Casualmente dos de las películas que más ansiaba ver fueron las dos últimas. Comparten también de una forma u otra, temática, y es la transformación de dos mujeres en un entorno extremadamente hostil. Lamentablemente no todas mis expectativas se saciaron. Dos propuestas muy seductoras aunque también arriesgadas.
“Melancholia”, el Lars menos controvertido.
El fin del mundo se ha abarcado de muchas y múltiples formas, desde el carácter sensacionalista y grandilocuente de gente como Emmerich, al más intimista, de la mano de gente como Tarkovski y su “Offret (el sacrificio)” , obra de la que se podria decir que hace todo un homenaje. En ambas el carácter familiar tiene un peso importante, pues es el eje de la película, en ambas ese carácter familiar se ve enfatizado por una celebración -en Offret es un cumpleaños, mientras que en Melancholia una boda- y el componente “mágico” hace presencia en la más sutil de las formas.
La película nos narra la relación entre dos hermanas, Justine y Claire (sensacionales Kirsten Dunst y Charlotte Gainsbourg), tomando como contexto la boda de la primera, mientras un misterioso planeta -de nombre Melancholia- parece colisionar en cualquier momento contra la Tierra. Con estos ingredientes, y como es de suponer, el fin del mundo es solo el telón de fondo, el contexto idóneo para mostrar la verdadera naturaleza de nuestras miserias humanas.
Una de las cosas que más destacan a priori es una fotografia insólita, con un dominio absoluto de la camara lenta, como ya demostrara en los primeros planos de “Antichrist”, y un acompañamiento musical soberbio, de la mano de un clásico como Wagner -con arreglos de Kristian Eidnes Andersen- que alcanza cotas magníficas, como en ese hipnotizante plano final con un crescendo que hizo literalmente vibrar la sala (imprescindible ver en el cine), impresionante.
Por otro lado y en lo que se refiere a los personajes, es donde más me ha sorprendido Lars, y donde se establecen tal vez las diferencias más evidentes con el mentado film de Tarkovski. Aquí los diálogos son más bien escuetos, y en la gran mayoria de casos crípticos, de esos que seguramente haya que hacer un pequeño esfuerzo por parte del espectador, a entender los “interlineados”, lejos de esa retórica casi verborreica del caso de “Offret”, que se aproximaba al fenómeno de una forma absolutamente racional, más enfrascada en el debate conceptual (más heredera de Bergman). Lars aquí escoge el lado más visceral, más emocional, ese lado más inaccesible, escondido e indomable, y no va a dejar al descubierto las razones de la perturbadora transformación del personaje de Kirsten Dunst -aunque sean bastante interpretables-.
Pese a la contención y brillante pero sutil presentación de los personajes en su primer capítulo -la boda- lo cierto es que en su segundo capítulo el detonador no satisface al que esperaba -como yo- un encarnicado conflicto familiar entre las dos hermanas protagonistas. Todo se queda en un par de frases y en un par de momentos donde si podemos reconocer a ese director experto en reconcomer la conciencia del espectador, pero que evidentemente no acaba de satisfacer.
La sensación que queda al final es de una película correcta, con momentos brillantes, que sabe explotar muy bien el comportamiento de sus secundarios -impresionante Kiefer Sutherland, entre tantos otros-, pero que se queda a media jugada con sus dos protagonistas, dando la sensación que nunca se acaba de explotar del todo, que nunca llegamos a presenciar esa desestructura total que se va intuyendo a lo largo del relato.
“Sleeping Beauty”, una imagen no siempre vale más que mil palabras.
Siguiendo los estigmas de muchos de sus coetáneos en el cine indie, Sleeping Beauty se antoja como un ejercicio de estilo soberbio que crea una frívola, hipnotizante y enrarecida realidad, pero no sabe cuidar de igual forma su contenido. Una premisa realmente interesante que acaba de un plumazo, sin apenas clímax, de nuevo siguiendo ciertos esquemas del cine más supuestamente “revulsivo” y que genera en el espectador una sensación de vacío, de vacuidad, difícilmente satisfactorios.
Sleeping Beauty nos narra la historia de Lucy (Emily Browning), una joven estudiante que en vista a poder llegar a fin de mes se va adentrando poco a poco en un voraz mundo de caprichos aristocráticos.
Julia Leigh domina con maestría una dirección que bebe de una puesta en escena heredera del Kubrick más epidérmico, con una frialdad casi documental, ayudada siempre de largos y sofisticados planos que parecen mantener esa mirada alienada, como mero espectador, sin involucrarse en absoluto en los acontecimientos, y una brillante e impoluta fotografía. Por la parte del guión es destacable también el absoluto laconismo de todos sus personajes, destacando la fría e inanimada Emily Browning, con sus escapadas nocturnas, esa fuerza sexual casi patológica para contrarestar una sensación de vacío existencial, que complementan de nuevo esa visión casi “plastificada” del carácter deshumanizado e intencionadamente artificial que envuelve esta película.
Y entre medio de todo esto, unas tramas secundarias que si bien parecen contener atisbos de humanidad y/o profundidad en nuestra protagonista, se quiebran y se cierran de forma abrupta, tal vez intencionadamente, pero fracasa en su exceso pues la empatia con la protagonista se torna nula, y perdemos la perspectiva de lo que nos estan contando. ¿No era acaso una película sobre la transformación de un personaje? ¿dónde esta el corte intimista que requiere una premisa así? No lo tiene. Leigh en su afán por dibujar minuciosamente esa realidad pierde de vista a sus personajes y los deja como meros títeres que actuan casi por inercia, obviando la implicación por parte del espectador. La trama y la exquisita atmosfera apuntan muy alto, y eso mantiene en vilo a un espectador ansioso por un climax a la altura, algo que de alguna manera justifique esta especie de “naderia” consciente. Una batalla que definitivamente pierde con un final estéril, que ni cierra ni abre un nuevo ciclo, ni sabemos qué significa, si es que significa algo más allá de lo que nos muestra, que es nada.
Los momentos a rescatar de la película realmente son unos cuantos, yo la he disfrutado en su mayor parte, pero la sensación de vacío que se apodera de uno tras verla es tan grande que sale bastante perjudicada si hacemos balance. Así pues, podriamos hablar de una propuesta conceptualmente fallida, que podria haber explotado mucho más los recursos de una historia que se antojaba muy perturbadora y que ha optado por disfrazar de temerario algo terriblemente convencional.
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Y aquí, como uno de mis múltiples recuerdos, dejo mi bonus track del festival, una foto que pude hacerme con Jaume Balagueró y Paco Plaza (directores de la saga “REC” -entre otras-, para el que no los reconozca, son los que no llevan una acreditación colgando del cuello jajajaja).
Hasta aquí mi especial de este último certamen de Sitges. Desde aquí quiero dar las gracias a la organización por todas las facilidades y comodidades que nos han brindado como acreditados de prensa. El año que viene más (crucemos los dedos