Después de más de un día de navegación por el Mar del Coral llegamos a uno de los mitos del Pacífico Sur, a uno de esos lugares que, junto a la Polinesia Francesa, nada más pronunciar su nombre inmediatamente relacionamos con los mares del sur y con el paraíso en la tierra. Teníamos delante de nuestros ojos las Fiji. El día había amanecido caluroso y con un cielo ligeramente plomizo que me hizo presagiar un día de tormentas aunque al final no fue así, al menos durante casi toda la jornada, y cuando ya habíamos desembarcado en el puerto de Lautoka tímidamente comenzó a aparecer el sol entre las nubes. El puerto de Lautoka se circunscribe a un sencillo muelle de hormigón protegido por una pequeña isla rodeada de manglares y donde vive una pequeña comunidad de pescadores.
En esta clase de puertos repartidos por las islas del Océano Pacífico siempre se comparte los desembarques con filas de contenedores marinos y toda clases de mercancías. Y el puerto de Lautoka, la segunda ciudad en importancia de las Islas Fiji, no fue una excepción.
Una vez desembarcados estuvimos viendo la posibilidad de contratar a una embarcación que nos trasladara hasta alguna de las Mamanuca Islands que rodean en gran número a la parte occidental de la costa de la isla Viti Levu, la mayor de las dos islas principales, y por extensión de todas las Fiji. En Lautoka es posible contratar los traslados a estas islas privadas, donde a parte de servir un bufete de comida y disponer de diferentes actividades en deportes acuáticos, la estrella es el buceo y snórkel por el arrecife de coral. Como se puede apreciar en las fotografías existe una gran oferta en tours independientes, así que es fácil decantarse por una u otra oferta. No se me puede pasar comentar lo primero que el viajero va a escuchar nada más poner un pie en tierra en Fiji, y que no es otra cosa que un sonoro ¡BULA!, una palabra que en sentido literal significa "vida" y que las gentes de Fiji utilizan para saludar y sobre todo expresa su carácter alegre y amigable como forma de afrontar la vida.
Por mi parte, y tras el preceptivo "¡Bula!", entablé una curiosa amistad con este simpático y orondo fiyiano de una de las agencias de excursiones y que quiso tener una fotografía de recuerdo conmigo. No se si porque le resulté simpático yo, o era mi sobrero de paja, la cuestión es que ese pulgar levantado mirando hacia su cámara no se muy bien que significaría ¿quizás que ya me había cazado? Un tipo muy enrollado....y muy grandote también.
Acabábamos casi de desembarcar del Oosterdam como quien dice, y las tres chicas ya estaban en busca de vestidos, capazos, fulares o cualquier otra ganga que se pusiera a su alcance. También hay que decir en su descargo que teníamos un tiempo muerto mientras esperábamos las salida hacia la Bounty Island.
Y yo me entretenía con estos dos guerreros fijianos. El garrote tradicional que lucen lo utilizaban para golpear y abrir la cabeza a sus enemigos de las tribus rivales......casi nada.
El "ms OOSTERDAM" atracado en el puerto de Lautoka.
Una vez estuvo preparada la lancha zarpamos del puerto de Lautoka a más de treinta nudos de velocidad en busca de nuestro destino de buceo; la Bounty Island, una de las islas del Archipiélago de las Mamanuca. A lo largo de la travesía pudimos disfrutar de unas fabulosas vistas de la gran isla Viti Levu y de sus montañas parcialmente escondidas entre las nubes, cubiertas de una frondosa vegetación. Además esta parte de Fijies bien conocida sobre todo por sus numerosas islas e islotes de las Mamanucas que asoman de la superficie de mar tímidamente en algunos casos, y que se encuentran caprichosamente diseminadas a lo largo de decenas de millas marinas para el disfrute de los amantes del sol y del buceo. Resulta fácil sentirse en cierta forma como un Robinson Crusoe. Algo más a norte se encuentran las Islas Yasawa.
Ya desembarcados en la isla pudimos disfrutar de la playa y las instalaciones de las que disponía. Aunque el principal motivo de nuestra presencia en la isla fue bucear en el arrecife de coral, rodeados de multitud de peces de colores, preciosas estrellas de mar de un profundo color añil y de montones de medusas que, aunque no demasiado urticantes ni peligrosas, si que requería estar algo alerta mientras buceábamos. Es lo que busca el que visita alguna de las Mamanuca Islands, junto a algo de relax y holgazanería, claro está.
Una de las facilidades de la isla fue que disponíamos de un guía de buceo que nos acompañó en un par de incursiones por el arrecife, mostrándonos en todo momento las diferentes especies de peces que habitaban entre los corales y llevándonos hasta algunos de los habitantes ilustres del arrecife, como algunos peces payaso en sus anémonas o tiburones que permanecían semi escondidos en cuevas y grandes gateras formadas por los arrecifes. Lamentablemente no tenía a mi disposición una cámara subacuática o una Hero3 con la que poder sacar fotografías y grabar vídeo. A ver si para la próxima incursión en algún arrecife alrededor del planeta me hago con una, porque las fotos que saqué a través de un cristal en el fondo de la barca no hacen justicia de toda la vida que pudimos contemplar.
Las incursiones en el mar, que ya suponían un gran esfuerzo físico debido a las fuertes corrientes, junto al calor de Fiji hizo que nos entrara un apetito voraz. Y para calmar las protestas de nuestros estómagos disponíamos de un buen bufete a base de ensaladas y platos de pollo y cerdo con diferentes arroces y una especie como de cuscús que servía de acompañamiento de los platos. Unas cervezas elaboradas en Fiji bien frías y a relajarnos un rato en algunas de las tumbonas hasta la siguiente incursión en el arrecife.
Había sido un gran día en uno de los mejores rincones del planeta para el snórkel y el buceo. Un sitio mítico, las Fiji, paradigma de descanso, islas semi desérticas, playas de arena blanca, una gran vida en sus arrecifes de coral y unas gentes cercanas, amigables, hospitalarias y con ese carácter jovial y alegre típico de los pueblos del Pacífico, y que nosotros adoramos. Nos despedimos de ellos con unos sonoros "¡¡Bula!!".
El "Excitor", la lancha de 1200 caballos de potencia que nos trasladó hasta la Bounty Island.
Aquí nos cuadramos ante la autoridad competente. El uniforme de la policía de Fiji es una preciosidad, con una falda de picos inspirada en las vestimentas tradicionales. Por supuesto el cardado del pelo es algo que también cuidan mucho, y del que presumen aún más. Tuve la oportunidad de charlar un rato con este amabilísimo policía a pie de muelle, de cambiar impresiones acerca de sus islas y de intentar convencerlo que nos dejara quedarnos indefinidamente en Fiji. No coló, con visa de turismo la permanencia en el país es limitada. Y había llegado el triste momento de embarcar de nuevo. No sabíamos aún la sorpresa que nos iba a deparar el capitán momentos más tarde.
Y es que según anunció por megafonía resulta que aquel soleado día se iba a ir torciendo poco a poco a medida que fuera anocheciendo. Justo al noroeste de Lautoka, un ciclón tropical llamado "lusi"(que es como se llaman a los huracanes en esa parte del mundo) se iba a cruzar de lleno con la ruta prevista del Oosterdam si no salíamos a toda máquina de Fiji. La consecuencia inmediata de esa decisión fue la cancelación al día siguiente de la escala en la pequeña isla de Dravuni con poco más de cien habitantes para decepción de la mayoría del pasaje. Pero las condiciones meteorológicas mandan y el ciclón se estaba acercando a marchas forzadas. Mientras tanto el Oosterdam ya había largado amarras del puerto de Lautoka y navegaba bordeando la costa frente a las Islas Mamanucas y navegando a toda máquina, es decir alrededor de los 22 nudos de velocidad. Si todo iba bien en dos días estaríamos en la Isla de los Pinos, en Nueva Caledonia, una de las escalas estrella de este crucero, y que corría verdadero riesgo de cancelación dependiendo de la trayectoria que tomara el ciclón "lusi".
En la distancia pudimos ver la Bounty Island, la preciosa isla en la que había pasado parte del día buceando en sus arrecifes y contemplando su rica fauna subacuática. Una islita para sentirse como un auténtico Robinson Crusoe.
Poco después el cielo comenzaba a dar signos que los bordes exteriores del ciclón comenzaban a llegar a Fiji. La verdad que los nubarrones que empezaban a desplomarse sobre la superficie del mar resultaban espectaculares, pero a la vez inquietantes. Unas cuantas millas más adelante la proa del Oosterdam se precipitó hacia una espesa cortina de lluvias torrenciales y fuertes vientos que hizo imposible permanecer en las cubiertas del barco. La tripulación aseguró todo el mobiliario de cubierta y cualquier objeto susceptible de ser arrastrado por los vientos, y prohibieron el acceso a la cubierta promenade.
Justo antes de llegar a las lluvias aún era posible vislumbrar ligeramente el horizonte, pero luego ya no fue posible ver absolutamente nada. Los elementos se habían tragado al Oosterdam.
Cuando llegué a casa después del viaje quise profundizar algo más sobre el ciclón tropical "lusi" que nos había trastocado nuestros planes para el día siguiente en Fiji, y que tantos quebraderos de cabeza debió dar al equipo del puente de mando del Oosterdam. Buscando información pude ver donde y cuando comenzó a formarse (justo al norte de Vanuatu), y que rumbo fue tomando a lo largo de los días hasta que pasó a ser un temible ciclón categoría 2 alimentado por las cálidas aguas del Mar del Coral. Afortunadamente para las Islas Fiji y para Nueva Caledonia el "lusi" pasó por el corredor marino que separa ambos archipiélagos, afectando a ambos países de refilón. Desgraciadamente Vanuatu se vio afectada de pleno sufriendo unas fortísimas lluvias torrenciales que ocasionaron multitud de daños y corrimientos de tierras que arrasaron algunos poblados y acabaron con la vida de varias familias con niños pequeños. Nosotros habíamos estado en la Isla Espíritu Santo al norte de Vanuatu tan sólo dos o tres días antes de formarse la tormenta y desde luego nunca hubiera podido imaginar tan inminente desastre. Me dio verdadera pena cuando ya en casa leí las consecuencias tan terribles que sufrieron esas gentes tan nobles y amables, tan puras y llenas de bondad y que tanta alegría y bienestar interior nos proporcionaron a Ceci y a mi mismo. Y me consta que alguna buena amiga argentina sintió algo similar.