Uno se pasa la vida amando cosas que no existen. Lo decía Scarlet O'Hara en Lo que el viento se llevó. Por eso la vida no puede ser tomada en serio. Es tan frágil, su peso es tan liviano, que conviene no dramatizar, no caer en la tragedia, pero caemos, nos inclinamos al drama, que es un género noble, de fuste emocional, en donde quizá estén las pasiones más altas y más nobles de lo humano. Las otras, las pasiones bajas y las más mundanas, son las que ayer - y particularmente anoche - me convidaron a ser feliz. Era una felicidad sencilla, de las que tienen su coreografía de mambo number five en un baile colectivo o de las que no cuentan los gintonics que se van pidiendo en la barra o de las que crean afectos irrenunciables, abrazos historiados. Si para algo sirven las comidas de fin de curso es para saber que uno no está solo, aunque la soledad esté ahí siempre, comedida a veces, brutal en otras. Hay días en los que uno ama las cosas que no existen, pero otros ama lo tangible, todo lo que se puede registrar con los sentidos. Y eso fue lo que ayer ocurrió. No es necesario que suceda todas las noches. Incluso está bien que no suceda todas las noches. Produciría hartazgo todas las noches. Hay gestos de un baile, en un quiebro, en unos brazos que buscan absurdamente en el aire algo que no existe, que producen en quienes los hacen cierta plenitud que no es posible a veces alcanzar de otra manera. Uno trabaja mucho para bailar después con fiereza, desencadenado, como Django el de Tarantino. Para que anoche yo pudiera bailar como lo hice, sin esmero ni estilo, atropelladamente, cuidando de no llevarme a nadie por delante, tuvieron que pasar antes muchas cosas. Borges contaba esto mucho mejor. En su poema Las causas enumera todo las cosas precisas que tuvieron que existir para que las manos de los que se aman se juntasen. Para bailar el mambo número cinco tuvieron que concurrir un análogo número de circunstancias. Hablo de cosas que no existen que pueden que entienda quienes también las perciben. Cosa de fe, sin duda. Los amigos que tuve cerca, todos con los que compartí mi alegría y los que compartieron conmigo la suya, saben de qué hablo, pero los otros, los que no estuvisteis, comprenden la naturaleza pagana y maravillosa de lo escribo. Salud a todos. Buen verano.
Uno se pasa la vida amando cosas que no existen. Lo decía Scarlet O'Hara en Lo que el viento se llevó. Por eso la vida no puede ser tomada en serio. Es tan frágil, su peso es tan liviano, que conviene no dramatizar, no caer en la tragedia, pero caemos, nos inclinamos al drama, que es un género noble, de fuste emocional, en donde quizá estén las pasiones más altas y más nobles de lo humano. Las otras, las pasiones bajas y las más mundanas, son las que ayer - y particularmente anoche - me convidaron a ser feliz. Era una felicidad sencilla, de las que tienen su coreografía de mambo number five en un baile colectivo o de las que no cuentan los gintonics que se van pidiendo en la barra o de las que crean afectos irrenunciables, abrazos historiados. Si para algo sirven las comidas de fin de curso es para saber que uno no está solo, aunque la soledad esté ahí siempre, comedida a veces, brutal en otras. Hay días en los que uno ama las cosas que no existen, pero otros ama lo tangible, todo lo que se puede registrar con los sentidos. Y eso fue lo que ayer ocurrió. No es necesario que suceda todas las noches. Incluso está bien que no suceda todas las noches. Produciría hartazgo todas las noches. Hay gestos de un baile, en un quiebro, en unos brazos que buscan absurdamente en el aire algo que no existe, que producen en quienes los hacen cierta plenitud que no es posible a veces alcanzar de otra manera. Uno trabaja mucho para bailar después con fiereza, desencadenado, como Django el de Tarantino. Para que anoche yo pudiera bailar como lo hice, sin esmero ni estilo, atropelladamente, cuidando de no llevarme a nadie por delante, tuvieron que pasar antes muchas cosas. Borges contaba esto mucho mejor. En su poema Las causas enumera todo las cosas precisas que tuvieron que existir para que las manos de los que se aman se juntasen. Para bailar el mambo número cinco tuvieron que concurrir un análogo número de circunstancias. Hablo de cosas que no existen que pueden que entienda quienes también las perciben. Cosa de fe, sin duda. Los amigos que tuve cerca, todos con los que compartí mi alegría y los que compartieron conmigo la suya, saben de qué hablo, pero los otros, los que no estuvisteis, comprenden la naturaleza pagana y maravillosa de lo escribo. Salud a todos. Buen verano.