, Harold Torres y el ubicuo e infaltable -tratándose del cine de Pereda- Gabino Rodríguez. Así, diez escenas de estos tres revolucionarios vagando por alguna árida zona del norte o del Bajío mexicanos -filmadas la mayoría en planos generales y/o alejados- son intercaladas por las susodichas audiciones en los que 14 actores no profesionales lo mismo cuentan la historia de Mi Pobre Angelito (Columbus, 1990), que recitan -en español- el "Revolution" de The Beatles, que nos dan la definición de revolución según Hannah Arendt o Fidel Castro, que recitan la letra del clásico popular mexicano "El Soldado de Levita", que dicen alguna línea del filme bressoniano Une Femme Douce (1969), que repiten ciertas reflexiones sobre lo que significa ser actor, escritas por Stanislavski ("Solo la actuación genuina puede absorber a un público por completo"). Estas dos líneas (no) narrativas -las sucesivas audiciones en el interior de alguna casa, las diez escenas revolucionarias en exteriores muy bien fotografiados- están complementadas por la interacción del actor Gabino Rodríguez con la bailarina Esthel Vogrig -en algún momento se echan unos tacos bastante picosos- y por una caprichosa escena en la que Gabino ve en varias ocasiones el celebérrimo vídeo de La Caída de Edgar ("¡Ya, güey!... !Pinche pendejo, güey!") mientras se carcajea cada vez más en la medida que lo vuelve a ver. Ya he escrito largo y tendido de la obra de Pereda y creo que Matar Extraños encaja a la perfección en el resto de la filmografía del cineasta chilango-canadiense -incluso hasta en el hecho de que estamos ante una película apoyada desde el extranjero; en este caso, por el Instituto Danés de Cine-, pero también creo que si bien esta cinta no es un retroceso para Pereda, sí es una suerte de estancamiento creativo. Hay momentos en los que desee que Pereda -y su codirector danés- se siguieran de largo con la historia de esos tres revolucionarios perdidos que empiezan a desconfiar unos de otros. Pero, por supuesto, si hay algo en lo que ha sido fiel y consecuente Pereda en toda su carrera es a su rechazo a todo tipo de narrativa convencional, por lo que es lógico que no haya cedido a esa tentación -si es que alguna vez la tuvo. Por lo demás, los segmentos de las susodichas audiciones podrían haberse presentado, por sí mismas, como piezas de videoarte en alguna exposición (¿Blockbuster, por ejemplo?). Al final de cuentas, Matar Extraños se queda en medio: entre el asomo de una narración fílmica mas tradicional y la rutina del videoarte o el "cine de arte" que, como ya ha escrito David Bordwell, tiene también sus propias convenciones muy regurgitadas.
Nicolás Pereda ataca de nuevo, ahora codirigiendo con el editor danés Jacob Secher Schulsinger, responsable del montaje de la obra mayor Play: Juegos de Hoy (Ostlund, 2011). La película, presentada hace unos días en el Forum de Berlín 2013 es otro típico experimento de Pereda y el resultado es, también, típico. A veces fascinante, a veces irritante. Imposible que pase desapercibido. Su título, Matar Extraños (México-Dinamarca, 2013). Al inicio de este breve largometraje -apenas 63 minutos de duración- una leyenda nos informa que se realizó una serie de audiciones con varios actores no profesionales para que encarnaran "tres arquetipos de jóvenes revolucionarios". Al final de cuentas, las audiciones no dieron resultados y Pereda y su codirector danés terminaron contratando a tres actores profesiones muy ad-hoc para interpretar a estos soldados de inicios del siglo pasado: Tenoch Huerta, Harold Torres y el ubicuo e infaltable -tratándose del cine de Pereda- Gabino Rodríguez. Así, diez escenas de estos tres revolucionarios vagando por alguna árida zona del norte o del Bajío mexicanos -filmadas la mayoría en planos generales y/o alejados- son intercaladas por las susodichas audiciones en los que 14 actores no profesionales lo mismo cuentan la historia de Mi Pobre Angelito (Columbus, 1990), que recitan -en español- el "Revolution" de The Beatles, que nos dan la definición de revolución según Hannah Arendt o Fidel Castro, que recitan la letra del clásico popular mexicano "El Soldado de Levita", que dicen alguna línea del filme bressoniano Une Femme Douce (1969), que repiten ciertas reflexiones sobre lo que significa ser actor, escritas por Stanislavski ("Solo la actuación genuina puede absorber a un público por completo"). Estas dos líneas (no) narrativas -las sucesivas audiciones en el interior de alguna casa, las diez escenas revolucionarias en exteriores muy bien fotografiados- están complementadas por la interacción del actor Gabino Rodríguez con la bailarina Esthel Vogrig -en algún momento se echan unos tacos bastante picosos- y por una caprichosa escena en la que Gabino ve en varias ocasiones el celebérrimo vídeo de La Caída de Edgar ("¡Ya, güey!... !Pinche pendejo, güey!") mientras se carcajea cada vez más en la medida que lo vuelve a ver. Ya he escrito largo y tendido de la obra de Pereda y creo que Matar Extraños encaja a la perfección en el resto de la filmografía del cineasta chilango-canadiense -incluso hasta en el hecho de que estamos ante una película apoyada desde el extranjero; en este caso, por el Instituto Danés de Cine-, pero también creo que si bien esta cinta no es un retroceso para Pereda, sí es una suerte de estancamiento creativo. Hay momentos en los que desee que Pereda -y su codirector danés- se siguieran de largo con la historia de esos tres revolucionarios perdidos que empiezan a desconfiar unos de otros. Pero, por supuesto, si hay algo en lo que ha sido fiel y consecuente Pereda en toda su carrera es a su rechazo a todo tipo de narrativa convencional, por lo que es lógico que no haya cedido a esa tentación -si es que alguna vez la tuvo. Por lo demás, los segmentos de las susodichas audiciones podrían haberse presentado, por sí mismas, como piezas de videoarte en alguna exposición (¿Blockbuster, por ejemplo?). Al final de cuentas, Matar Extraños se queda en medio: entre el asomo de una narración fílmica mas tradicional y la rutina del videoarte o el "cine de arte" que, como ya ha escrito David Bordwell, tiene también sus propias convenciones muy regurgitadas.