De modo que ahí tenemos a John Muir: granjero, inventor, pastor, naturalista, explorador, escritor y prototipo de ecologista. Estudiante hasta los once años en un pueblo de la costa escocesa, de donde la familia emigra en 1849 para instalarse en los Estados Unidos, lugar en que -el joven Muir aún no lo sabe- la luz, y no hablo en sentido figurado, le será revelada.
El retrato de John que dibujan los cronistas continúa con un padre muy autoritario que hace trabajar a su familia desde el amanecer hasta la caída del sol, de forma que cada vez que tienen ocasión de abandonar el arado, el joven Muir y su hermano se entregan a la más absoluta libertad en los campos y bosques de Wisconsin: ahí empieza su idilio con el paisaje.
Salto temporal para no alargar demasiado el post: en 1867 John Muir sufre un accidente que le conducirá a tomar la resolución de dedicar su vida a la conservación de la naturaleza que tanto ama. Comienza a viajar por el mundo, recorriendo incluso a pie las 1.000 millas que separan Indianapolis del Golfo de México, y en uno de sus viajes queda cegado (ahora si es una figura literaria, aunque precisamente el accidente al que antes me refería por poco le deja sin visión) por la luz californiana. En 1868 escribe, a propósito de las montañas de Sierra Nevada en California y Yosemite: “Entonces me parecía que la Sierra debiera ser llamada no Nevada, sino de la Luz, la más bonita de las sierras del mundo.” En 1870 plantea su teoría de la glaciación del valle de Yosemite, ganando con ello un notable prestigio. Incapaz de alejarse de aquellas cumbres a las que quiere entregar su vida, se instala a vivir en una cabaña en el valle de Yosemite…
¡Ajáaa! ¡La cabaña! ¡¡Lo sabía!! SIEMPRE hay una cabaña, por algún lado: un lugar en el que los tipos sensibles se encierran cual Salinger para crear sus obras, una diminuta esclusa perdida en alguna ladera de algún valle de algún lugar remoto desde la cual descargar sobre el mundo océanos de sensibilidad, (cuando no toneladas de melancolía, ¿eh, Bon Iver? ¿eh, Ry X? ¿eh..?). La cabaña, como no. Y tal vez Sean Carey no tiene cabaña, pero suena como si se hubiera instalado en la del mismísimo John Muir: igual de enclenque frente a los embistes de la vida (¿por qué no ponen la maldita etiqueta de “Frágil” cuando embalan este tipo de productos?), pero sin duda más espaciosa y luminosa que la de su colega y amigo Justin Vernon. Como si lo que se escapara por las rendijas, entre los tablones de madera, no fuera exactamente tristeza, sino una maravillosa sensación de calma. De paz. De -creo que esta es la palabra más precisa- amplitud. Un delicado punteo de guitarra, apenas unas notas al piano, una voz: una música que apenas se eleva unos palmos del suelo, pero que se escapa planeando de los ajustados márgenes del formato canción para expandirse en todas las direcciones.
“Fire-Scene” es el tema de adelanto del que será el nuevo trabajo en solitario del baterista de Bon Iver, después de un debut muy celebrado por la crítica en 2010, y un EP de 2012 (“Hoyas“) que podía leerse como su particular “Blood Bank“. Se llamará “Range Of Light“, se publicará en abril de la mano deJagjaguwar, y está inspirado, sí, en el modo en que la luz californiana acaricia las cumbres más hermosas, en la forma lenta en que la tarde envuelve en sombras la corteza rugosa de las sequoias. A John Muir le hubiera encantado. A mí también.
“The city’s fire
Trapped behind the earth
Digging in your deepest dirt
The reddest hue
Reminds you of you
Clinging love and falling true
On and On
All I want is honesty
Tree has snapped
Sparks are flying everywhere
Cables burnt and lines flare
And when the all in all
Comes falling down
It was just an accident
Something you can’t help
On and On
All I want is honesty“