Hace cuatro horas que estamos aquí. Tengo la frente empapada en sudor y los brazos doloridos, pero me esfuerzo en seguir con el ejercicio como si no me ardiesen los músculos.
Por lo visto, Jackes se ha tomado en serio lo de ser nuestro responsable. Camina de un lado para otro mandándonos pruebas físicas como si solo fuéramos carne reblandecida. Veo que Hannah, la militar que conocí el primer día, tiene un aire indiferente mientras levanta la barra de forma continuada y se la coloca en la nuca. Logro hacer una flexión más. 63 en total. No está mal para tener en cuenta que solo me ejercito para la admisión al senado. Sin embargo, creo que a Jackes le parecen pocas. Viene directo a mí ignorando mi enrojecimiento y mis jadeos. —Levanta. Me obliga a ponerme un chaleco. No sé de qué diablos está hecho, pero pesa un quintal. Por un segundo me planteo la posibilidad de que mi hombro no resista, pero mantengo mi expresión inescrutable, al igual que la suya. Él también está sudado y tiene el pelo húmedo. —Ahora, sigue. Intento hacer una flexión, pero el peso es una tortura para mi espalda. Mis brazos se rinden y me dejo caer de bruces. Oigo que Jackes rechina. —He dicho que sigas. —No puedo —confieso—. No tengo tanta fuerza ni resistencia. Aparta los ojos de mí. Tengo la sensación que mirarme fijamente a veces le incomoda, pero en seguida retoma el contacto visual. —No puedes venir —suspira—, ¿no te das cuenta que no das la talla? Me quita el chaleco y se lo pone con agilidad. Realiza quince flexiones en menos de cinco segundos, casi sin pestañear, y después me lo vuelve a ceder. —Eres una civil, ¿lo entiendes? —Es mi madre —protesto—. No me puedes impedir participar, tengo el consentimiento del consejo militar y pienso ir digas lo que digas. Deja ir una carcajada tosca que me eriza la piel. —¿Ves a ese? —Señala a Michael—. Tiene un cuerpo de sapo, no tiene buena condición física y, sin embargo, ha hecho todos los ejercicios que le he mandado sin quejarse. Tú no. —Él es soldado. —Exacto; esa es la diferencia. —Sonríe—. ¿Ya lo captas, Blue? —Perfectamente: es idiota. Solo obedece. Solo sabe seguir órdenes y de vez en cuando pegar un tiro que, con un amplio porcentaje de posibilidades, fallará. No sé si lo «captas», Jackes, pero estoy segura que solo puedes contar conmigo cuando necesites un aliado inteligente. Se humedece los labios y cruza los brazos. Sé que mis palabras le han hecho gracia por la forma que adquieren sus hoyuelos, pero no añade nada más. Lanza una mirada al chaleco y me insta a cambiar de ejercicio. Me siento al lado de Hannah y comienzo a realizar el mismo ejercicio que ella. No me saluda pero no la juzgo; la engañé sin contemplaciones el otro día. Levanto cinco veces la barra, pero mi cuerpo está al límite y cada movimiento que hago me quita el aliento. —Así no es. Me vuelvo hacia Hannah, sorprendida porque se haya dignado a hablarme. Es curioso ver lo tosca que es recolocándome la barra en las manos y la niñez que desprende sus facciones. Es como una combinación sin sentido de candidez y corpulencia. —Lo siento, Hannah. —Necesito disculparme con ella aunque no sirva para nada. Se encoge de hombros y continúa con el ejercicio. —Bah, qué más da. —Ni siquiera te devolví la ropa… —He dicho que no importa, en serio. —Se recoge unos mechones castaños que se le han salido del moño y deja la barra—. ¿Blue, no? Asiento con amabilidad y sonrío. —Hannah Swan. Nos damos la mano como si jamás nos hubiéramos conocido. Dejo ir una carcajada discreta: me alivia mucho que lo hayamos solucionado. —Siento lo de tu madre —musita—. Debe ser una suerte tener una hija como tú, dispuesta a arriesgar el pellejo por encontrarla. Agacho la vista y subo de nuevo la barra, luchando por mantener la cabeza fría. —Para Jackes es una desgracia —comento—. Piensa que soy un estorbo. —No creo que lo piense en el fondo —susurra—. Él hubiese hecho cualquier cosa por salvar a su madre.Detengo el ejercicio y busco instintivamente a Jackes entre los demás. Está ayudando a Axel —un soldado de catorce años recién trasladado— con unas pesas, muy cerca de la puerta de entrada. —¿Qué quieres decir? —pregunto sin apartar mi atención de él. —He oído que murió por la enfermedad. —¿Qué enfermedad?Abre los ojos de par en par y añade: —¿Acaso no has oído hablar de la Corroída? La Corroída es una enfermedad de upsidianos. La llaman así porque carcome los pulmones y la piel hasta que el organismo deja de funcionar y muere. Por fortuna, no es contagiosa, pero si vives en Upsidion morirás bajo su marca. —¿Jackes es upsidiano? —Eso he oído —murmura—, aunque no estoy segura del todo. Como si notase que le estoy mirando, Jackes se vuelve hacia mí. Apenas es un segundo, pero algo en su forma de corresponderme me sacude por dentro y me quema la piel. Continúo el ejercicio inmediatamente, ignorando el calor que ha provocado en mis mejillas. Upsidion07:47hNunca he visto Upsidion más allá de las retransmisiones que llegaban a la capital. Sé que en la mayoría de su superficie la tierra es árida y quebradiza, pero que existen otras zonas cubiertas de una vegetación tan espesa que la luz de los soles apenas puede colarse entre sus recovecos. He estudiado la organización de los siete enjambres y conozco los materiales que cada uno de ellos extrae. También sé cómo funcionan las granjas, cómo se estructura la sociedad upsidiana y sus leyes. Pero en verdad no sé nada. Me llevo las manos a la nuca y reviso que mi escafandra esté bien cerrada. No hay posibilidades de que se abra, pero aun así la he revisado una decena de veces. Sé que no me garantiza salir de Upsidion sin la enfermedad y que en realidad, solo es un absurdo método de prevención para que nos sintamos más seguros. La pasarela se desliza hasta tocar el suelo polvoriento del Enjambre 1. Me siento rara al ver directamente la luz solar.—Bien. —Jackes se ajusta los guantes y se sitúa ante la compuerta—. Sé que la mayoría de vosotros provenís de las colonias y que esto os causa curiosidad, pero recordad: no toquéis nada, no digáis nada y no hagáis el idiota. No es un lugar seguro. Bajamos en fila. Me entretengo unos segundos tocando con mis botas la tierra rota de la superficie. Todo me parece nuevo y extraño. El olor es nauseabundo, como si cerca hubiese un muerto en descomposición. Cierro los ojos y agradezco que la escafandra me aísle un poco de la peste. —Joder… ¿A qué huele? —Michael se lleva la mano instintivamente a la nariz, pero se choca contra el cristal—. Qué asco. Ahora entiendo que apestes a mierda, Brown. Jackes le ignora y saca de su mochila un reconoceptor. Parece estar comprobando alguna información, posiblemente la localización que Alex y mi padre nos han facilitado. —Nos dirigimos a la zona este. No os alejéis —dice—. Aquí cualquiera es capaz de hacer una locura simplemente por robarnos la ropa.Hannah va delante de mí. Es una de los pocos que camina sin distracciones. Va a paso rápido y decidido, con la mano en el cinto. —Tú… ¿has estado aquí antes? —Me giro hacia Axel. Está caminando con la vista fija en sus botas. Por un instante dudo que la pregunta se dirija a mí. —No, ¿y tú? —Tampoco —musita. Su expresión me conmueve. Está tan delgado que su rostro afilado se agudiza mucho más, resaltando su boca grande y sus palas separadas. Camina sin levantar los pies del suelo. —¿De dónde eres, Axel? —Delta —murmura—. ¿Crees que… que nos contagiaremos?Trago saliva, pero me esfuerzo por reír. Es obvio que está asustado, así que tengo que intentar tranquilizarle. —¿Por estar unas horas callejeando? Claro que no —digo con aire resuelto. Axel asiente pero no le he convencido. Sigue andando en silencio sin levantar la cabeza. No me había percatado, pero vamos al final de la fila. Llevamos ocho minutos caminando pero todavía no puedo dejar de mirar el alrededor con ansiedad. Es como si necesitase guardar cada una de estas imágenes en lo más profundo de mis recuerdos. A unos metros de nosotros veo a unas chicas. La más alta aparenta unos trece años, mientras que las otras dos tendrán dos o tres menos que ella. Están escondidas tras los escombros, con la ropa hecha girones. La mayor me sonríe con su boca desdentada. Nos están siguiendo. Algo va mal, pero aún no sé el qué. Busco a las niñas de nuevo; por un momento han desaparecido en el bullicio de la gente pero de pronto, sus figuras renacen entre el polvo. La mayor me observa con sus enormes ojos negros. Aprieto el paso para ponerme junto a Jackes, pero me doy cuenta que él también lo ha advertido. Tiene los hombros tensos y la mano junto a la asaltadora. Me lanza una mirada rápida y sigue escudriñando las sombras. Solo soy capaz de escuchar los latidos de mi corazón golpeándome el pecho. —Si llega el caso, no dudes en… —Frunce el entrecejo. Veo cómo su expresión cambia mientras examina la superficie. Al principio solo denota curiosidad, pero de pronto refleja pánico—. ¡¡AL SUELO!!No soy capaz de reaccionar a tiempo. La explosión me ciega. El rugido del estallido hace que me piten los oídos. Salgo disparada por la onda expansiva mientras todo a mi alrededor se cubre de fuego y llamas. Casi no siento el dolor al caer contra el suelo con violencia. Una nube de polvo y ceniza me invade la escafandra, pero no me importa. Todo está en silencio, en paz. Cierro los ojos y me dejo llevar por la oscuridad. Solo soy capaz de distinguir un olor rancio. Algo se está quemando. Soy yo.