Fingidor, un poema de El bar de Lee

Publicado el 30 junio 2015 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
Conozco a Víctor Peña Dacosta de las redes sociales. Hace unos meses intercambiamos poemarios. Reseñé su libro La huida hacia delante en el siguiente enlace: AQUÍ. A Víctor le hice llegar mi poemario doble El bar de Lee. Hace unos días me comentó que lo había leído, y que el poema que más le había gustado era el último, uno titulado Fingidor, que resume los temas del segundo poemario (el titulado El calvo del Sonora). Lo colgó en su blog de poesía Arrebatos alíricos (ver AQUÍ).
No estoy seguro de haber dejado o no el poema Fingidor en el blog, pero me apetece que aparezca hoy aquí, en cualquier caso:
FINGIDOR
Ella, correctora profesional, en un nuevo asalto a las editoriales -fortalezas inexpugnables, las llama Fonollosa- había revisado mis dos libros de poemas, escritos hacía seis y nueve años, y en el gran espacio vacío del restaurante chino de la plaza de los Cubos, desangelado como una nave espacial que con ahínco trasportase bambú y garzas de plástico a una galaxia remota, dijo: me he agobiado, tu no sientes eso que está ahí por mí, por no hablar de mi obsesión con las rubias y las extranjeras.      El poeta es un fingidor, cité de Pessoa.
Había tratado de dar fuerza, presencia, a días grises, manipulando los hechos y los sentimientos  -incluso con tintes becquerianos que después me avergonzarían- y lo rubio fue, en el país mediterráneo de mi vida, símbolo de lo inalcanzable.
Esto, supongo, será diferente para los publicados, tendrán lectores que no busquen hurgar en su interior, a los que -tras leer mi última novela inédita: Entonces ¿tú te vas de putas?- no haya que explicar que Cervantes no era quien se adornaba con una bacía de barbero.
¿Y dónde está mi poema?, me espetó ante la mirada atenta y algo irónica de los desocupados camareros chinos, tripulantes de una nave espacial que custodiase negros secretos de la Tierra. Pero ya me había dejado atrás la órbita de aquellos libros, y como ahogados que devolvía el mar del tiempo por entonces arribaban a las orillas de mi mente las imágenes de un borracho solitario al que trataba de dignificar sobre el papel, un maestro que cruzó mi niñez, una mirada indagadora sobre la vocación o un exorcismo sobre mi vida universitaria a los veinte años.
No mucho después se acabó la relación, yo no sentía eso que está ahí. Pero sí había deseado seguir con ella, morena de película italiana. Estaba madurando, no había salido corriendo, como en las otras ocasiones, ante el mínimo atisbo de un futuro estable.   Ella se había creído mis poemas, y supongo que esto debería anotarlo –igual que en la cancha el último triple que te hace campeón- como el auténtico triunfo de mi arte. Aquí, aquí está,                tu poema.