-Un bocadillo de tortilla de patatas y una cerveza –pidió Pablo al camarero, un cincuentón calvo y de ojos demasiado juntos, que servía sin dejar de mirar la pantalla de la televisión, donde se emitían los resúmenes de los partidos de fútbol de la jornada liguera.-Le cobrarán en caja –explicó el camarero a Pablo mientras hacía crujir sus mandíbulas al comprobar que su equipo, el Club Deportivo Español, había vuelto a ser bochornosamente derrotado.En la caja de la cafetería, una mujer anciana, con aspecto de haber superado hacía tiempo la edad de jubilación, esperaba a Pablo con una dulce sonrisa impresa en los marchitos labios. A Pablo le recordó a su propia madre cuando le alargó el tíquet y buscó su billetera para pagar.-No, no, hijo mío, no es necesario que me dé dinero –rechazó con un gesto la cajera-. En lugar de eso, me pagará con una confesión y una promesa. -No comprendo –respondió Pablo, perplejo -.¿Qué se supone que debo confesar? ¿Qué debo prometer? ¡Sólo quiero pagar por el bocadillo y la bebida!-Confiesa, al menos, que tienes hambre.-Está bien –concedió Pablo-, confieso que tengo hambre. Pero tengo propósito de enmienda: voy a comerme ese bocadillo, si usted me lo permite.-¿No tienes nada más que confesar? ¿Has sido bueno con tu madre?Pablo miró al exterior. La niebla parecía haber adquirido una corporeidad ominosa, como si fuera menester valerse de un machete para abrirse paso en ella.-A mi madre nunca le he escuchado. Ya sé lo que va a decir y siempre me adelanto. No le dejo hablar – confesó Pablo.La cajera, que había parecido rejuvenecer súbitamente, puso sobre el mostrador una copa colmada de un espeso licor rojo.-Has hecho una buena confesión y detecto tu arrepentimiento. Sólo falta que hagas una promesa y podrás beber el contenido de este cáliz.-Gracias, me conformo con mi bocadillo y mi cervecita… -repuso Pablo mirando con ojos anhelantes a su frugal cena, que le parecía ya inalcanzable, en poder de la intrigante empleada.-Escúchame con atención: si me haces una promesa que lo merezca, podrás beber este rico néctar y, debo advertirte, quien lo bebe, cumple, necesariamente, cualquier promesa que haga. Así que piensa bien en qué promesa tendrías especial interés en cumplir.Pablo pensó en Teresa, en la merienda que ella había olvidado hacerle y declaró, con voz firme y clara:
-Prometo que amaré a Teresa toda mi vida y que haré todo lo posible por hacerla feliz. –Y, alargando la mano, tomó la copa, que rebosaba, y la vació de un largo trago. Fuera, la niebla se disipó y Pablo caminó entonces en la noche, hacia su solitaria habitación, olvidando sobre el pupitre de la cajera su bocadillo y su cerveza.