"Fitzcarraldo" de Werner Herzog

Publicado el 09 diciembre 2009 por Troncha
Cuando uno es joven siempre tiene la cabeza llena de sueños, según el tiempo va avanzando algunos se van consiguiendo y otros van saliendo por donde van entrado. Queremos ser distintos al resto en todos los aspectos y al final de la carrera vemos que somos exactamente iguales al resto, practicamente sin distinción. Fitzcarraldo (Klaus Kinski) es eso un soñador, que a diferencia del resto de los que le rodean no ceja en su empeño.
Quizás creer mucho en un sueño no supone conseguirlo, pero como es posible negarle nada a un hombre que le pone tanta fe y empeño a las cosas. Muchos en contra de lo que se pudiera pensar se vendrían abajo y no querrían seguir adelante, cuando las cosas no pintan demasiado bien, pero el señor Fitzcarraldo para nada es de ese tipo de personas. Saca la parte positiva de la negatividad de las cosas, en realidad es un optimista desmesurado.
Personaje por tanto particular donde los hay y como no podía ser menos el actor que lo interpreta. Kinski no parece saber de reservas ni mesuras, sus personajes se caracterizan por se una total entrega, vuelca su propia personalidad en el mismo. Escena tras escena nos damos cuenta de esta simbiosis perfecta entre personaje y actor, algo que por supuesto el espectador agradece, y aun elogiándole pienso lo difícil que debe ser de dirigir, sino que se lo comente al mismo Herzog.
Como se apuntaba anteriormente Herzog nos lleva hasta un Perú totalmente salvaje, un país practicamente engullido por una selva a la que los occidentales tan solo desean hincarle el diente. Es la tierra de las oportunidades, muchas materias primas sin explotar y esperando a que el más avispado haga negocio de ellas, sin preocuparse de a quien afectará todo esto. Sin tener en cuenta la población nativa que pierde sus casas, sus costumbres y en definitiva su identidad.
Fitzcarraldo pretende ser uno más de estos esquilmadores, pero los indios ven en él una especie de Dios, con el que deciden colaborar a la hora de transportar el barco. Nadie sabe el porque de su actitud, es el gran enigma de la historia, pero aun así se dejan llevar por al situación, después averiguaremos ese porque y quedaremos o no satisfechos. Pero lo principal es que da la sensación que nuestro protagonista pertenece a ese entorno en el que se mueve, de ahí que consiga congeniar con el colectivo que habita el más temible y profundo amazonas.
Sobra decir lo impresionante de la fotografía y de todo el entorno que se nos muestra, hay momentos en que da la sensación que estamos dentro de ese barco que navega por el río o por la montaña dependiendo de la situación. Es un film en el que las imágenes hablan por si sola, y cobran mayor protagonismo que los diálogos, el recorrido del navío por el río nos muestra una serie de episodios y de encuentros con unos y otros que acaban entreteniendo sobremanera al espectador (véase la escena de la estación abandonada).
El caso es que el largo deambular fluvial, parece representar un recorrido por la vida del personaje principal, la vida nos hace heridas que vamos curando, pero que nos dejan cicatriz, como le ocurre al propio barco al regreso a puerto. Un deambular de lo que ha sido su vida hasta ahora y de lo que probablemente seguirá siendo. Una vida no del todo sencilla, con obstáculos, pero lo más importante de todo con una fe inquebrantable para poder sortearlos y seguir adelante. De hecho si nos damos cuenta la película no termina cuando aparece la palabra fin, si lo analizamos detenidamente nos daremos cuenta que es un nuevo inicio de otro episodio de la peculiar vida de Fitcarraldo.

TRONCHA