REALMENTE, MAÑANA SERÁ OTRO DÍA . Pelic: Lo que el viento se llevó.
La primera edición del festival fue en el año 2003. Desde entonces han estado dale que dale, para que en el desierto de Argelia se pudiera realizar un festival de cine. En un espacio en el que hay una electricidad muy precaria y en el que las casas son de adobe, se las han ingenidado para llevar a término el XVIII de FiSahara (hubo 3 años que no se realizó). Su huella ha sido la escuela de cinematografía (Abidi Raid Salen) que va abriéndose paso en unos campos de refugiados donde la vida no es fácil.
Las proyecciones se realizan en el desierto a 1500 kilómetros de la capital argelina, a 500 de la Aaiún y a 700 de Rabat, y lo hacen para una población de 175.000 personas diseminadas en 5 campos de refugiados. Es el lugar elegido en el medio de techos de metal y en la oscuridad de la noche. El objetivo es establecer relaciones entre artistas y activistas saharauis y sus homólogos occidentales. Hasta allí llegan para participar actores, actrices, directores y hasta algún premio Nobel de la Paz.
El cine une culturas y visibiliza los problemas. Es una experiencia de ocio poco habitual entre los refugiados y menos si esta se enmarca dentro de un Festival Internacional. En la última edición el lema fue "Nuestra jaima en el cine: Resistir es vencer". Pues eso, queda dicho y explicado a los 30 medios internacionales que hasta allí se desplazaron en la última edición. Aprovechando el marco que ofrece el festival, también se realizan presentaciones de realidad virtual, actividades de observación astronómica, mesas redondas y talleres audiovisuales.
El FiSahara se organiza con voluntarios saharauis y españoles, a los que se les une el mundo del cine (productoras, directores, actrices...). Las familias acogen a los visitantes durante los días que dure el evento y se convierten en embajadores del gobierno Saharaui. Y ahí están haciendo posible lo imposible. Con un par.