El hecho es que Flaubert se pasó treinta años recogiendo ideas para atacar los tópicos de la burguesía francesa del XIX. Pretendía exponer los límites y fracasos de la democratización del saber, luchaba contra la pereza mental generalizada. Como ya ocurre en muchas de sus novelas, ataca los convencionalismos. Quería subtitularlo Enciclopedia de la estupidez humana.
El 17 de diciembre de 1852, en carta a su amiga Louise Colet, dijo: “He vuelto a rumiar una vieja idea, la de mi Dictionnaire des idées reçues… El prefacio, sobre todo, me excita, y de la forma en que lo concibo (será un libro completo), ninguna ley podrá alcanzarme, aunque habré de atacarlo todo. Será la glorificación histórica de todo lo que se aprueba ( … ) En él se encontrará, entonces, por orden alfabético, sobre todos los «temas posibles, todo lo que es necesario decir en sociedad para convertirse en una persona decente y amable”. Finalmente el manuscrito encontró acomodo en las páginas de Bouvard y Pecuchet, el libro que dejó inacabado por muerte repentina. Se publicó por primera vez en 1911 como apéndice de esta novela.
No es especialmente gracioso ni inteligente, tampoco (siquiera) ferozmente fustigador. Cosas que se repiten y sobre las que nadie parece haber reflexionado mucho ni explica nunca, epítetos fijos, actitudes recomendables para quedar bien. Un batiburrillo de cosas que valen como curiosidad pero que yo no consideraría parte de la producción destacable del francés.
Algunas voces para que se hagan una idea:
• Academia Francesa. Denigrarla, pero tratar de ingresar en ella si se puede.
• Ajedrez. Demasiado serio como juego, demasiado frívolo como ciencia.
• Bases de la sociedad. Id est, la propiedad, la familia, la religión. El respeto por las autoridades. Encolerizarse al hablar si se las ataca.
• Latín. Lengua natural para el hombre. Arruina la escritura. Únicamente resulta útil para leer las inscripciones de las fuentes públicas. Desconfiar de las citas en latín: siempre ocultan algo inadecuado.
• Laureles. Impiden dormir.
• Padrino. Siempre es el padre del ahijado.
• Problema. Si se lo formula bien, ya está resuelto.