Footloose, musical ochentero, se reinventa a medias a partir de hoy viernes 4. En un pueblo en el que se ha prohibido bailar, un chico rebelde querrá cambiarlo todo. Él quizá consiga triunfar, pero esta película seguramente no.
Ren McCormack (Kenny Wormald) es un chico de Boston que, al llegar al pequeño pueblo de Bomont, no tardará en descubrir las numerosas prohibiciones que en él hay, siendo la más llamativa de todas ellas la de bailar. Pronto se enterará, también de que todo se debe a un grave accidente en el que murieron varios jóvenes tras una fiesta, por lo que decidirá ponerse manos a la obra para hacer comprender al pueblo entero que la vida tiene riesgos que es necesario afrontar.
Admito que llegué a la sala creyendo que lo que iba a ver era un musical, pero no: alguna canción, algo de baile, pero desde luego dista de serlo -por desgracia. El argumento se antoja excesivamente sencillo como para extenderlo por una hora y cincuenta y tres minutos. Quizá hace casi tres décadas haya tenido su gracia, pero traído a este punto uno siente que sobra tanta América profunda -country incluido-, tanta moralina, y echa en falta detalles más actuales -que el señorito McCormack utilice un iPod, no, no es reinventar nada.
¿Aburrida? Sería mucho decir. Footloose es una película bien hecha, por supuesto, y resulta agradable de ver, pero mejor en el sofá que en una sala de cine. No, no aporta nada nuevo, y para eso nos quedamos con los 80.
Artículo de Juan Ángel.