"tesoro" para un naturalista como yo. Al lado, un alcatraz (Sula bassana) muerto entre los restos de uno de los puertos artificiales de acero y hormigón que los aliados trajeron remolcados desde Inglaterra para construir un puerto donde desembarcar el material tras el desembarco. También visitamos la Falaise des Vaches Noires, unos acantilados que contienen interesantes yacimientos fosilíferos. Se permite la recolección de fósiles sobre la playa y allí pasamos un buen rato hasta que una tormenta descargó un buen paquete de agua sobre nosotros.
El día más gratificante, no obstante es el día que visitamos la Baie des Veys, un lugar donde se ubica una colonia de un centenar de focas comunes (Phoca vitulina). Emprendimos la excursión por la tarde, con el fin de llegar al lugar donde se encuentran las focas con la marea baja. Las playas con marea baja, cuando el coeficiente es alto son interminables en Normandía. Esta bahía se encuentra al lado de la playa conocida con el nombre de Utah Beach el día del desembarco.
Desde bastante lejos ya se veían las formas que nos parecían focas, pero sin poder asegurarlo a pesar de los prismáticos. Poco a poco nos fuimos acercando hasta que vimos a una que se movía torpemente y otra que adoptó la típica forma de plátano que tienen cuando levantan la cola y la cabeza descansando sólo sobre el vientre. A partir de ese momento, cada pocos metros volvíamos a mirar con los prismáticos hasta que reconocimos varias docenas en la playa que teníamos enfrente y a unas seis entre adultos y crías crecidas en nuestra misma playa.
Nos miraban con más curiosidad que miedo. Al fin y al cabo íbamos nosotros cuatro sólos.
Como todavía faltaban unos metros hasta el lugar donde se encontraban antes de echarse al mar, yo seguí caminando con el objeto de fotografiar la huellas que habían dejado, y fui seguido por una foca que se desplazaba a mi lado desde dentro del mar y que contemplaba con cierta curiosidad mis movimientos en la playa, conducta que despertó las risas de Lucía, mi hija.
Las contemplamos unos minutos y decidimos marcharnos con el fin de no molestar más.
A la vuelta, justo con el momento de mínima altura de la marea, la visión del horizonte era sobrecogedora. El mar aparecía como una muralla lejana más parecida a una cascada en la lejanía que al mar, recordando a la película aquella de los Diez Mandamientos. Si de repente el Sol y la Luna decidiesen dejar de atraer el mar, éste se precipitaría hacia nosotros que estábamos bastante lejos todavía de la zona donde se acaba la playa. En la foto de abajo no sé si se aprecia bien este hecho. Podéis pinchar sobre ella y hacer un zoom, pero la cámara con la que la hice no es demasiado buena. Aún así, aquí dejo el documento.