Hemos podido ver los tres primeros episodios de Foodie Love, una serie ‘cocinada’ por Isabel Coixet para HBO España, sobre una (posible) pareja que se conoce a través de una aplicación de amantes de la gastronomía. Laia Costa y Guillermo Pfening dan vida a estos dos personajes en cuyos hombros recae (casi) todo el peso de la serie: no solo deben enamorarse entre ellos -o no- sino que deben 'enamorar' al espectador durante 8 episodios. Los tres capítulos que hemos visto se corresponden con tres citas, en tres locales diferentes, con sus respectivas ofertas gastronómicas: un café con tartas y bizcochos; un bar con cócteles, tapas y pinchos; y un restaurante japonés. Cada escenario aporta su estética, haciendo que cada entrega tenga un look bastante diferente. El plato principal de la serie es Isabel Coixet, sobre todo como escritora. Sus personajes y sus diálogos dibujan a dos seres humanos inseguros, deseosos de encontrar el amor, pero temerosos de ser rechazados. Los diálogos se dividen entre lo que se dice y lo que se piensa. En estos textos Coixet saca a relucir sus reflexiones sobre la vida, sobre cosas cotidianas -la gente que hace fotos de la comida- sobre sus amores cinéfilos -Woody Allen- y sus fobias literarias -la autoficción-. Los personajes se revelan hablando delante de una mesa, pero también a través de otros recursos que nos permiten conocer sus pensamientos -que muchas veces matizan o contradicen lo que dicen-. La voz en off se utiliza cuando los personajes están solos, pero durante las citas aparecen globos de diálogo, como de cómic, que pueden ser efectivos en algunos momentos, sobre todo como contrapunto humorístico, pero que resultan estéticamente feos -en mi opinión- e intrusivos dentro del plano. Coixet también introduce insertos durante las conversaciones, a modo de comentario del estado de ánimo de los protagonistas. Son fragmentos de dibujos animados -en el primer episodio- o la imagen de una ola de mar -que remite a la gran ola de Kanagawa- en el tercero, que en mi opinión no funcionan del todo, quizás por cómo están planteados en el montaje. A pesar de estos inconvenientes, la serie se juega todo a que entre sus protagonistas haya química y la verdad es que en los primeros tres episodios la complicidad comienza a aparecer poco a poco, gracias a la naturalidad que imprimen los actores. Alrededor de la pareja principal, Coixet sirve pequeñas historias como guarnición, defendidas por actores muy conocidos en pequeños papeles. Hay una breve anécdota sobre unos calcetines de la suerte con Natalia De Molina y Greta Fernández; la imagen romántica de lo que hacen los dueños de un café cuando la clientela se marcha; el torrente cómico de Yolanda Ramos como coctelera; una escapada sexy de la actriz francesa Agnès Jaoui. Son pequeños romances para picar, que apoyan y oxigenan la historia central. Pero lo importante es Coixet y si te gusta su obra, probablemente no debes perderte FoodieLove en HBO.
Hemos podido ver los tres primeros episodios de Foodie Love, una serie ‘cocinada’ por Isabel Coixet para HBO España, sobre una (posible) pareja que se conoce a través de una aplicación de amantes de la gastronomía. Laia Costa y Guillermo Pfening dan vida a estos dos personajes en cuyos hombros recae (casi) todo el peso de la serie: no solo deben enamorarse entre ellos -o no- sino que deben 'enamorar' al espectador durante 8 episodios. Los tres capítulos que hemos visto se corresponden con tres citas, en tres locales diferentes, con sus respectivas ofertas gastronómicas: un café con tartas y bizcochos; un bar con cócteles, tapas y pinchos; y un restaurante japonés. Cada escenario aporta su estética, haciendo que cada entrega tenga un look bastante diferente. El plato principal de la serie es Isabel Coixet, sobre todo como escritora. Sus personajes y sus diálogos dibujan a dos seres humanos inseguros, deseosos de encontrar el amor, pero temerosos de ser rechazados. Los diálogos se dividen entre lo que se dice y lo que se piensa. En estos textos Coixet saca a relucir sus reflexiones sobre la vida, sobre cosas cotidianas -la gente que hace fotos de la comida- sobre sus amores cinéfilos -Woody Allen- y sus fobias literarias -la autoficción-. Los personajes se revelan hablando delante de una mesa, pero también a través de otros recursos que nos permiten conocer sus pensamientos -que muchas veces matizan o contradicen lo que dicen-. La voz en off se utiliza cuando los personajes están solos, pero durante las citas aparecen globos de diálogo, como de cómic, que pueden ser efectivos en algunos momentos, sobre todo como contrapunto humorístico, pero que resultan estéticamente feos -en mi opinión- e intrusivos dentro del plano. Coixet también introduce insertos durante las conversaciones, a modo de comentario del estado de ánimo de los protagonistas. Son fragmentos de dibujos animados -en el primer episodio- o la imagen de una ola de mar -que remite a la gran ola de Kanagawa- en el tercero, que en mi opinión no funcionan del todo, quizás por cómo están planteados en el montaje. A pesar de estos inconvenientes, la serie se juega todo a que entre sus protagonistas haya química y la verdad es que en los primeros tres episodios la complicidad comienza a aparecer poco a poco, gracias a la naturalidad que imprimen los actores. Alrededor de la pareja principal, Coixet sirve pequeñas historias como guarnición, defendidas por actores muy conocidos en pequeños papeles. Hay una breve anécdota sobre unos calcetines de la suerte con Natalia De Molina y Greta Fernández; la imagen romántica de lo que hacen los dueños de un café cuando la clientela se marcha; el torrente cómico de Yolanda Ramos como coctelera; una escapada sexy de la actriz francesa Agnès Jaoui. Son pequeños romances para picar, que apoyan y oxigenan la historia central. Pero lo importante es Coixet y si te gusta su obra, probablemente no debes perderte FoodieLove en HBO.