Folk en un entorno gélido: Inside Llewyn Davis de los hermanos Coen.

Publicado el 30 enero 2014 por Ana Calpena Santana

No solo Audrey carga con un gato sin nombre.


Ayer me cayó un rayo de cierta manera en el corazón: Llewyn Davis-Oscar Isaac. De ambos en conjunto me «enamoré». No me los separen: que he visto fotos del actor por separado y lo que me tira es la  combinación. Es lo que crearon los Coen y el actor: es la barba, la manera de coger un gato, lo que calla y lo que dice, cómo canta y como mira.



Y una vez dejado claro esto me animo a comentar varias cosillas nada técnicas, nada filosóficas, sólo cosillas a raíz de haber visto en una pantalla de cine la última película de los hermanos Coen: A propósito de LLewyn Davis (Inside Llewyn Davis). Porque para eso esto es un blog personal.


El ventoso y gélido Chicago.


Y empiezo por lo menos intrínseco a la película. Lo que más me gustó es mi tranquilidad a la hora de ver lo que pasaba delante de mis ojos. El logro mayor que consiguió la película fue hacerme llegar a ese blanco, a ese color mate que cubre la película no como algo negativo sinónimo de falto de vida sino de aceptación, como se acepta al final de la película que Llewyn siga su música y no un barco. No recuerdo ahora mismo otra película que me lo produjera. Debería apuntar las películas no con nota, comentario o crítica cosa que no hago sino con la emoción recibida. Ahora que lo pienso sería como con los sueños. En los sueños es importante lo que sueñas pero escucho mucho últimamente que su verdadero significado está en la sensación con la que sueñas, con la que te levantas. Ahí está la verdadera y última lectura. Lo mismo que en el cine: claro que es importante lo que ves pero el fin último y verdadero es la emoción y sensación que te dejó.


El adjetivo que más leo a la hora de definir la película en los medios es amargo. En verdad es un personaje incómodo: no tiene una cama propia, vive con el dinero que tiene en su bolsillo, cariño no parece coger a nadie y si lo hizo esa persona ya no está, mete la pata y mucho y el ambiente helado del invierno neoyorkino ayuda bastante a la desolación. Pero al fin y al cabo es un personaje honesto consigo mismo. El mejor ejemplo está en la prueba que le hace el personaje de F. Murray Abraham (el vídeo de aquí arriba): recibe consejos sin enfrentarse ni explicarse y ante la propuesta musical que le haría tocar allí en Chicago pero traicionándose, él declina. Parece que perderá lo único que le queda, la música y él intenta dejar ese camino pues no tiene más recursos. Pero las circunstancias, se alían con su espíritu y retoma esa vida nómada llena de ingratitudes y frío pero con su música.


Esto es lo que hago.



Y esta música es el folk. Al final se asoma un joven Bob Dylan. Estos días se está asomando simplemente. En la película aparece en un escenario actuando después de Llewyn y desde hace un par de días aparece también de soslayo en la radio puesto que acaba de fallecer Pete Seeger. En cierta manera, por los veinte años que se llevan y el camino expuesto era uno de sus maestros. Yo llegué a saber de la existencia de Pete Seeger por su hermana Peggy Seeger, cosa curiosa por la hegemonía masculina. Pues para que haya un poco más de música y como pequeño homenaje escuchamos algo del músico.




Los Coen en toda su filmografía se encargan de dar protagonismo allverdadero paisaje de Norteamérica. Me gusta que sin saña ni mentiras nos ofrezcan una serie de personajes que conforman su realidad (la de Norteamérica). Sí, son curiosos, son casi surrealistas y muy particulares. Pero nunca he sentido ninguna impostura ni que llegaran a la astracanada. Tal vez en otras películas sí  pero aquí todo es orgánico. Eso es lo que más me ha gustado. Y está en la misma línea que lo que ofrece Gente en sitios de Juan Cavestany: Llegar a un punto donde una situación, una idea y/o un personaje particular, cómico, absurdo no traspasa esa línea que lleva a la risa fácil, lo escatológico y lo impuesto.


Un interior de Greenwich Village.



Ahora le toca el turno a Llewyn Davis, un verdadero norteamericano encarnado por un guatemalteco. Los Coen se encargan de perfilar ese paisaje norteamericano normalizándolo entre los espectadores norteamericanos que al fin y al cabo es el público primerísimo. Es como si ayudaran a colocar otros perfiles en el monte Rushmore para que todos asumieran como si fuera una ley que así es el país ahora. Esculpen los perfiles para asentarlos y en la película desdibujan fronteras y prejuicios. Tenemos un actor guatemalteco encarnando un personaje norteamericano de origen galés e italiano. Los directores lo señalan en una escena con John Goodman; es un detalle simple en una conversación dentro de la película pero enorme porque crean un nuevo enfoque sin imposiciones, inculcándolo en el imaginario colectivo y por tanto en la realidad colectiva.


El Gaslight cafe.


El armazón de la película está ahí, hay algo que lo sustenta aunque no lo parezca y eso no la hace desfallecer: los gatos que se prestan a momentos cómicos, a detallar la personalidad del protagonista, a volver a donde comenzamos; los desplazamientos (entre barrios, entre apartamentos, y entre Chicago y Nueva York); los espacios repetidos (Gaslight Cafe, el apartamento de Jim & Jean, el apartamento de los Gorfein); los personajes que los habitan y esos otros personajes que sin explicar de dónde vienen y a dónde van son todo un mundo completo y complejo.


El motivo, el camino, las personas, la inconsciencia o la claridad que me hizo acudir al cine ya no me importan. Estuve ahí, y estoy aquí recordándola. Me dio tranquilidad y eso es algo que no me lo esperaba y es mucho. Eternamente agradecida.