Hay una obsesión en la medicina pública por aumentar la plantilla. ¿Qué se necesita para el año que viene? Otro adjunto. ¿De verdad? Que sean dos.
Subyace una idea de enorme complejidad: el que no llora, no mama. Si hace falta un razonamiento más fino, es el siguiente: tira por lo alto, que para rebajar ya están ellos. ("Ellos" es la Dirección: entonces llevaba mayúscula; lo de ahora es broma.)
Pues bien, en aquel tiempo hacía falta otro adjunto. Mi jefe daba zapatilla, sin duda, pero yo cubría la planta -todos los días y un sábado de cada dos-, asistía a cuatro comités de tumores, tenía consulta diariamente, luego venían los alumnos y, por si me aburría, llevaba un par de ensayos clínicos. ¡Ah, preparaba además sesiones y ponencias! Coño: trabajaba mucho más que de Residente y sí, ya sé que hay encofradores y feriantes y otros desdichados que curran más, pero no es sano. Imaginen el chute de endorfinas cuando mi jefe me confirmó que vendría otro colega.
Más aún: me conminó a buscarlo en un congreso que tendría lugar esa misma semana en Sitges, la pequeña San Francisco con playa. "Tú que te mueves bien por Madrid, habla con tus antiguos jefes y tráete alguien de su confianza", me dijo. Le expliqué mi preferencia por incorporar a alguien de otra escuela; si íbamos a ser tres, o incluso más en el futuro, mejor operar con enfoques distintos, opiniones complementarias y visiones enriquecedoras. Me otorgó absoluta libertad, quizá sorprendido porque no partiera la pana en mi egoísta provecho, pero es que aún no me conocía a fondo.
Ahora parecen encomiables actividades como sustraer el bolso a las ancianas, putear al subordinado o apuñalar al prójimo, pero yo no comparto esa laxitud moral. Así que no hablé con mis antiguos jefes, sino directamente con otro que era su enemigo acérrimo. Enemigo en el plano científico y, sobre todo, en cosas de dinero, influencia y otras politiquerías. Pero era su enemigo, a mí nunca me hizo nada, ni bueno ni malo, así que lo abordé con la camisa blanca de mi esperanza.
Y el pájaro me dio un nombre y enseguida me dirigí al sujeto (al que casualmente conocía de cierto refilón) y pronto nos pusimos en línea porque no había discrepancias de calado. No existían entre ambos grandes barreras conceptuales, científicas ni cronológicas. (O eso parecía, pero no es cosa de joder la marrana).
Lo cual que informé a mi jefe y él quiso saber de lo ahora llaman fortalezas y debilidades. Se resumían en 2 hechos: será un magnífico profesional, pero su novia también es oncóloga. "¿Qué opinas?", me dijo mi jefe. "Que al traerlo adquirimos un compromiso implícito hacia ella, cuando surja otra plaza", le respondí. "¿No será arriesgado, así, sin conocerla?", preguntó.
Igual hay un tipo que sea el más listo del mundo y quizás otro que sea el más tonto. No los conozco, pero me consta que yo no soy ninguno de ellos. Sin hablar con la dama, por no levantar más liebres de las necesarias, en el mismo enclave de Sitges, mientras otros colegas decían escandalizarse con la fauna local, yo indagué discretamente sobre ella. Un par de contactos mutuos, en particular uno que yo había tratado por cosas de mi doctorado, me dieron informes encomiásticos.
En mi cosmovisión, se trabaja mejor con los asuntos domésticos encauzados. Y le dije a mi jefe que la pareja podría irse al garete -no hay vacuna contra esa eventualidad-, pero también podría ser un elemento de afianzamiento del servicio. Y me preguntó si no tenía miedo de quedar siempre en inferioridad, y le respondí que solo tengo fobia a las arañas. Son inofensivas y benéficas y todo eso, pero no puedo con ellas. Lo demás, en fin, se lidiará con espíritu de concordia y un raciocinio medio normal.
Mi jefe, que no daba puntada sin hilo, se plegó al panorama pero me dijo algo enigmático: en su día serás Tutor de Residentes y no habrá cambios al respecto. Habrá que desvelar el enigma en otra entrega.