Reinaldo Iturriza López.
Escribo estas líneas mientras el comandante Chávez es operado en La Habana. Lo hago convencido de que saldremos de ésta.
No insistiré en lo ya dicho: que el pueblo venezolano se crece en las dificultades, y que esa hermosa obstinación lo constituye y lo define. Lo sabemos. Lo hemos vuelto a demostrar innumerables veces a lo largo de los años recientes. Nuestros enemigos (no es tiempo para eufemismos: nuestros adversarios no desearían nuestra muerte) lo saben y padecen, y por eso vuelven a refugiarse en sus miserias. En esta hora habría que insistir, en cambio, en lo siguiente: ceder un milímetro frente a la miseria de nuestros enemigos, distraerse con su risa macabra, es casi un acto de traición. Perder el tiempo lidiando con su resentimiento raizal es perdernos. Vamos a salir de ésta, comandante. Vamos a vivir. La cuestión está en el cómo. Para vivir, lo ha dicho claramente el comandante el sábado 8 de diciembre, habrá que permanecer junto al pueblo y subordinados a los intereses del pueblo. Tales palabras no admiten interpretaciones a conveniencia. Es junto al pueblo y subordinado a sus intereses. Por eso es que hoy el comandante puede decir que tiene un pueblo, y por la misma razón nosotros podemos decir que por fin tenemos a alguien como Chávez. Por eso hay patria. Esta revolución habrá de reafirmar con cada paso su carácter profundamente nacional y popular. “Chávez es un gran colectivo”, ha dicho el comandante el sábado, y qué felices nos sentimos de vivir esta historia y de militar y hacer parte de ese gran colectivo. Mi amigo Juan Antonio Hernández ha escrito palabras para la ocasión: “¿Y qué otra cosa ha sido nuestra historia sino una sucesión de milagros? Una hermosa secuencia en la cual aquello que se pretendía imposible se convierte, rápidamente, en umbral de metas más altas. ¿Y qué otra cosa es nuestra militancia sino una terca fidelidad a cada uno de esos milagros, a esa secuencia que se resume, sabiamente, cuando el pueblo pronuncia el nombre de Chávez?”. Escribía Mayakovski hace noventa y un años: “Vinimos,millones
de impíos,
paganos
y ateos -
golpeándonos
con la frente,
con hierro oxidado,
con el campo -
todos
con fervor
recemos a Dios
¡Aparece,
no del lecho estelar,
mullido,
Dios de hierro,
Dios de fuego,
no el Dios de Martes,
Neptunos ni Vegas,
Dios de carne,
Dios-Hombre!
¡No el envarado allí
entre las estrellas,
el terrenal,
el que está entre nosotros
sal,
aparece!
No el que
«que estás en los cielos».
Nosotros mismos
a la vista de todos,
hoy
obraremos
milagros.
Para batallar
en tu nombre
en el fragor,
entre el humo
nos encabritamos.
Nuestra proeza
será tres veces más difícil que la de Dios,
que creó
llenando de cosas la nada.
Nosotros
debemos construir lo nuevo
discurrir, dinamitar lo viejo. ¡Sed, abreva!
¡Hambre, alimenta!
Es hora
de llevar
el cuerpo al combate”. Chávez no es Dios, sino Chávez-Hombre, un gran colectivo. Este gran colectivo que hoy somos y que mañana seguiremos siendo es el milagro de la política. A ese milagro tendremos que seguir siendo fieles para que siga habiendo vida. Para que siga habiendo vida tendremos que seguir obrando milagros; tendremos que seguir haciendo la proeza de construir lo nuevo y dinamitar la viejo. Los cobardes tiemblan y los tránsfugas hacen cálculos. Nosotros, llevemos el cuerpo al combate.