El amor después del amor. Una sentencia que nombra un disco de 1992 y que, poco más de 30 años después, ya forma parte de la cultura popular. Catorce cortes que conforman un tratado sobre las relaciones humanas y es el disco más conocido -que ya es decir- de Rodolfo Páez (Rosario, 13 de marzo de 1963), una persona al que es imposible acercarse sin comprobar el carácter sagrado que le confieren sus fans.
Todo son excesos en la vida del argentino, y para la efeméride de uno de sus mejores álbumes no iba a ser menos: ha editado un libro de memorias, Infancia y Juventud, Netflix ha lanzado una serie documental sobre su vida y además el disco ha renacido en una versión regrabada (EADDA9223) con multitud de colaboraciones, de Nicki Nicole a Elvis Costello pasando por Chico Buarque o Estrella Morente.
En directo el ritual comienza con la banda tocando 'El amor después del amor', y casi a media canción, cual aparición mariana, surge Fito, apolíneo, seguido por un aparatoso camarógrafo. Podría ser una parodia, pero el rosarino se afanará visiblemente para que la cámara capte los mejores momentos del concierto, ¿otro documental en ciernes?. Media hora más tarde comentaría que es algo muy argentino "irrumpir de una manera insólita dentro de una estructura establecida".
Pocos momentos de calma se vivieron, y es que en un concierto de Fito Páez la felicidad no es suficiente. Exigimos euforia. Exaltación más que vivida en temas como '11 y 6', 'La rueda mágica' ("el tiempo existe y rueda") o 'Mariposa tecnicolor'. Durante algunos momentos es imposible oír al cantante sobre el público, y abrazamos el tópico -para bien o para mal- de que esas canciones ya pertenecen al pueblo.
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A estas alturas de le película Páez baja medio tono sus temas para conseguir llegar con holgura, un detalle sin importancia cuando la expresividad es lo más valioso en temas como la preciosa 'Un vestido y un amor' o la no menos bella 'Al lado del camino', de lágrima obligatoria para mayores de edad. Además juntó en una medley cinco de sus temas menos conocidos, un regalo para los más acérrimos, y el ejército de remeras albicelestes estalla cuando elogia a sus compatriotas: "Ninguna inteligencia artificial hará nada como Spinetta o Charly García".
"No hay nada más extraordinario que perderse en la vida" nos cuenta, "en mi vida delirante, zarpada, he buscado la identidad. ¡dejadme hablar!" prosigue, "y apareció una canción que, hasta el día de hoy, me parece que es una de las pocas cosas que debo haber hecho bien". 'Tumbas de la gloria' también es de nuestras favoritas, un auténtico himno de estadio con su concepción flamígera y sus teclados majestuosos.
Aquí el protagonista es Páez y la banda no le resta un ápice, los arreglos de viento son eficaces -muy puntualmente brillantes- y el guitarrista aprovecha sus momentos en primera línea con su camisa de chorreras, sus intensos solos y su deje Gallagher. Cuando no le toca cantar Fito gusta de dar la cara a sus músicos y les dirige como si fuera un director de podio y batuta.
'Ciudad de pobres corazones' se inicia de forma lúgubre, con redobles de tambor y teclas espectrales sobre los que resuenan vientos casi de semana santa. El cambio es radical cuando el rock asume la crudeza del asfalto y la banda regala orgasmos guitarreros mientras Fito se vacía por dentro exclamando "no me verás arrodillado". Menuda intensidad instrumental, nos viene a la cabeza una frase de Bunbury: "si no te gusta el rock te va a doler", gran definición para un rocker espectacular donde nos volvimos a rendir a la visión del semidios argento y sentimos como Charlie Watts, desde el edén, pedía una nueva vuelta.
Fito Páez es una entidad de culto en latinoamérica. En España su música nunca ha pegado tanto como, por ejemplo, la de sus coetáneos Los Rodríguez, a pesar de que el astro ha vivido en Madrid y se siente madrileño a su manera: "Te quiero Madrid, aquí hice canciones, crié hijos, me emborraché, hice amigos. Me morí y volví a nacer. Los quiero con locura". 'Y dale alegría a mi corazón' cantada por el público durante 10 minutos de adoración, puso el broche final a un evento que nos transportó a un boliche rosarino donde la vida durante 2 horas se vuelve tan apasionada como la hinchada tras un gol.
Arnaldo Antunes y Vitor AraújoAbrieron la noche el dúo formado por Arnaldo Antunes y Vitor Araújo. El primero es un enigmático crooner de 62 años con casi 20 discos y multitud de libros de poesía en su haber. El segundo aparenta la mitad de sus 34 años y es un consumado pianista que muestra una pasión casi física por su instrumento, pulsando cuerdas para grabar bases y, seguidamente, acompañarlas con fervorosas melodías con el rostro en éxtasis a pocos centímetros del teclado.
Impecablemente trajeados de negro, Antunes se pasea por el escenario fingiendo un precario equilibrio, recitando versos y mostrando cuatro vistosos anillos por mano mientras sacude su cuerpo en violentos espasmos entre los liberadores paisajes de Araújo. Entre sus temas destacamos 'O Real Resiste', casi rapeada con una letra que se enfrenta a la postverdad de la extrema derecha violenta, al mando durante demasiado tiempo en su Brasil natal y en la actualidad en plena metástasis planetaria. También la breve 'No Fundo', que con voz grave y constantes aliteraciones nos fascina, a pesar de nuestro desconocimiento del portugués. Un verso libre, un artista total.