Filipinas es…

Por Mundoturistico

Séra difícil olvidar el traqueteo de los vehículos más comunes para la gente extranjera en Filipinas -los conocidos triciclos, motos adosadas a carros con carga humana-; el canto del gallo; las playas infinitas donde poner el contador de estrés a cero… Pero aún más difícil de borrar serán los recuerdos de las personas con las que nos cruzamos en el camino: sus sonrisas, su aparente ingenuidad, su maravillosa forma de hacernos sentir relajados, liberados, cómodos; en definitiva, la sensación de que estábamos en el mejor lugar que podíamos imaginar.

Si fuera una persona, Filipinas sería amable y encantadora; ese tipo de gente que nunca crece del todo y que derrocha energía y vitalidad para afrontar el día a día. Independiente pero familiar; y optimista a rabiar. Tanto para lo que podemos admirar -su cercanía y simpatía- como para lo que nos genera rechazo -su gestión del tiempo, por ejemplo-.

Esa fue al menos mi impresión. Claro está que 20 días no son demasiados para conocer un país en profundidad y que no pretendo hacer un retrato fiel de lo que Filipinas es. Es solo mi percepción y un homenaje al país: un intento de expresar que supuso para mí, utilizando todas las letras de su nombre. Así que ahí va. Filipinas es

Felicidad. Evidentemente no como concepto total y cerrado, sino como actitud. Felicidad por resultar fácil; por la vida sencilla y natural. Felicidad a base de no pensarlo demasiado; no forzada. Felicidad a base de sonrisas y trato relajado. Los filipinos por diferentes motivos inspiran felicidad y en ese contexto, uno se siente en el mejor de los estados posibles.

Para entenderlo, se hace necesario vivirlo. En Filipinas, llegado el momento mímesis, a uno le importa poco estropear su cámara, ponerse malo o que un microbús salga tarde. Se te habrá pegado un poco esa manera de ver las cosas con una sonrisa e intentar preocuparte solo cuando sea estrictamente necesario.

Irrespirable. No todo iban a ser piropos… y si hubo algo que me hizo pensar negativamente durante el viaje fue la altísima contaminación producida por los vehículos en todos los núcleos urbanos de tamaño considerable en el país. La práctica inexistencia de un sistema de transporte público poco contaminante y la dependencia total del coche, aún para el servicio público de taxis -taxis habituales, jeepney o triciclos- hace de estas ciudades verdaderas burbujas de humo, donde por momentos el ambiente se hace irrespirable. Una pena para un país precioso y con un medio natural tan imponente… pero en ocasiones, también poco cuidado.

Recuerdo cuando hicimos el traslado del aeropuerto de Cebú hasta el puerto, pasando por la ciudad fugazmente, y el taxista, un hombre hablador y risueño que nos hizo este trámite un rato de lo más agradable, nos contó que en la ciudad no había sistema de metro. Sin perder la sonrisa, añadió: Better for me! More work!

Lealtad. Dicen que los filipinos si te quieren, no te fallan. Que son muy familiares, redundantemente muy amigos de sus amigos. Y en ello me fijé cuando los veía en el transcurso de su día a día, cuando los domingo disfrutaban de copiosas comidas en sus cabañas de nipa, siempre lo suficientemente grandes para que entraran todos. Comida, buena compañía, videoke… una especie de cena navideña familiar. En Filipinas tuve la sensación de que era Navidad todos los días.

Islas. Más de 7.000. De todos los tamaños, tonos y aspectos. Nosotros conocimos cuatro de las más populares y extensas –Luzon, Boracay, Bohol y Palawan-, pero con ellas, añadimos otras cuantas, practicando el Island Hopping –o si lo prefieren “de isla en isla”, una de las actividades más populares en esta tierra de abundancia de pequeñas formaciones de tierra.

Y es que esta es también la esencia de muchas partes de Filipinas: la vida en el mar; por y gracias al mar. Y el viajero puede también disfrutar de esta gustosa forma de vida: Coger un barco privado para recorrer puntos de snorkel y playas preciosas; o elegir un kayak –opción más responsable con la naturaleza- y recorrer los alrededores del lugar donde estés, viendo a pequeños pescadores hacer sus quehaceres diarios o niños que toman barcos para ir al colegio.

Últimos días en el paraíso, mañana empezamos el viaje de vuelta más contentos que unas castañuelas! #paradaise #filipinas #philippines #filipines #panglao #bohol #beach #palm #sea #travel #trip #sun #picoftheday #instagram #instago #instapic #photooftheday #photo

Una foto publicada por Jesus Acebes Sanchez (@sunero) el 22 de Ene de 2017 a la(s) 3:44 PST

Playas. Dejé el país con la sensación de que no hay playa mala en Filipinas. Si no es un arenal increíble de aguas claras y arena fina y blanca (White Beach, en Boracay), tiene un fondo marino espectacular donde ver cientos de peces a cinco metros de la orilla (Alona Beach, en Panglao), presume de un paisaje de los más seductores del mundo (Paradise Beach, en El Nido)  o forma parte de un paisaje único y aislado que te hace sentir afortunado de estar allí (playa de Pamaoyan en los alrededores de Port Barton).

Sin ellas, turísticamente Filipinas no tendría el mismo encanto. Ni el calor se sobrellevaría de la misma manera. Ni las palmeras lucirían tan bellas, tan esbeltas. Ni la luz del ocaso tendría el mismo resplandor. Las playas, más allá del polo de atracción de los que buscamos placer y descanso, son sin duda también una de las más armoniosas creaciones de la naturaleza. ¡Benditas playas!

El problema es que debemos entender, también, que las playas son parte de nuestro medio natural y como tal, no debemos sobreexplotarlas ni maltratarlas (tirar basura, abusar de los tours…). De hecho, debería ser todo lo contrario. Desde estas líneas reclamo que hay que tener conciencia de ello, ya que en algunos arenales de Filipinas este efecto se están notando. Y es muy triste comprobarlo.

Impredecible. No saber qué tiempo te esperará -nosotros fuimos en enero, el mes más seco, y nos llovió e hizo malo varios días-, si el autobús saldrá a su hora o si el vehículo que está en marcha se parará para dar la vuelta y completar el espacio son algunos de los condicionantes que también tendrás en Filipinas. El país es impredecible, tanto por su clima tropical como en la gestión del tiempo, como adelanté.

Pero como en otros aspectos, hay que intentar adaptarse a la situación y ver su lado bueno, que siempre hay uno, por pequeño que sea. Respecto al clima por ejemplo, al final hasta agradecimos que las nubes rebajaran un poco el calorazo que podría haber hecho en otra situación. En cuanto al tiempo: sé previsor, siempre.

Niños. Filipinas es un país joven y por ello, da esa sensación de alegría y verdad tan propia de nuestras infancias. Si hay una imagen que me quedó grabada del país fueron los niños, que a veces solos, otras en pareja o en grupos, volvían a casa del colegio. Muchos de ellos nos saludaban y otros nos miraban siempre con ojos de novedad, como saludándonos y dejándonos claro que éramos bienvenidos. Creo que son ellos los mejores anfitriones y representantes de Filipinas como país.

Arroz. Arroz como principal alimento y base de los cultivos más importantes del país. Sin el arroz y los campos de arroz, la dieta y paisaje filipinos no serían los mismos. En torno a un 37% de los filipinos están ocupados en la agricultura, por lo que podemos imaginar también la trascendencia económica. La visita más conocida en este sentido son los las terrazas de arroz de Banaue y Batad, que nosotros por cuestión de tiempo y agenda no hicimos, pero campos de arroz hay por todo el país. En la excursión a las Chocolate Hills, en Bohol, nosotros vimos un montón, disfrutando de estos bellos paisajes tan propios de la realidad cotidiana del país.

Sonrisa. Por último, Filipinas no solo actúa con naturalidad, sino que practica el liberador ejercicio de sonreír con pasmosa facilidad. Desprende buenas vibraciones y uno se acostumbra rápidamente a lo que es fácil y sencillo. Así fue y así será, espero, si algún día vuelvo. De momento, seguiré disfrutaando del recuerdo.