Fin de fiesta

Por Mimaki

JUAN JOSÉ MILLÁS 04/06/2010

A ver si lo hemos entendido bien:
tenemos, como reino y como individuos, una deuda que nuestros
acreedores desconfían de cobrar. Es cierto que nos prestaron el
dinero sin exigir garantías, como si buscaran, justamente, lo que
está sucediendo, pero eso ahora no importa. Lo que importa es
que los prestamistas, preocupados de súbito por nuestra
insolvencia, envían a sus matones financieros con el siguiente
mensaje: reduzcan, para pagar lo que nos deben, su nivel de vida
o les rompemos las piernas. Como ya hemos visto otros países
con las piernas rotas, y resulta un espectáculo sobrecogedor,
obedecemos sin rechistar, y a toda prisa. Menos medicinas,
menos enseñanza, menos justicia, menos cheques bebés, menos
leyes de dependencia, menos autopistas, menos trenes, menos
pensiones, menos salario, menos indemnizaciones por despido,
menos salir a cenar, menos alegrías.
Pero al ejecutar la operación
advertimos con espanto que la reducción del nivel de vida que nos
exigen provoca menos trabajo, menos crecimiento, menos ingresos
y, por tanto, más déficit, es decir, más deuda y más dificultades para
hacernos cargo de ella como personas responsables. La situación es
idéntica a una de esas pesadillas en las que corres sin avanzar, caes
sin caer, subes las escaleras sin llegar nunca a la azotea o, peor aún,
descubriendo que la ascensión conducía al sótano. Parece que lo que
buscan a toda costa nuestros prestamistas es una coartada para
rompernos las piernas. La economía es una disciplina complicada.
Personalmente, no la entiendo, pero tampoco escucho nada inteligible a
los expertos. ¿Dónde empezó todo? ¿Es rentable el negocio de la
ruptura de piernas? ¿Quién nos ha entrampado de esta forma?
¿Sabían los políticos que nos han gobernado durante los últimos
20 años que la fiesta terminaría de este modo?