Firmin es el típico ratón de biblioteca. Literalmente. Los que amamos los libros y el estudio sabemos lo que eso significa y el poco valor que se le da a esto en una sociedad que da más importancia a la imagen y a lo material que al desarrollo del intelecto. Mirados de reojo, como a un bicho raro, sintiéndose siempre como sapo de otro pozo.
Volvamos a nuestro protagonista, quien es despreciado por su familia y considerado un estorbo para la supervivencia del grupo. Firmin nació en una librería y tiene numerosos hermanos que siempre le ganan de mano a la hora de mamar, dejándole, en el mejor de los casos, los restos de la leche materna. Esta circunstancia hace que nuestro pequeño heroe siempre tenga hambre, y busque un alimento alternativo.
Su hogar está lleno de papel. Fino, grueso, a color o en blanco y negro, con ilustraciones o sólo texto: toneladas de papel que se vuelven -luego de acostumbrarse a su sabor y textura- en su alimento predilecto. Alimento del cuerpo hasta el día en que se da cuenta de que de tanto masticar palabras ellas se le han hecho familiares, han entrado en su organismo y ahora no sólo puede comer el papel para alimentar su cuerpo sino que también puede leerlos para alimentar su espíritu.
Firmin, de Sam Savage, es un libro maravilloso, conmovedor, que llena el espíritu de alegría y amor por los libros y las palabras.
Este pequeño personaje se vuelve grande a través de su capacidad, lo cual le va abriendo puertas que jamás -en su vida de roedor- podría haber imaginado. Los libros le permiten conocer personas imaginarias y, además, relacionarse con un escritor frustrado que será el mejor amigo y compañero que tendrá en su vida.
Escrito con delicadeza, sin golpes bajos ni estridencias, Savage nos invita a participar del mundo de Firmin, tan pequeño y grande a la vez como el mundo que cada uno de nosotros habita.