¿Cuántas mujeres mueren cada año en el mundo a manos de sus maridos o amantes?Aunque ese comportamiento no es exclusivo de los varones. También encontramos mujeres que, liándose la bandera del feminismo más extremo, acaban imitando las conductas masculinas que más detestan y pueden, incluso, llegar aún más lejos que ellos.
¿Cuántos casos no conocemos al cabo del año de mujeres que no permiten que sus exparejas vean a los hijos que tienen en común? ¿Cuántos casos de alienación parental no se descubren en las consultas de los psicólogos o en los despachos de los mediadores? También hay casos vergonzosos de maltrato psicológico e incluso de agresiones físicas por parte de mujeres hacia sus parejas. Y denuncias de malos tratos falsas para conseguir órdenes de alejamiento o prisión preventiva. Sin olvidarnos de las mujeres que han optado por buscar a conciencia un embarazo que su pareja no desearía en ese momento, en un intento de comprometer más al otro en la relación.Influidos por la rumorología y los por los prejuicios en los que nos hace sucumbir tan fácilmente nuestra cultura patriarcal, no son pocas las ocasiones en que decidimos de antemano quién es el malo de la película sin haber acabado de verla; pero, en cuestiones de género, a veces resulta que las malas son ellas.Perseguir la plena igualdad entre los géneros no deja de ser un poco como perseguir una utopía, porque de entrada, nuestra biología nos hace diferentes. Pero en este tema, como en tantos otros, no podemos caer en la trampa de la generalización. Cada persona es un mundo distinto independientemente de que sea o se sienta hombre o mujer. Y tendríamos que empezar a centrarnos en la persona, no en su género. Porque, por encima de todo, somos personas y todas deberíamos ser tratadas y tratar a las demás con idéntico respeto y empatía.El primer error que cometen muchos padres cuando nacen sus hijos es dispensarles un trato diferente en función del género con el que aparentemente han nacido. Esas diferencias en los colores de la ropa con la que les empiezan a vestir, en los juguetes que les regalan, en las historias que les explican y en los roles que les enseñan a desempeñar en casa, sientan las bases de lo que esa personita acabará siendo en el futuro.Dejemos de vestir a las niñas de rosa y a los niños de azul, dejemos de educarlas a ellas para ser princesas y a ellos para ser príncipes de reinos que no existen, ni queremos que existan. Atrevámonos a empezar a educar para que conozcan el terreno que pisan, para que sean consecuentes con los tiempos en que les ha tocado vivir y para que se creen expectativas realistas del futuro que van a poder alcanzar.
No permitamos que nadie las siga cortando para embellecer con ellas sus modestos o sofisticados floreros de cristal. Dejemos de permitir que nadie nos considere un objeto más de su propiedad y de aspirar a considerar a nadie como un objeto de la nuestra.
Estrella PisaPsicóloga col. 13749