Fogonazos de historia (I) - El edicto de Urukagina (Mesopotamia)

Publicado el 02 noviembre 2017 por Pnyxis @Pnyxis

Querido lector, he empezado a estudiar Historia del Arte por la UNED. La historia siempre me ha apasionado y estudiarla un poco más en profundidad es algo que siempre he pretendido hacer, aunque reconozco que me he lanzado a hacerlo motivado por razones quizás menos elevadas.

He encontrado más interesante si cabe tratar de conocerla a través del Arte, pues hoy quizás más que nunca resulta necesario tener presente cuál es una de nuestras mayores diferencias con los animales: el hombre de hoy precisa entrar en contacto con su propia alma, necesita experimentar la Belleza que salvará al mundo. Yo el primero.

Aprovechando todo esto, me he permitido inaugurar esta especie de sección (Fogonazos de historia), en la que publicaré de vez en cuando aquello que me vaya llamando la atención dentro de mis nuevos estudios. Y así, compartiéndolo contigo, será más complicado que lo olvide.

Hoy te dejo con un detalle sobre Mesopotamia, sobre un edicto de hace más de 4000 años:

El último rey de la primera dinastía de Lagash accede al poder hacia el 2350 a.C. [...]. Del edicto de Urukagina, que incluye una condonación de deudas, se deduce que los administradores estaban manejando la propiedad institucional como propiedad privada, y que abusaban sistemáticamente de su superioridad frente a unos individuos que tenían la condición permanente de deudores, con una forma indefinida de deuda pública y privada. Prohíbe, por ejemplo, que un administrador apalee a un hombre porque no le quiera vender su asno, o porque pretenda que se lo pague en plata; es decir, protege la propiedad de los débiles frente a los abusos de los poderosos. [...] Las reformas de Urukagina no pretenden erradicar la propiedad privada ni tampoco atajar su desarrollo creciente, sino controlar los abusos personales de los funcionarios, que también perjudican los intereses del rey.
Raquel López Melero, Breve historia del mundo antiguo


Dejando a un lado el apaleamiento, ¿no te resulta sorprendentemente familiar?