Forgotten. Capítulo 2.

Publicado el 31 julio 2015 por Alicia Cardete Vilaplana @read_infinity

Zona residencial.Beta Dorada. 14:25h.

Dejo a un lado el peine y sonrío ante el espejo con frialdad. No entiendo qué hago aquí ni por qué nos han obligado a venir a esta colonia. Aunque me esfuerzo en parecer relajada, me estoy muriendo por la necesidad de saber algo; en verdad cualquier cosa me bastaría para aplacar mi ansiedad.
Oigo a Alex resollar en la cama. Ha terminado de ayudarme con el equipaje. Me regalo unos segundos para contemplar sus mejillas sonrosadas mientras él permanece inmóvil. Está realmente guapo; aunque más bien lo es.
—Ya está todo –dice poniéndose sobre su espalda-, ¿necesitas algo más antes de que me vaya?
Me encojo de hombros. Sé que está inquieto por irse. No es el tipo de chico al que le gusta hacer el vago. Seguro que está deseando ponerse a entrenar o a ayudar a mi padre. Al fin y al cabo, por algo es su mano derecha y por algo me gusta. Odio a los perezosos.
Niego con la cabeza y me empiezo a trenzar el pelo. Me encantaría que me dijese por qué estamos aquí, pero sé que no me dirá ni una palabra hasta que mi padre se lo permita. Y sé que eso no sucederá pronto.
—¿Vas a entrenar? –pregunto dispersa.
—Aún no. Debo hablar con tu padre. Tenemos que concretar los detalles de la misión.
—¿Misión? –dejo entrever mi sarcasmo- Apenas es una intercepción. ¿Qué tenéis que ver vosotros en ella? Cualquiera la podría dirigir. Ni siquiera entiendo por qué nos hemos trasladado. Y además, ¿y mi preparación para el senado?
Alex se incorpora y se lleva las manos a la cara. Veo su pulsera dorada rodeando su muñeca y no puedo evitar ojear la mía. A veces me imagino que son horribles cadenas que nos aprisionan y clasifican de por vida.
—Podrás seguir entrenando y estudiando aquí –dice con abatimiento-. Si todo va bien, volveremos muy pronto a Alpha. Incluso a tiempo para la primera convocatoria.
—¿A qué te refieres con eso? ¿Qué tiene que ir bien?
—Blue –deja ir un suspiro- basta. Sabes que es confidencial y que tú eres…
—Sí, una simple civil –completo con inri.
—Exacto. La curiosidad a veces es negativa y tú tienes demasiada.
Se pone de pie y se acerca a mí. Por un segundo tengo la absurda impresión de que me va a besar. Mi cuerpo se altera de manera ilógica. Es una reacción tan intensa que el vello se me eriza y siento la necesidad de que se lance a por mis labios. Sin embargo, solo me coge la mano. El alivio y la decepción me invaden a la vez.
—Hablamos luego –sonríe.
Se despide de mí con un gesto formal y me quedo sola, únicamente acompañada por mis acompasados latidos.
Zona de entrenamiento.20:01h.
Alex tiene razón. Soy demasiado curiosa y en ocasiones, demasiado tozuda e impulsiva. No sé cómo me aguanta. A veces daría todo lo que tengo por no ser así; por ser más como Judith, mi compañera de preparación en Alpha. Ella es tranquila, tímida y muy formal. Es una pena no tenerla aquí conmigo; me impediría hacer lo que estoy haciendo.
Rio de la emoción cuando salto dentro de la zona de entrenamiento. Es una simple sala de deporte, pero me siento realizada cuando me infiltro sin que nadie se dé cuenta de que he entrado por el conducto de ventilación. Me despeino la coleta y me acerco con naturalidad al circuito, pasando entre los soldados que ejercitan los brazos.
No me gustan los militares, y eso que mi vida se centra en dos. Nunca he entendido su trabajo. ¿De qué sirve usar la violencia? Solo genera más injusticia. En eso he salido a mi madre; ella es senadora y participa en misiones de diálogo por la paz –de hecho, actualmente está involucrada en una-. A veces temo que si no hubiese sido por ella, ahora sería aspirante a un puesto militar y no a uno político.
De pronto noto la mirada de alguien sobre mi nuca y me vuelvo con discreción.  Por su pulsera veo que es un piloto –es dorada, al igual que todas las militares, pero tiene un pequeño detalle escarlata en el lateral-. Me pongo nerviosa y comienzo a alterarme; ¿tal vez me ha pillado? Una civil no puede estar en esta zona y, por mucho que haya ocultado mi pulsera –blanca reluciente-, es fácil deducir que no debería estar aquí cuando he entrado a hurtadillas.
No me atrae en absoluto, pero le dedico una sonrisa pilla para distraerle. Los hombres como estos son fácilmente manipulables con un poco de sensualidad, así que espero ser bastante convincente con mi expresión. Por si acaso, juego un poco con mi pelo. El piloto me sonríe y se acerca a mí. Mierda; me he pasado de contundente. Empiezo a sudar.
—Qué guapa –me sonríe. Es tan obvio que se lo tiene creído que casi me echo a llorar por su forma de contornearse- ¿cómo te llamas? No te había visto por aquí.
—Soy Lina, de la colonia Gamma. Me acaban de trasladar –miento. Por suerte, mentir siempre se me ha dado bien –al fin y al cabo, es otra forma de ver las clases de carisma y diplomacia-.
Se me revuelve el estómago cuando me recorre de arriba a abajo con la mirada, pero me esfuerzo en reír como si me alagase y a hacer aspavientos con la mano.
—Tienes unos ojos impresionantes, Lina –me rio mentalmente: ojalá pudiera decirle lo mismo. Los tiene tan redondos que me recuerdan a una pelota; por un momento me planteo que no pueden ser naturales. - Yo soy Michael, ¿te apetece pasar un muy buen rato… a solas?
—Me encantaría, Michael; pero tengo revisión médica ahora mismo –me encojo de hombros y pongo los ojos en blanco, como si me jodiese-. Ya sabes, por el traslado.
—Pf –resopla-, ¿en otra ocasión, entonces?
—Ni lo dudes.
Deja ir una carcajada, pero no añade nada más. Oigo que le llaman para que vuelva al entrene. Se despide rápidamente con un gesto soez y se va. Dejo escapar el aliento; menos mal.
Paso el rato entrenando sin tener ningún percance más. Aunque mis primeras pruebas de admisión para el senado eran solo teóricas, estas segundas dedican un tanto por cien de la nota a pruebas físicas, así que no me queda otra alternativa que ejercitarme a diario.
Termino de estirar cuando me doy cuenta que Alex acaba de llegar. Está hablando con uno de los compañeros de Michael. Lo más seguro es que participen en la misión. Le doy la espalda con velocidad. Va a verme y como lo haga, dejará de hablarme durante días. Según él debería entrenar en mi zona privada, que para algo la tengo.
Me deshago la coleta y me echo el pelo en la cara. Me doy cuenta de que una cadete me mira con expresión divertida. Rezo para que no añada ningún comentario, pero por desgracia se sienta a mi lado.
—Está bueno, ¿eh? –dice, señalando hacia Alex.
—Eh… Sí.
—¿Te da vergüenza?
—Mucha.
Por un momento me planteo que todos los militares de esta nave necesitan más vida social o un buen refriegue. Están todos desesperados.
—Es uno de los generales más jóvenes –murmura sin apartar la mirada de su cuerpo-. Por lo que he oído acaba de instalarse en la nave y es el segundo del general del ejército Frederich Stone. Guapo, joven y astuto. Lo tiene todo, nena. Por cierto, ¡wow, qué ojos! ¿Te has operado?
Niego sin ni siquiera mirarla. Muchos piensan que me he operado, pero no es momento para darle detalles: necesito un plan urgente para escapar sin que Alex me vea. Estudio la sala; el único acceso para escapar es la puerta principal, así que lo descarto; a mi derecha está la zona de musculación y al fondo, los vestuarios. Casi doy un bote cuando escucho a Alex hablando justo a mis espaldas.
—El general Stone ha ordenado que la misión se lleve a cabo con la FX500 –dice. Están hablando de naves, por lo que oigo.
—La FX500 es muy lenta –replica alguien. Tiene una voz serena y profesional-. Sería más adecuada la ZD200; rápida, pequeña y muy manejable. Será perfecta para la intercepción.
—Repito: Stone ha ordenado la FX500 –insiste Alex. Noto que está molesto-. Necesitaremos una nave de combate.
¿De combate? Me gustaría volverme en este preciso momento y exigirle que me explique a qué se debe esa elección. ¿Acaso no va a ser una intercepción?
Oigo sus pasos acercándose más hacia mí. Tengo que salir corriendo ya o me pillará. Me levanto lo más normal que puedo y camino con tranquilidad hacia los vestuarios. La cadete viene tras de mí.
—Ey, espera –me llama en un hilo de voz-. ¿Por qué te vas? ¡Lo teníamos al lado!
—Apesto y me avergüenza que me vea así –me excuso, aunque en el fondo es verdad-. Voy a ducharme.
La chica suspira con resignación, pero me sigue. Tiene que estar muy aburrida.
—Está bien, ¡tienes razón! –dice- No es la mejor ocasión para presentarnos. Me ducharé también.
Suspiro de alivio cuando llegamos al vestuario.
La cadete se quita la ropa y coge una toalla de su mochila. Me ruborizo: no estoy acostumbrada a que alguien se desnude delante de mí. La verdad es que jamás me he duchado en baños públicos. Me siento y empiezo a desatarme las botas con lentitud, rezando porque me adelante y se meta primero en la ducha. Por desgracia, se acomoda a mi lado.
—¿Cómo te llamas?
—Lina –repito, fingiendo que no logro desatarme los cordones y rezando porque pierda la paciencia.
—Yo Hannah, ¿llevas mucho tiempo aquí?
—No. Me acaban de trasladar.
—¡A mí también! –exclama- Vengo de Delta, ¿y tú?
—Gamma.
La chica asiente, incómoda. Por lo visto está entendiendo que quiero que me deje sola.
—Te pasa algo, ¿no? ¿Se te ha olvidado la mochila, verdad? –pregunta-. Te puedo dejar una muda y una toalla, tranquila.
Me pasa su mochila con amabilidad y se pone de pie. Supongo que no ha conocido a ninguna militar de mi edad –diecisiete años- que siga teniendo pudor a ducharse en común, así que ha descartado esa posibilidad.
—Voy duchándome –sonríe-. Encantada de conocerte, Lina.
Correspondo a su gesto mientras observo avergonzada cómo entra en la ducha compartida. Me doy cuenta que está muy dotada; a su lado, parece que no tengo pecho. Me quito la ropa corriendo y me pongo a su lado sin despegar los ojos del suelo.
Dejo ir una exclamación cuando el agua me cae por la espalda. Está congelada. Siempre había pensado que todas las instalaciones tenían agua caliente, pero por lo visto no. Me enjuago mientras pienso que lo más probable es que procedan de las reservas de hielo de la nave. Cuando salgo y me cubro con la toalla, estoy temblando.
Me visto lo más rápido que puedo para entrar en calor. La ropa de Hannah me viene un poco ancha, pero me reconforta notar su calidez. Ella sale dos minutos más tarde.
Charlo un poco más con ella para hacer tiempo y asegurarme de que Alex no estará cuando salga. Me cuenta largo y tendido lo mucho que odia su pelo; que si es demasiado liso, que si es demasiado negro, que si le encantaría tenerlo como yo. La verdad es que nunca le he dado importancia a mi pelo; es como es: castaño y ondulado, sin más.
Nos despedimos y me comprometo a devolverle la ropa al día siguiente en su cuarto –para evitarme posibles sobresaltos-. Cuando abandono el vestuario, apenas quedan unos quince soldados en la sala de entrenamiento; es la hora de la cena. Veo que Michael me saluda desde lejos, pero sigue con la tabla de ejercicios sin apartarse de una joven de cabello plateado.
Paso con velocidad a su lado y salgo de la habitación intentando pasar desapercibida. Estoy decidida a hablar con Alex y sonsacarle por qué han elegido una nave de combate. Me está ocultando algo y el olor fétido de su mentira me llega desde lejos.
Tras quince minutos andando por los pasillos acristalados, llego a mi cuarto y me cambio de ropa –no quiero que me haga preguntas sobre cómo conseguí el otro uniforme-. Después, voy directa a su habitación –a unos quince metros de la mía-. Sé que está dentro porque la luz de encima de su puerta es verde. Me tomo unos segundos para espirar e inspirar. ¿Qué le voy a decir? Es más tozudo que yo y eso ya es difícil.
Dejo ir el aire una última vez y sitúo mi palma sobre el reconocimiento digital. La puerta se abre.
—¿Alex? –entro, titubeante.
Está sobre la cama, estudiando un holograma y unos papeles. Distingo que es un mapa de una nave, pero al darse cuenta de mi presencia lo apaga. Me apremio a observar las hojas, intentando leer algo desde lejos. Distingo que se tratan de un comunicado, pero Alex las oculta con rapidez.
—¿Dónde estabas? He ido a por ti para cenar.
—Estaba dando una vuelta de reconocimiento –explico-. Ya sabes, por desgracia tendré que salir alguna vez de esas cuatro maravillosas paredes que constituyen mi cuarto.
Alex sonríe ante mi ironía. Sé que está intentando ocultar su cansancio, pero le conozco demasiado como para no percibirlo en sus gestos. Seguro que ha estado toda la tarde de un lado para otro.
—Podías haberme avisado. Te hubiese acompañado.
Niego con la cabeza. Me siento junto a él y me recuesto sobre su pecho. No sabría definir nuestra relación: deberíamos ser como hermanos –prácticamente nos hemos criado juntos-, pero nuestro afecto va más allá. Al menos el mío.
Apoya su mejilla sobre mi pelo. Noto cómo deja ir la tensión.
—¿Te ha gustado lo que has visto? –pregunta-. Hay varias bibliotecas en los niveles superiores. Dudo que sean tan inmensas como las de Alpha, pero algo es algo.
—No, todavía no me he pasado. He estado la mayor parte del tiempo en el cuarto. Solo he visto la zona residencial y los comedores –miento-. ¿Tú que has hecho?
—He estado ocupado con tu padre –me doy cuenta que se tensa otra vez-. Detallando la misión.
Bingo. Dejo ir una risita en mi cabeza, orgullosa por encaminar la conversación hacia mis intereses. Luego pienso que es una minucia y me siento estúpida.
—¿Difícil? –pregunto intentando sonar un poco dispersa.
Noto que dibuja una sonrisa, pero no dice nada. Es demasiado listo como para caer en mi trampa. No quiere darme ninguna información.
Me desespero y me aparto de él. Acerco mi cara a la suya y le observo con dureza.
—¿Por qué me mientes? Sé que tú y mi padre me estáis ocultando algo –digo-. Y tengo derecho a saberlo.
—No digas tonterías.
—No las digo, Alex –replico-. Me han llegado rumores de que no es solo una intercepción.
Veo que mi declaración le descoloca. Sin embargo, aprieta los labios y frunce el ceño, como si no supiese de qué le estoy hablando.
—Pues son falsos –dice. Se levanta de la cama, rompiendo nuestro contacto-. Ya sabes lo que le gusta difamar a la gente.
Me da la espalda unos segundos. Me doy cuenta que los papeles que estudiaba están justo a mi lado. Echo un vistazo rápido antes de que se dé cuenta de su percance.
Leo tan rápido que apenas comprendo las palabras. El corazón me late tan fuerte que me estallan los oídos. Alex se vuelve hacia mí y me pilla. Me arrebata los papeles, enfurecido.
—¡Ya está bien, Blue! ¡¿Se puede saber qué haces y qué te pasa?!–me espeta.
Sé que ha llegado al límite de su paciencia por el brillo que desprenden sus ojos. Apoya las manos en el escritorio y hunde la cabeza entre sus hombros, esforzándose en respirar y calmarse. Cuando se gira de nuevo, veo su expresión congelada. Es la misma que utiliza cuando se dirige a sus subordinados.
—Tengo que seguir trabajando y tu presencia me molesta. Mucho.
Me alejo de la cama, desconcertada. Alex nunca me ha tratado así, por muchos líos en los que me he metido. Noto un nudo en la garganta y la necesidad de echar a llorar, así que salgo de la habitación lo más rápido que puedo.
Cuando regreso a mi dormitorio dejo que la rabia y la tristeza fluyan. Siento cómo tres o cuatro lágrimas me resbalan por la cara y empiezo a moquear. Sin embargo, descubro que mi malestar no se debe exclusivamente a eso.
Me percato que algunas palabras sueltas del informe persisten en mi cabeza: FX500, bombas, Katherine Rice, urgente. Siento que palidezco. Algo no va bien.
¿Katherine Rice?
¿Qué tiene que ver mi madre en todo esto?
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