El amortajado comandante Castro, ahora tan denostado, era en los albores de su revolución un icono, junto a su lugarteniente Ernesto Che Guevara, para la izquierda del mundo occidental, una izquierda paralizada en la praxisde los ideales frente al miedo a las amenazas fácticas del poder establecido, lo que la limitaba a teorizar antes que actuar más allá de donde le permitieran sus afanes reformistas, no rupturistas. Para los que aplaudimos la revolución cubana como una esperanza no utópica, por edad e ideología, podemos ahora explicarla, pero no justificarla, en este capítulo final en que se producen las exequias de su principal rostro e impulsor: Fidel Castro. Y algo aun más frustrante: somos incapaces de vaticinar los derroteros históricos por los que un régimen sin liderazgo discurrirá a partir de este momento. No obstante, estamos seguros que la tentación de aquel régimen comunista será grande para enroscarse en sus peligrosas debilidades totalitarias frente a las amenazas –como las de Trump- que provengan del exterior. La deseada transición cubana hacia una democracia homologable a las liberales de la actualidad exigirá más “diplomacia” externa que interna. Cosa harto difícil porque el recién elegido presidente norteamericano –la principal amenaza de Cuba- será cualquier cosa antes que diplomático: es un bocazas insoportable y un provocador empedernido. Todo un peligro real.
A partir de entonces se suceden gobiernos cuyos hilos manejaba, abierta o subrepticiamente, Estados Unidos en función de sus importantes inversiones, hasta queimpone tras un golpe de Estado a Fulgencio Batista, el último títere de la superpotencia del Norte. Contra él se levanta Fidel Castro y sus guerrilleros en Sierra Maestra, haciéndolo huir humillantemente durante el transcurso del avance militar de los revolucionarios desde Santiago de Cuba hasta la Habana, el mismo itinerario que inversamente recorrerá el cortejo fúnebre con las cenizas del comandante para depositarlas en el cementerio de aquella ciudad, junto a la tumba de otro héroe histórico, José Martí.
Pero es más fácil de explicar en el contexto subsiguiente a la Segunda Guerra Mundial y los primeros movimientos de descolonización en países oprimidos del Tercer Mundo, que enmarcan con una aureola de ética y justicia social al levantamiento en armas protagonizado por los revolucionarios cubanos. Era, pues, fácil de explicar y adherirse a la Revoluciónimpulsada por Fidel Castro, en especial cuando en España soportábamos la dictadura del general Franco y el Telón de Acero dividía al mundo en dos bloques antagónicos.
Incesantes muestras de hostilidad por parte de EE.UU y el boicot aún activo al comercio con la isla, no sólo empujan a Castro a la órbita de la antigua URSS y convierten a Cuba en el primer país que se declara socialista en el continente americano, sino que además hacen que Castro se enroque en la defensa a ultranza de su movimiento revolucionario, persiguiendo y encarcelando a disidentes, condenando a muerte a supuestos traidores, impidiendo toda apertura al exterior y enjaulando a su pueblo en la isla, sin libertad, para evitar que se contamine con la propaganda pseudolibertadora del imperialismo capitalista, el gran y único enemigo de la Revolución. Muertes, opresión y enormes carencias en la población son el resultado de más de medio siglo de aquella esperanzadora revolución cubana, protagonizada, dirigida y controlada por el abogado y doctor en Derecho, Fidel Castro.