En este contexto, nuestra Iglesia diocesana ha de anunciar con un renovado vigor la verdad del matrimonio y de la familia y su sentido en el designio salvador de Dios, como comunidad de vida y amor, abierta a la procreación de nuevas vidas, así como su condición de “iglesia doméstica” y su participación en la misión de la Iglesia y en la vida de la sociedad.
Reconozco con gozo que entre nosotros hay muchas familias que, desde la existencia cotidiana vivida en el amor, son testigos visibles de la presencia de Jesús que las acompaña y mantiene en la fidelidad con el don de su Espíritu. Hemos de hacer todos los esfuerzos que sean necesarios para apoyarlas y ayudarlas, apoyo y acompañamiento que es particularmente necesario en el caso de los matrimonios en dificultades o en crisis.
La familia cristiana, fundada en el sacramento del matrimonio, es icono y reflejo del amor de Dios por la humanidad y signo del amor de Cristo por su esposa que es la Iglesia. Como santuario de la vida es el ámbito donde la vida, don de Dios, es acogida, acompañada y defendida. Por ello, la familia es el fundamento de la sociedad, lugar primordial de humanización de la persona y de la convivencia civil, pues en ella se adquieren los hábitos y los principios imprescindibles para una vida social vivida en el amor y la solidaridad. No puedo olvidar otra dimensión importante: la familia es también comunidad evangelizadora, abierta a la misión, pues los padres cristianos tienen como uno de sus principalísimos deberes la transmisión de la fe y la educación cristiana de sus hijos.
En la Exhortación Apostólica Pastores gregis, el Papa Juan Pablo II afirmaba que es obligación del Obispo preocuparse de que en la sociedad civil se defiendan y apoyen los valores del matrimonio y de la familia. Ha de impulsar también la preparación de los novios al matrimonio, el acompañamiento de los jóvenes esposos, así como la formación de grupos de familias que apoyen la pastoral familiar y estén dispuestas a ayudar a las familias en dificultades. En este sentido, Juan Pablo II nos invitaba a los Obispos a favorecer iniciativas diocesanas de diverso tipo, como signo de la cercanía y de la solicitud del Obispo por las familias.
Ninguna parroquia de la Diócesis debería quedar al margen de la programación diocesana para este sector pastoral. En todas las parroquias debe existir un pequeño equipo de servicio a la familia en las distintas dimensiones a las que acabo de aludir. Nos va en ello la felicidad de los esposos y de sus hijos, el futuro de la Iglesia y el bien común de la sociedad, pues la familia es, como nos dijera el Concilio, “la escuela del más rico humanismo”.
Invocando para todos esos proyectos la ayuda de la Sagrada Familia de Nazaret, modelo de las familias cristianas, y muy especialmente de la Santísima Virgen, Reina de las familias, contad con mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla