Fidel en la ONU (1960)

Publicado el 23 septiembre 2018 por Santamambisa1

Fidel camina hacia el avión que lo conducirá al XV Periodo de Sesiones de la Asamblea de la ONU. Foto: Alberto Korda

Por Raúl Roa Kourí

En 1960, dirigentes de varias potencias se pusieron de acuerdo para asistir al XIV período de sesiones de la Asamblea General. Eisenhower, Macmillan y Jruschov abrían la lista, en la que también figuraban grandes personalidades del Tercer Mundo: Jawaharlal Nehru, Gamal Abdel Nasser, Kwame N’Krumah y Sekou Touré. Con particular expectación se aguardaba en Nueva York al entonces Primer Ministro, Fidel Castro. Líderes de los países de Europa oriental, entre otros el polaco Ladislaw Gomulka y el húngaro Janos Kadar concurrieron a la cita en el palacio de acero y cristal, a orillas del East River.

Poco después de las 11:00 a.m. del 18 de septiembre de 1960, junto a Celia Sánchez, Juan Almeida y varios miembros de su delegación, parten rumbo a Nueva York, en un Britannia de la Compañía Cubana de Aviación, para participar en el XV Período de Sesiones de la Asamblea General de la ONU. Autor: Alberto Korda

Cuando se hizo público que Fidel asistiría a la Asamblea General, Malcolm X propuso, a través de Bob Taber, que se alojara en el Hotel Theresa, en el ghetto negro de Harlem. Me pareció una idea formidable, como he contado en otra parte. Pero ya el embajador Manuel Bisbé había tomado otra decisión: se alojaría en el Hotel Shelbourne, cercano a las Naciones Unidas, en Lexington y 37.

A las 4:34 p.m. arriba al aeropuerto internacional de Idlewild, en el hangar número 17, uno de los más apartados del enorme aeropuerto de Nueva York, Estados Unidos, para asistir a la XV Asamblea General de la ONU. 18 de septiembre de 1960. Foto: Alberto Korda

Numerosos cubanos acudimos al aeropuerto de Idlewild (ahora John F. Kennedy) a esperar al héroe de la Sierra Maestra. Una larga caravana de carros, patrulleros de la policía, agentes de seguridad y los miembros principales de la Misión ante la ONU, entramos hasta la escalerilla de la nave, un Britannia de nuestras líneas aéreas. A la salida, llegando a la autopista, un grupo de fidelistas saludaba, agitando banderitas de papel. El Comandante extendió el brazo fuera de la ventanilla del auto y un genízaro de la policía neoyorkina intentó impedírselo: Fidel, en gesto airado, le apartó la mano.

Saluda al pueblo norteamericano, durante su visita a Estados Unidos para asistir a la XV Asamblea General de la ONU.

Un día o dos después del arribo a Manhattan la tensión crecía en los alrededores del Shelbourne. El gerente pidió hablar con el Primer Ministro. Fidel me instruyó verle. El tipo, de mediana estatura, corpulento, de bigotico y entradas, estaba exaltado: «Mr. Roa, me dijo, estoy muy preocupado por los pickets; es posible que haya violencia, que tiren piedras, que dañen nuestra propiedad. Diga al Primer Ministro que necesitamos un depósito de 20 000 dólares por si algo sucede.» Repuse que eso era totalmente irregular e inaceptable, pero insistió en su demanda. Al conocerla, Fidel Castro exclamó, indignado:

“¡Son unos bandidos! La ONU no debería estar en una ciudad donde no se respeta a las delegaciones que vienen a sus reuniones, donde no puede uno alojarse sin que traten de extorsionarlo! Raulito —instruyó— dile a ese individuo que no aceptamos su exigencia, que es un bandido. Díselo: ¡un bandido! Y que nos vamos del hotel!”

Cumplí sus instrucciones al pie de la letra.

Fidel, antes de abandonar el hotel Shelbourne.donde se encontrababa alojada la delagaciòn cubana. La gerencia, , habia notificado que debían abandonar el mencionado establecimiento, negandose ademàs, a devolver 5 000 dolares que se habia depositado como garantìa. Foto:Prensa Latina, 20 de septiembre de 1960.

En la habitación, Fidel daba grandes zancadas de un lado a otro. Ordenó al capitán Antonio Núñez Jiménez salir a comprar tiendas de campaña. Ya que no se podía vivir en el hotel, acamparíamos en el jardín de las Naciones Unidas. Pidió al doctor Bisbé que llamara al secretario general, Dag Hammarksjöld, y le solicitara una entrevista urgente. Había que dejar constancia de nuestra protesta por el inícuo tratamiento, de la necesidad de trasladar la ONU a un país civilizado, en el que los jefes de Estado o Gobierno recibieran las cortesías debidas.

Fue entonces que referí a mi padre, sentado en una de las camas, lo del Hotel Theresa. «¡Coño! ¿Cómo no lo dijiste antes?» Expliqué brevemente las razones. «Bueno, ahora ya nos vamos de aquí. Dilo a Fidel.»

El Comandante en Jefe no prestó mucha atención cuando, interrumpiendo su vigoroso paseo, le informé que podía conseguir un hotel. Fue la segunda vez, al escuchar que estaba situado en Harlem, que se detuvo. «¿En el Harlem negro?» —preguntó. Al recibir mi respuesta afirmativa indagó nuevamente: «¿Estás seguro de poder obtenerlo?» Repuse que sí, que Malcolm X nos lo había ofrecido y no tenía dudas de que podría lograrlo aún, llamando a Bob Taber.

Fidel dio instrucciones a Abrantes de acompañarme a la oficina de los Musulmanes Negros mientras él, Roa y Bisbé se dirigían, con todos los demás y las tiendas de campaña —por si acaso— a ver al Secretario General de las Naciones Unidas.

Con José Abrantes, pues, fui al Hotel Theresa tras localizar a Malcolm X por medio de Taber. Según habíamos convenido, llamé a mi padre a la oficina de Hammarksjöld, cuando todo estuvo resuelto. «Tenemos dos pisos —informé—. Pueden venir.»

LLega a las 11:30 p.m. al hotel Theresa en Harlem, luego de ser recibido por el Secretario General de la ONU, Dag Hammarskjold. Foto: PL

Como por arte de magia (los servicios especiales yanquis no son tan deficientes) comenzaron a llover las llamadas teléfonicas al despacho de Hammarksjöld con ofertas de hoteles para la delegación cubana. El estirado diplomático intentaba convencer al jefe revolucionario de que era más apropiado trasladarse a uno de los buenos hoteles de Midtown. Fidel repuso que ya teníamos uno, el Theresa, y que iríamos a Harlem, con los humildes, los negros y latinos preteridos y discriminados, nuestros hermanos… Imagino la cara que puso el atildado funcionario sueco.

Los días del Theresa

El legendario dirigente afroamericano Malcolm X visita a la delegación cubana y se reúnen en el Hotel Theresa. Foto: Archivo

Cuando Fidel Castro y sus acompañantes llegaron al Hotel Theresa, grupos de afronorteamericanos y latinos ya se agolpaban en los alrededores. Una cerrada ovación y gritos de ¡Viva Cuba! les saludaron, apenas el líder revolucionario bajó del automóvil. Sonriente, contento, Fidel devolvió el saludo con la mano. La policía y los agentes de seguridad habían levantado barreras que impedían a la multitud acercarse. En el vestíbulo, Fidel abrazó a Taber, estrechó la mano del gerente negro. Nuestra delegación ocupaba dos pisos: Fidel, Almeida, Celia, Roa, Núñez Jiménez y otros compañeros se instalaron en el de arriba. Desde una ventana, el Comandante en Jefe cumplimentó nuevamente a los amigos de Cuba, la gente de Harlem.

Súbitamente, aquella instalación más bien pobre se convirtió en noticia de primera plana. Allí acudiría —para espanto de la seguridad yanqui e inquietud de la soviética— el primer ministro de la URSS, Nikita S. Jruschov. Bajo, rechoncho y sonriente, abrazó a Fidel, sus barbas parecían una peluca sobre la calva del ucraniano. Le acompañaban el canciller, Andrei Gromyko, su yerno Adzhubey, que ocupaba la dirección de Pravda y otros camaradas. Por tener quehacer en la ONU no asistí a la conversación.

Nikita Jrushchov, Primer Secretario del Partido Comunista Sovietico, visita a Fidel, en su humilde habitacion del hotel Theresa, del barrio de Harlem. “He venido a saludar al Heroe Nacional de Cuba que derroco la tirania Batistiana”, dijo Nikita Jruschov. durante su estancia en Estados Unidos con motivo de la XV sesion de la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU). Junto a Fidel y Jruschov se encuentra el canciller cubano Raul Roa (I). Nueva York, Estados Unidos. Foto: Prensa Latina

En cambio, serví de intérprete durante el encuentro con el jefe del gobierno indio, el Pandit Nehru y su ministro de Defensa, Krishna Menon. El discípulo de Gandhi, en atuendo característico, fue recibido al pie del elevador. Fidel agradeció su visita; apenado, le dijo que no debía haberse molestado en ir hasta el hotel. Nehru respondió, con voz baja y grave: «Quería tener el honor de estrecharle la mano a un héroe».

Como no poseíamos sala, la entrevista se desarrolló en la habitación contigua a la de Fidel. Nehru y Menon se ubicaron en sendas sillas, contra la pared, mientras que el Comandante y yo nos sentamos frente a ellos, en el extremo de la cama. Los amigos indios hablaban poco. Fidel les preguntó sobre su inmenso país, evocó a Gandhi, la lucha por la independencia; refirióse a la nuestra, a los problemas que surgían con los Estados Unidos, a la ley de Reforma Agraria. Les mostró fotos de las nuevas cooperativas publicadas en la revista INRA. Raúl Corrales registró el encuentro con su lente infalible.

El primer ministro de la India, Jawaharlal Nehru sostuvo una cordial entrevista con Fidel en el hotel Theresa, en Harlem, a donde llegò pasadas las 6 de la tarde junto con el canciller V. Krishna Menon. Fidel entregò al estadista indù un busto del pròcer cubano Jose Marti, el Capitan Antonio Nuñez Jimenez, por su parte, le obsequiò con una colecciòn de revistas del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) y Celia Sanchez le enviò a su hija Indira, una cartera de piel hecha en Cuba.. Foto:Prensa Latina, 27 de septiembre de 1960.

El presidente egipcio, Gamal Abdel Nasser, con su ministro de Relaciones Exteriores, el sabio y educado doctor Mahmoud Fawzi, también acudió al Theresa. Teníamos muchos puntos de contacto con la lucha antimperialista que libraba Egipto, tras la nacionalización del Canal de Suez; defendíamos idénticos principios: ambos apoyábamos resueltamente la lucha anticolonial de los pueblos africanos. En aquella hora, los argelinos asestaban duros golpes a los colonialistas franceses, que desataron una represión brutal.

Aunque no fue un revolucionario, en el sentido marxista, Nasser desempeñó un papel destacado en la liberación de África, mantuvo posiciones progresistas y de amistad hacia la Unión Soviética y el campo socialista. La conversación con el dirigente cubano fue cordial y amistosa, abarcó un temario nutrido e importante. De ella surgió una relación duradera, cuyo primer paso había sido el establecimiento de relaciones diplomáticas, un año antes. Similares, por lo fraternales, fueron las reuniones con Kwame N’Krumah y Ahmed Sekou Touré. Este último visitaría La Habana el 13 de octubre, inmediatamente después de intervenir ante la Asamblea General. Me correspondió acompañarle a la Isla y actuar como intérprete en las conversaciones que sostuvo con Fidel y Dorticós; Che hablaba bien el francés. Traduje, asimismo, su comparecencia ante la televisión. (Recuerdo el día que llegamos, el recorrido en auto descapotable desde el aeropuerto a la residencia. Esa mañana se había anunciado la nacionalización de 300 empresas norteamericanas y el pueblo, enardecido y patriótico, demostraba su adhesión y simpatías al Gobierno Revolucionario. Fidel explicaba a Sekou Touré el motivo del júbilo.)

El Presidente de la República Árabe Unida, Gamal Abdel Nasser, también creyó oportuno concurrir al ya célebre y humilde hotel del barrio negro de Harlem para reiterar la simpatía de su pueblo por la Revolución Cubana

Nuestro jefe comentaba, asimismo, al dirigente africano: ¿Ve el entusiasmo de nuestra gente?…Pues, fíjese, si les pregunto ¿están de acuerdo con la reforma agraria? Responden que sí. Si indago: ¿Están de acerdo con la nacionalización de las empresas extranjeras, de la banca y el comercio exterior? Exclaman: ¡sí! Apoyan la rebaja de alquileres (al día siguiente se proclamó la Ley de la Reforma Urbana), de la tarifa electrica, telefónica? ¡Claro! Pero si uno les pregunta: ¿están de acuerdo con el socialismo? Responden: ¡Noooo! Y es que hemos sido víctimas de las campañas orquestadas por el imperialismo contra las ideas socialistas, progresistas, comunistas. Nos casaron con la mentira…Y ahora les explico que estamos haciendo lo que prometimos en el Programa del Moncada: la revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes. ¡Y en eso sí están todos de acuerdo! Fue una visita inolvidable. Aprendí tanto sobre nuestra Revolución como Sekou Touré.

Fidel, acompañado por Celia, Almeida y otros miembros de la delegaciòn cubana bajan al comedor de los trabajadores del hotel Theresa y almuezan alli, donde se improvisa una conferencia de prensa con numerosos periodistas.Esta accion sin precedentes ocupa los cintillos de la prensa, y deja en un segundo plano el almuerzo que ofrece el presidente Dwight Eisenhower, en el lujoso hotel Waldorf Astoria a los representes de Estados latinoamericanos, excluyendo a Cuba. Uruguay se excuso y no asistiò. Foto: Korda, 22 de septiembre de 1960.

Todas las tardes, al regresar de la ONU, nos reuníamos en el cuarto del Comandante en Jefe. Este, conversando con nosotros, iba tejiendo su discurso, tocando diferentes asuntos, exponiendo ideas. El capitán Núñez Jiménez y yo éramos los encargados de recogerlas, sintéticamente, en tarjetas de archivo, que luego pasaba yo a máquina: una tarjeta, una idea. Al final, alrededor de cuatrocientas tarjetas constituyeron la única referencia escrita usada por Fidel en su magistral intervención ante la ONU, que mantuvo en vilo a centenares de delegados, invitados y miembros de la Secretaría, de pie en los pasillos, por más de cuatro horas.

Tremendo fue el impacto del discurso. No sólo nadie se había dirigido a la Asamblea por espacio de tiempo tan largo, sin que la atención decayera ni se produjeran deserciones en el auditorio; ningún jefe de Estado o Gobierno había hecho semejante proceso político al imperio, desnudando su entraña depredadora y voraz, su intervención grosera en la vida y los asuntos internos de un pueblo soberano e independiente. La ONU, que durante muchos años fue intrascendente vertedero de palabras, cámara de resonancia del dictum de los poderosos, tornábase ahora trinchera de ideas, foro de denuncia y combate. Imposible olvidar aquella pieza de historia quemante…

Numerosos fueron los dirigentes que se acercaron al escaño de Cuba para estrechar la mano de Fidel. Entre los primeros, Nikita S. Jruschov. Nasser, N’Krumah, Nehru, Sukarno, fueron portadores del abrazo solidario de los países afroasiáticos. También los socialistas y algunos representantes de nuestra América: Manuel Tello y Luis Padilla Nervo, del fraterno México; de Bolivia, Marcial Tamayo, y algunos otros más.

Pronuncia histórico discurso en ONU el 26 de septiembre de 1960.

La delegación soviética convidó a la nuestra a una «cena amistosa y fraternal», en la sede de su Misión ante la ONU, sita entonces en las calles 67 y Park Avenue. Los que debíamos asistir, nos hallábamos, por la tarde, en la habitación de Fidel, conversando sobre diversos temas. La charla era, como de costumbre, animada. Celia Sánchez, discreta y casi inadvertida, recordó al Comandante que debía mudarse de ropas. Fidel no se inmutó… Dos recordatorios después, como a las 19 horas, vistió su uniforme recién planchado.

Cuando arribamos a la Misión Soviética, Nikita se hallaba en la puerta, reloj en mano. Le rodeaban periodistas y fotógrafos, que registraron el saludo de Fidel Castro. Una vez dentro, el líder soviético observó que llevaba media hora esperándonos. Fidel adujo que los atoros del tránsito nos habían demorado y, de inmediato, agregó: «¡Pero usted no perdió el tiempo, le vi reunido con la prensa!» Jruschov sonrió, respondiendo que así era… ¡Y guardó su reloj de bolsillo!

La conversación tuvo lugar, inicialmente, en una sala del segundo piso, que se abría hacia el comedor. Menia Martínez, primera ballerina cubana, que había estudiado en Leningrado, sirvió de intérprete a Fidel, quien ocupaba, junto a Jruschov, un pequeño sofá. Los demás, nos agolpábamos, de pie o sentados, alrededor de los dos dirigentes.

La mesa en que cenamos estaba dispuesta en «U», con la parte del medio hacia el fondo del salón. En el centro, Jruschov y Fidel; a sus lados, Almeida, Gromyko, Roa, Ramiro Valdés, Emilio Aragonés, Celia Sánchez, Núñez Jiménez… Yo estaba en la «pata» derecha, entre el embajador Platón Mórozov y Adzhubey. Frente a nosotros, el director de Izvestia con el periodista Honorio Muñoz. A la derecha de Adzhubey, Carlos Franqui, director de Revolución. Por allí mismo estaba Luis Gómez Wangüemert, quien a la sazón dirigia el diario El Mundo. Me encontraba «entre colegas».

En un momento dado, Jruschov, que sufría por la calefacción, propuso que nos quitáramos las chaquetas, bez protokol[1]. Muchos lo hicieron. Entre brindis y elogios, Nikita preguntó si había entre los presentes algún viejo comunista. Honorio levantó la mano, orgulloso. El líder soviético, con sonrisa intencionada, le soltó: «¿Y no le da vergüenza que hayan sido otros quienes dirigieran la revolución?» Después, girando hacia Fidel: «¿Usted sabía que Andrei Gromyko fue embajador ante Batista? ¿Qué debemos hacerle por ese pecado imperdonable? ¿Lo fusilamos?» El Comandante, en el mismo tono, repuso que no era necesario. El Canciller soviético, en tanto, mostraba una sonrisa de payaso triste.

La atmósfera era fraternal y camaraderíl, no como dicen siempre las notas de prensa respecto a las reuniones entre dirigentes de los «partidos hermanos», sino de veras cordial, cálida, auténtica. Nikita Jruschov sentía profunda simpatía por el joven revolucionario y se regocijaba en serio del triunfo cubano. Contó a Fidel —y todos lo escuchamos— que a diario leía en su oficina del Kremlin las noticias sobre Cuba y al conocer cada ley, cada acto, cada golpe al imperialismo, miraba el tamaño de nuestra isla en el mapa, colgado a sus espaldas, y reía, reía… ¡Qué revolución tan formidable!

Episodio sonado del XIV período de sesiones fue el protagonizado por Jruschov, durante la intervención del premier británico, Harold MacMillan. La reunión en la cumbre de los «cinco grandes» acababa de fracasar, al derribar la URSS un avión espía U-2 sobre su territorio, pilotado por Powers, y el clima internacional se empozoñaba de nuevo. MacMillan, se lamentaba del fracaso de la reunión, culpando a los soviéticos por el incidente. Nikita, que le escuchaba con atención, mientras se daba masaje en un pie, blandió la sandalia que tenía en su mano derecha y golpeando con ella el pupitre, interrumpió al atónito inglés: «¡Eso es mentira! ¡Usted sabe que es falso! ¡Repita aquí lo que me dijo en privado! ¡La responsabilidad es enteramente de los Estados Unidos por enviar el avión espía!»

Los espíritus pacatos —que tanto abundan en los predios diplomáticos— se horrorizaron, cual viejas tías solteronas, por el exabrupto del Primer Ministro soviético. Fue una buena sacudida. De vez en cuando, es menester recordarles que el mundo es algo vivo, hecho de sangre, nervios, músculos… ¡y encabronamientos!