El experimento filosófico más apasionante del siglo XX fue el que llevó a cabo en laprimera mitad del siglo la Escuela de Kyoto, que trató de aunar el pensamiento filosófico occidental, especialmente la filosofía alemana, con el oriental, sobre todo con la escuela zen.
He leído un libro en el que Nishitani Keiji recuerda a su maestro, Nishida Kitaro, que fue el fundador de la escuela. Lamento decir, para los interesados en el pensamiento de Nishida, que lo que sigue a continuación es lo que yo entendí de lo que Nishitani dijo que había entendido de la obra de Nishida. Además, con el inri, que apenas sé nada de filosofía alemana y mi filósofa de guardia se me ha ido de vacaciones. O sea, los que estén verdaderamente interesados en el pensamiento de Nishida, que vayan a otro sitio. Los diletantes pueden seguir leyendo.
Para entender la importancia de Nishida, Nishitani hace un esbozo de lo que ha sido la evolución del pensamiento occidental y cómo él solito se ha colocado en un callejón sin salida.
La filosofía occidental hasta Kant y Hegel tuvo un fundamento platónico. Distinguía entre el mundo de los objetos y el mundo de las ideas, que trasciende al primero y constituye la auténtica realidad. Con el cristianismo Dios quedó como el fundamento de ese mundo de las ideas. El alma debía transcender el mundo de aquí abajo, para alcanzar la verdadera realidad. Este esquema empezó a venirse abajo desde finales del XVIII, con Feuerbach, Marx, Comte, Mill… Con ellos el pensamiento occidental adoptó otra postura: sólo cuentan los hechos empíricos, no hay un mundo transcendental más allá de ellos. La transcendencia había quedado relevada al nivel de un mero idealismo.
Esta tendencia materialista se produjo en un contexto marcado por el cientifismo. Todos los fenómenos eran reducibles a sus componentes y a las leyes que regulaban sus relaciones. En el siglo XIX surgieron dos nuevas ciencias que extendieron este cientifismo a áreas que hasta entonces habían pertenecido al dominio de la filosofía: la sociología y la psicología.
Con la psicología, los fenómenos de la conciencia empezaron a ser vistos como meros hechos objetivos, a los que ya no cabía considerar con la metodología de la filosofía, sino con la de la ciencia. Wundt, James y Mach abogaron por un empirismo radical en el estudio de la conciencia. Para entender la experiencia de la conciencia había que purificarla de cualquier a priori filosófico y, por otra parte, en un mundo empírico y materialista la experiencia era lo único que contaba.
La vieja metafísica que durante siglos había estado anclada en la religión voló hecha pedazos. Ya no hacía falta ese mundo transcendente, ese mundo de las ideas platónicas. A este respecto Nishitani hace una afirmación que para muchos occidentales del siglo XXI será discutible: “A pesar de este alejamiento de la teoría de los dos mundos y de la exigencia de que mantengamos el contacto con nuestra experiencia real, Dios debe ser recuperado como la base última de todas las cosas en el mundo y como aquél que otorga a la vida humana su curso natural. En otras palabras, era necesario encontrar un nuevo y diferente anclaje para la religión. Tratando de resolver el problema de la ciencia y la religión en favor de la ciencia aceptando el ateísmo y rechazando la religión, las filosofías positivista y materialista se revelaron demasiado unilaterales como para ofrecer una solución operativa.” La postura para muchos occidentales es que el dilema, tal y como lo presenta Nishitani, no existe, ya que la religión es una falacia. Sólo existe la ciencia.
Pero Nishitani da una vuelta más de tuerca. Si el materialismo y el positivismo nos han cerrado la puerta a la transcendencia, su recurso a la experiencia positiva como fundamento de las cosas es una falacia. Lo que presentan como experiencia no deja de ser una construcción dogmática. La experiencia pura, sin aprioris, que defienden sólo existe en su imaginación. Nos cerraron una puerta y la que nos ofrecieron a cambio llevaba a un callejón sin salida.
La salida a ese dilema la ofreció Nishida con su teoría de la experiencia pura como la única realidad. En palabras del propio Nishida: “Durante algún tiempo he tenido en la cabeza tratar de explicarlo tomando la experiencia pura como la única realidad. Al comienzo leí a gente como Mach, pero de alguna manera sentí que faltaba algo. Durante mi lectura se me ocurrió que la experiencia no sucede porque haya individuos, sino que hay individuos porque la experiencia sucede. La idea de que la experiencia es más fundamental que las diferencias individuales ofrecía una salida al solipsismo, mientras que la idea de que la experiencia es activa también hacía posible armonizar mis opiniones con la filosofía transcendental post-Fichteana.” Una observación, porque yo mismo tuve que buscar la palabra solipsismo en el diccionario: si la experiencia es el fundamento de la conciencia, no cabe ya afirmar que es imposible conocer el mundo exterior a la mente. En cuanto a lo de la filosofía post-Fichteana lo dejo en manos de mi filósofa de guardia.
Nishida cree que el problema de los psicólogos y de los empiristas es que han tratado de analizar la experiencia pura desde fuera y así no han captado su verdadera naturaleza. Piensa que su manera de trabajar con ella ha sido desmenuzarla en elementos psicológicos abstractos que luego han vuelto a montar para explicarla. Han sido como médicos diseccionando un perro para entender cómo funciona y porqué mueve el rabo, que después tratasen de recomponerlo. En sus esfuerzos, la experiencia pura se les ha colado entre los dedos.
Nishida comienza advirtiendo que la experiencia pura es un fenómeno individual. Tratar de extraer generalizaciones es perderla. Nishida dice: “Cada vez que entramos en un estado de experiencia pura, en el que la discriminación discursiva ha cesado realmente y donde sujeto y objeto son uno, nos unimos a la actividad absoluta que es la conciencia cósmica…” También dice: “Puede pensarse que los fenómenos de la conciencia implican que el espíritu sólo existe cuando se le separa de la materia. Lo que realmente quiero decir es que la verdadera realidad no puede denominarse ni fenómeno de la conciencia ni fenómeno material.”
Con lo anterior Nishida quiere decir que, en cuanto discriminamos en sujeto y objeto, en espíritu y materia, ya nos hemos salido de la experiencia pura. En el momento que nos decimos que hay un yo teniendo la experiencia y un ello experimentado, la hemos cagado. La experiencia es espontánea, ocurre en sí y por sí misma, “es una actividad independiente que se basta a sí misma”. La experiencia no depende para ser de que la veamos, la oigamos o reflexionemos sobre ella. ¿Alguien necesita ver, oír o reflexionar para saber que está teniendo un orgasmo? Así es la experiencia pura. No sé porqué a los filósofos no se les ocurren estas imágenes tan chulas para explicar las cosas.
Los fenómenos de la conciencia están en un flujo permanente, pero al mismo tiempo funcionan como una unidad dinámica y sistemática. Esta parte de la actividad unificadora de la conciencia se me resiste un poco. “…el hecho fundamental es la función unificadora, que es una constelación inmediata de los contenidos de la conciencia. No es que este poder unificador emane de otra realidad, sino que la realidad es establecida mediante esta actividad. Este principio es el poder unificador de todas las cosas y también el poder unificador del interior de la conciencia. Este principio no es algo poseído por las cosas y las mentes; hace que las cosas y las mentes lleguen a ser. La razón es independiente y se autosustenta y no cambia según el tiempo, el lugar o la persona. El poder unificador del mundo objetivo es idéntico con la fuerza unificadora de la conciencia subjetiva. En otras palabras, tanto el denominado mundo objetivo como la conciencia vienen del mismo principio. Por eso la gente puede comprender los principios básicos que están detrás de la constitución del universo por medio del principio que llevan en su interior.”
Es decir, la actividad unificadora de la conciencia es la misma que la actividad unificadora del universo. En la experiencia reflejamos esa fuerza unificadora que es la base del universo. Lo curioso es que esto que me lía tanto, se vuelve mucho más claro si donde Nishida dice “actividad unificadora”, digo Dios. Dios es el universo y cada individuo es el reflejo de Dios. Esto les sonaría familiar a muchos místicos cristianos e hinduistas. ¿Significa, por tanto, que Nishida era panteísta? ¿Qué es Dios para Nishida? ¿Cómo se le descubre?
Nishida escribió: “Los fundamentos de la realidad que conforma el universo pueden conocerse en el interior de nuestros propios corazones; allí somos capaces de captar la cara de Dios. La libre actividad ilimitada del corazón humano es prueba directa del mismo Dios.(…) La ley de conocer el verdadero yo y unirse a Dios sólo se encuentra en la apropiación del poder de la unión del sujeto y el objeto. Pero para adquirir este poder hay que matar al falso ego completamente, morir de una vez por todas a los deseos de este mundo y renacer.” Nuevamente Nishida formula un planteamiento que habría resultado familiar a los místicos: Dios se descubre en lo más íntimo del corazón y una vez hemos aniquilado nuestro pequeño ego. Nishida dice que esto no es más que lo que los cristianos llaman “renacimiento” y los budistas, “iluminación”.
Esta equiparación de conceptos cristianos y budistas hace pensar si Nishida no estará llevando demasiado lejos las comparaciones, si no estará mezclando peras con manzanas. A fin de cuentas, está comparando una tradición que se basa en un Dios personal con otra que es atea. La pregunta entonces será: ¿qué es Dios para Nishida? La respuesta en la próxima entrada.