Fin de curso o la agotadora espiral de festivales varios (por Arantxa)

Publicado el 04 junio 2014 por Imperfectas
Estamos en esa época del año tan especial y enternecedora como desvastadora para los padres, sobre todo para ellas, de la que ya dio buena cuenta Chelo hace cuatro años. Es el mes de junio, cuando acaba el curso y se acumulan festivales, actuaciones y exhibiciones de nuestros vástagos. Es agotador, estresante, y además yo soy una de esas madres que no cose más que los botones cuando se han caído o están a punto de hacerlo y que se queda fascinada cuando alguna otra madre, ante el reto de hacer un disfraz -no sé por qué ellos, los progenitores, no gustan de practicar el arte de la costura- te dicen que “eso es muy fácil”. Tan fácil  como hacer el pino puente o cambiar la rueda del coche, sencillito, rápido y al alcance de cualquiera.
No sólo no es fácil, sino que yo no estoy  disfrutando volviéndome loca de un lado a otro en busca de las telas y los complementos que van a convertir a Daniela en una sirena el día de su graduación de infantil. No me produce placer alguno, y sé que no hay la única madre a la que le cambia la expresión de la cara, para mal, cuando se anuncia que los nenes van disfrazados en el fin de fiesta.
Conozco alguna mamá que tira de su propia madre o de la suegra –si es que las hay que son unas santas, ayudan con los nenes y encima se curran el trajecito de turno- pero como en mi caso nadie cose, he recurrido a una costurera. Es lo más fácil, lo más cómodo, aunque te das cuenta de que te encantaría saber coser para hacerle el disfraz a tu niña y que fuera presumiendo, orgullosa, de que se lo ha hecho su mami. Pero no es así, y Daniela podrá ir contando como mucho que su madre casi se vuelve tarambana con el disfraz de marras. Ponte a buscar telas e ideas en internet cuando no tienes tiempo para nada. Además, un disfraz de sirena no es nada minimalista. Mi hija va a llevar hasta peluca y mucho brillito.
En mi época te disfrazabas en Navidad y en mi caso casi siempre de pastora. Todos los años igual, cero complicación. Ahora todo es más difícil. Los niños hacen extraescolares –y más de una, en muchos casos- y  cada actividad lleva su pesado fardo para fin de curso. O seré yo, que todo se me hace un mundo. Por ejemplo, la natación. Resulta que la piscina a la que van es muy grande y van a organizar una fiesta con los papás y las mamás en remojo también, tras la exhibición y la entrega de medallas. Así que tengo que buscar un gorro de baño para el evento y ninguno me convence. Los encuentro todos horribles y además poco prácticos o con poca capacidad para contener mi mata de pelo.
Por último, está la obra de teatro en inglés. Martina va  estar preciosa con un disfraz muy regio, comprado, sí, lo confieso. Y no por pijerío, sino porque casi todos los que tiene o le quedan cortos o están hechos polvo. He comprado una tiara divina, digna de una reina -es the queen- de siete años, pero la cara b es que hay que ensayar en casa, o sea más trabajo.
Al menos la actuación de la clase de baile moderno no me supuso demasiado esfuerzo. Pero como soy una obsesa del detalle di muchas vueltas  hasta que decidí que había que simplificar, esto es, que si la profe había dicho que fueran de rosa o morado por la parte de arriba y de oscuro por abajo y que, por favor, no nos complicáramos la vida, el azul marino también valía para los leggins de una y que quien dice morado, dice lila y da igual que el rosa sea fucsia o pastel.
No sé si con tanto ajetreo disfrutamos de lo importante, de la esencia, y complicamos demasiado unos momentos que también son bonitos. Quiero pensar que cuando lleguen los días que están marcados en el calendario de junio como señalados, esas fechas que congregan a padres y abuelos mirando a sus criaturas actuando o nadando como pececillos, lo veré todo de otra forma. Con una mirada más festiva, seguramente. E indudablemente más relajada.