The New York Times calificó a "Bajo la misma estrella" como una celebración del narcisismo adolescente. Los adolescentes SON narcisistas, lo son en Jersey y lo son en Pamplona, la adolescencia es esa dulce enfermedad contra la que se arremete por poseer la sana ventaja de proyectar amor, de creérselo del todo, incluyendo la parte fea. La juventud es el ciclo envidiado, el origen de cada error y de cada pálpito, para colmo de males la juventud es esa parte de la vida en la que algunos pasarán el resto de sus días. Para los que vivimos el nihilismo en fase temprana (o la variante floja) nos cuesta formar alianza con estas mierdas y no necesariamente por crecer más de lo debido, ya que da la puta casualidad de que Hazel está más asentada en esa versión que haría de cada persona con la que empatizamos un buen lugar en el que afincarnos como recuerdo. La gesta de entregarse a la memoria de quien de verdad va a dar importancia a nuestras pequeñas virtudes de cara a un público obsesionado con un legado que donarle a la historia, ese inmenso cúmulo de cenizas desperdigadas.
Gran parte del acierto de la película es contar con su teoría y confíar tanto en ella hasta el punto de perdonarle los (inevitables) convencionalismos presentes. El mérito no reside en el cáncer, ni tampoco en su destacado melodramatismo, ni en el eterno y denostado recurso de subir la música cuando urgen las lágrimas, es el modo en el que te convence de que ha servido para algo. Si el amor es un proceso químico rindámonos como bellacos, nos merece la pena. Adecuando el relato a la actualidad, "Bajo la misma estrella" pertenece al 2014, en tiempos donde los chavales viven a expensas de un mensaje no respondido... ¡y que distinto habría sido tras la aplicación azul del doble click!. Sobre como los textos se salen de la pantalla del móvil, sobre como dicha tendencia terminará por convertirse en tópico o sobre como este minúsculo detalle marcará la diferencia a la hora de identificar un momento concreto en la historia del cine: esta película es de ahora y seguirá siéndolo, nos cuenta lo que hoy nos atañe, lo hace como puede permitírselo a día de hoy y mañana será otro cantar, pero en este caso van a darla coba.
Porque al margen de una dirección meramente funcional "Bajo la misma estrella" será un clásico recordado por los jóvenes. Hay varias jerarquías y distintas maneras de entender la adolescencia, pero lo que se está tratando aquí va más allá de rasgarse las hormonas en nombre del romanticismo new age (ese que tanto odian las fans de Cindy Lauper), el concepto de la enfermedad elevado a la categoría de transmisor de aquello que en esencia se nos escapa al margen de la edad. Contada a través de los ojos de Shailene Woodley, unos ojos que de no ser por su marcada inocencia dirían de merecer un Oscar a la mejor interpretación femenina del año... ¿y sabéis? a lo mejor tendríamos que darla la razón. Secundada por un Willem Dafoe sencillamente abrasador (que suelta lo que se calló con Lars en Nymphomaniac) y un guaperas que se las apaña para arder y dar calor al conjunto sin necesidad de encender el mechero.
Retomando lo que se nos escapa al margen de la edad, esta película es una desvergonzada huida hacia delante, no teme matarse antes de lo esperado, tiene hasta el valor de remontar su tragedia a la de Ana Frank. Y el corazón dale que te dale. Una visión generosa de la generación del momento, la que comparte su afán por no perderse un minuto de su potencial, la que sacrifica trofeos por rebatir la furia con aquello a lo que no va importarle la carga, la que siente el dolor en su piel, aquel que asumen por defecto en nombre de algo más grande que un ritual de estrellas arropando sus impertinentes cabezones. El terrible ardid de la permanencia que se diluye frente al espejo, con valores infinitos del uno al diez. A fin de cuentas basta una seña, y como bien diría una queridísima amiga mía: mmmm ¡vale!.
NOTA: 7/10