Hoy me han recordado los viejos tiempos, esa época de mi vida en la que salíamos de casa disparados los viernes a las cinco de la tarde para poder pillar una mesa en El Patio, mítico bar de nuestra adolescencia, templo del kalimotxo, la cerveza, el juego del duro y las borracheras más tremendas, pero también de innumerables e incontables buenos momentos con amigos y colegas. Una gran época de mi vida en la que nos lo pasábamos en grande y durante la cual salíamos a cuatro patas en más de una ocasión. Y no, no me avergüenza reconocerlo. Y todo por culpa de una canción: "Flor Venenosa", de los Héroes del Silencio, una especie de tema-ritual de preparación a la juerga y a la embriaguez que mi primo, perfecto compañero de jarana, y yo, en pleno éxtasis motivatorio y previo a salir de casa, cantábamos a pleno pulmón, cada uno en su baño mientras nos acicalábamos para quemar la tarde y la noche. Una enorme canción que hoy ha despertando en mi una profunda melancolía. ¡Va por ti, Mario!
Hoy me han recordado los viejos tiempos, esa época de mi vida en la que salíamos de casa disparados los viernes a las cinco de la tarde para poder pillar una mesa en El Patio, mítico bar de nuestra adolescencia, templo del kalimotxo, la cerveza, el juego del duro y las borracheras más tremendas, pero también de innumerables e incontables buenos momentos con amigos y colegas. Una gran época de mi vida en la que nos lo pasábamos en grande y durante la cual salíamos a cuatro patas en más de una ocasión. Y no, no me avergüenza reconocerlo. Y todo por culpa de una canción: "Flor Venenosa", de los Héroes del Silencio, una especie de tema-ritual de preparación a la juerga y a la embriaguez que mi primo, perfecto compañero de jarana, y yo, en pleno éxtasis motivatorio y previo a salir de casa, cantábamos a pleno pulmón, cada uno en su baño mientras nos acicalábamos para quemar la tarde y la noche. Una enorme canción que hoy ha despertando en mi una profunda melancolía. ¡Va por ti, Mario!