De las muchas cosas que le debemos a Luis Figuerola-Ferreti, que acaba de emprender su viaje al más allá, no es la menor, pero sí quizás la más antigua, el muy famoso anuncio de «Las muñecas de Famosa», una delicia publicitaria de época que alguna vez, en Casa Carmina y allá por los primeros ochenta, nos sirvió de motivo a un grupo de amigos para echar unas risas incluso estruendosas a costa de ingenuidades propias y ajenas.
La verdad es que hacía ya algunos años que no había vuelto a tener noticia de quien durante varias temporadas fue un placer buscado y perseguido, tanto en las tertulias nocturnas, verbeneras y moncloítas, de Radio Nacional, como en el magacín matinal de Iñaki «Ser» Gabilondo. Fue en este último, si no me traiciona la memoria, donde mayor recorrido tuvo Doña María, la sagaz «gladiadora del hogar», uno de los personajes más redondos de los muchos que trabajó con humor y absoluta verosimilitud quien gustaba definirse como duende de la radio, y sin duda lo era, con muchas encarnaciones.
Otra de sus facetas, no tan conocida pero también apasionante, fue la de coleccionista de juguetes de hojalata, de los que llegó a reunir un número tan valiosos de piezas que fueron suficientes para montar, en la Casa de las Flores de Candeleda, un muy interesante museo. A él corresponde la imagen elegida para ilustrar esta nota.
Sus inicios como creativo publicitario, su formación jurídica y periodística, una curiosidad que se extendía en muchas direcciones, variados saberes nada superficiales y un ojo muy atento a la actualidad y sus derivas, todo ello hizo de Figuerola-Ferreti una personalidad inolvidable, como bien salta a la vista, además de por lo ya dicho, con solo merodear un poco por su extensa bitácora personal.
En esta larga entrevista que le hizo en febrero de 2013 Pilar Socorro, y cuyo inicio musical es de lo más adecuado para el día de hoy, están contenidas muchas claves de un artista que, en lo suyo (y lo suyo eran muchas cosas), todo lo hizo bien.
Hasta siempre, maestro, gracias por las horas de felicidad. Sus voces, muchas de ellas felizmente salvadas por ese doble del mundo que es la Red, quedan con nosotros.