El único asidero de mi jefe, un hipotético chollete de "emérito universitario", se quedó en eso, en hipotético. De modo que devino exjefe en un amén-jesús y au revoir. (Meses después tuvo alguna oportunidad de paliar su agónica claudicación, pero declinó hacerlo o quizá ya todo le caía a desmano.)
Díjose en entregas precedentes que fue mi maestro en un par de asuntos y hay que subrayar otra de sus grandes virtudes: siempre destacó en el saber negociar fina y filigranamente con las sucesivas Direcciones. Hasta que llegaron los gaznápiros, con quienes ya no habría ni negociación ni hostias en vinagre. Jubilado mi exjefe, montaron el paripé de retomar la "sucesión" analizando los proyectos de los "subjefes" in péctore, un servidor y el genio de las melonadas en espera del Nobel.
Allá voy, con un cartapacio y unas cuantas diapositivas, a que me reciban el gerente y sus dos máximos directivos en la división médica. Pero el día de autos ya falta el baranda (mosqueo primera base). Los otros dos, sendos anestesiólogos, me oyen varias cosillas de las que no tienen ni puta idea y unas cuantas propuestas que, modestamente, cualquiera calificaría de "rompedoras". El paripé incluye una pregunta ensayada y absolutamente idiota que me arrojan las mismas veces que Pedro negó a Cristo. ¿Cómo fiscalizaría yo los viajes de mi equipo?
La primera vez digo que los senior de un hospital universitario requieren formación y proyección exteriores. La segunda vez respondo que eso es perfectamente compatible con máximos indicadores de rendimiento asistencial. La tercera, ya con los huevos inflamados, afirmo que es insensato rodearse de tontucos disciplinados en la mediocridad y que no deseo perder el tiempo en ver a dónde viajan, para que sean chusqueros a tiempo completo en vez de profesionales punteros. Tuercen el morro. Mosqueo segunda base.
¿Y cómo reducirá usted el gasto farmacéutico? No estoy en la onda de reducirlo, sino en la de gastarlo bien. ¿Cómo dice? Miren vuecencias: están muy maduros, casi pochos, cayéndose del árbol, tratamientos innovadores para diversos cánceres (mama HER2, renal de células claras, melanoma), de precio altísimo. Esto no es cosa mía, créanme, sino de autoridades plus ultra de vuecencias, allá por el Olimpo madrileño. Ponen los ojos en blanco y expelen suspiritos tontos, como si hablasen con un subnormal, y orillan que el subnormal (yo) les propone herramientas metodológicas en materia de eficiencia que ha implantado precisamente él (yo), pero es como tumbar a un burro lanzándole higos blandos.
¿Entonces con usted nos costará más el tratamiento del cáncer? Del cáncer no sé, pero de los cánceres que van en aumento por pura epidemiología y cuyo tratamiento racional demanda fármacos muy selectivos pero también costosos, ME TEMO QUE SÍ. ¿Y va usted a reducir el número de PETs? Sí señores, de hecho lo especifico específicamente en un específico especificadero. ¡Le será imposible reducir las PET si no supervisa estrechamente las salidas de la plantilla! Mosqueo tercera base. Paciencia, retomemos cierto hilo inteligente... ¿Y qué cosas opina usted de los ensayos clínicos? Pues varias, por ejemplo que interesa aminorar su peso en cuanto a exigencia asistencial y organizativa, sustituyéndolos por otras acciones. ¡Horror! ¿Acaso tocará usted las agendas? Claro, pero sin menoscabar los tiempos de respuesta ni generar demoras. ¿Usted mantendrá su agenda? Naturalmente, no me sucederá como a otros que yo me sé, que acaban sin zorra idea de lo que se cuece. ¿Y cómo va a controlar las salidas de sus adjuntos?
Cinco veces, cinco, LA MISMA CHORRADA, hasta que reparo en que no han ahondado en ninguna acción de qalité. Ninguna de ellas -ni siquiera las manidas guardias- ha repicado en sus cerebros mentecatos de anestesiólogos salidos del zulo. Tiene cojones, el carro de leña, y vuelta a la matraca de rebajar el gasto farmacéutico, sea como sea, ¿como sea?, sí, como sea, ¿sin reparar en otros mecanismos de eficiencia?, aquí no se habla de eficiencia, se trata de obediencia y punto, pues entonces me temo que esta conversación tiene escaso futuro.
Voy saliendo y uno, el más obtuso e histérico-melindroso, me repite que los oncólogos viajamos demasiado, que los anestesistas están más apegados al quirófano y observan mayor compromiso institucional. "Compromiso", dice el tío, mientras el otro furriel canturrea dos milongas: que hablará "con todo el Servicio" y que dará "solución" en un mes, como mucho. Mentira la una y mentira la otra. Quizá fuera el virus del quirófano.
Pasa un mes y pasan 2 y pasan 3 y pasan 4 y pasan 5 y pasan 6, durante los cuales me encaloman una "coordinación en funciones", a semanas alternas, con el fin de mantener una escrupulosa equidistancia, en justa evitación de todo favoritismo. Me callaré ciertos hechos a medio camino entre lo jocoso y lo chocarrero, por mor de preservar las meninges del que escribe y sobre todo del lector.
Mi gran Oráculo -mi mujer- fue la primera en percatarse, ya en el segundo mes: "Te están tomando el pelo". Yo, gilipollas integral, le decía que lo estarían sopesando, que a fin de cuentas en fin; y ella, que tanta chufla era eso, una chufla. Resultó que tenía razón (el Oráculo no falla) y que me habían pegado el virus, digo el timo del quirófano.