Formas de estar lejos - Edurne Portela

Publicado el 27 mayo 2020 por Elpajaroverde
¿Cuánto hubiera tardado en darme cuenta de no haberlo sabido de antemano? ¿Hubiera pensado que esta historia era sin más la del declive de un matrimonio, la de su desgaste, la crónica de una muerte anunciada siendo esa muerte la de una pareja que tal vez ya desde su inicio no hubiera debido apostar por seguir adelante? ¿Hubiera estado tan atenta a los detalles desde el principio si no fuera porque ya sabía con anterioridad el tema que tocaba esta novela, porque en su sinopsis se menciona varias veces la palabra violencia e incluso llega a hablarse de abuso, porque una vez comenzada Alicia me cuenta en su prólogo que «No podría decir cuándo empezó todo. Cuándo mi vida comenzó a torcerse y esa que fui dejó de existir y se convirtió en una mujer que se encerraba a llorar en un armario» y Matty me confiesa que «Lo peor es cuando me dijo que llevo toda la vida huyendo de mi padre y he acabado siendo igual que él»?
¿Cuánto tardó Alicia en darse cuenta? Cuánto tardó en reaccionar. Porque Alicia se encoge con cada desavenencia de la pareja, se paraliza y no sabe reaccionar ante cada brusco cambio emocional de Matty. Es él quien cede y se apiada de ella porque «le conmueve esa Alicia más pequeña, más insegura, en la que no queda rasgo de la soberbia o el enfado anterior, y sabe que tiene que ser él quien dé el paso y que ella se lo agradecerá». Y no deja de haber asimismo algo conmovedor en ese Matty, algo que me enternece como a él en esos momentos le enternece Alicia. Incluso al final, sabiendo todo lo que por entonces ya sé y sin que nunca me haya gustado, consigue conmoverme por un leve instante.
Alicia y Matty se conocen al poco de llegar ella a los Estados Unidos. Suelen frecuentar el mismo bar. Ella siempre con su inseparable Alfredo, apartados del resto de compatriotas con los que comparten programa en la universidad. Él con sus colegas de máster pero siempre mirándola. Hasta que un día ella le devuelve la mirada, él se acerca y comienzan a charlar. Ella intenta hacerse entender en su todavía mal inglés. Él oculta que comprende y habla español, le inspiran tanta ternura sus esfuerzos. Ella no terminará de entender ese engaño cuando lo descubra tiempo después.
La relación avanza rápido. Pronto se van a vivir juntos. Al poco se compran una casa en un pueblo. Un día Matty la visita por sorpresa en la biblioteca de la universidad y la urge a que la acompañe. Sin saber cómo Alicia se encuentra estampando su firma en una licencia matrimonial. El matrimonio pronto será oficial pero Alicia tampoco sabrá cómo contárselo a sus padres cuando próximamente viaje a España para visitarlos.
Cada vez ve menos a Alfredo. El trabajo y el estudio la absorben y la ubicación apartada de la casa tampoco ayuda. Es normal, además, que se tenga menos tiempo para los amigos cuando se tiene pareja. Lo que tal vez sean menos normales sean los celos que Matty parece tenerle a Alfredo, mas siendo este último homosexual. «Su cercanía me gusta porque me tranquiliza. ¿Qué hay de malo en eso?», se justifica Alicia sobre sus referencias a Alfredo en su diario. «¿No te basta con la mía? ¿Conmigo no estás tranquila?», le espetará Matty como respuesta. Y sí, está mal leer un diario íntimo. Pero Matty no lo buscó. Alicia lo dejó olvidado sobre la mesa de la cocina. ¿Quién resistiría la curiosidad?
«Cada vez me resulta más extraño todo ese mundo, como si estuviera viviendo una realidad que cada vez me pertenece menos. Y es cierto, cada vez me siento más lejana», se dice Alicia cuando piensa en su Euskadi natal y en lo que era allí su vida. Aun así, aunque al principio tarda y duda, visita periódicamente a sus padres. Matty solo la acompañará una vez. Se siente de menos cuando Alicia está con su madre. Tampoco se siente mucho más integrado cuando está con sus amigas así que no la acompaña en las salidas nocturnas. A Alicia parece no importarle y tampoco hace nada porque él se sienta mejor. Por otra parte, ella tampoco lo acompaña cuando él visita a sus padres. A ese hombre maltratador que ahora es un despojo humano lastrado por la enfermedad, a esa mujer que le produce rechazo como víctima y que ahora está consumando su dulce venganza. No, a mí tampoco me despiertan simpatía los padres de Matty pero no por ello dejan de ser sus padres y en determinadas situaciones no puedo dejar de pensar que Alicia podría cortarse un poco.
Y así van transitando por sus catorce años de relación estos dos que, parafraseando al autor de El principito, comenzaron mirándose a los ojos pero olvidaron hacerlo en la misma dirección. Ella, que no dudó en dejarlo todo atrás para embarcarse en su propio sueño americano, que estudió y trabajó con ahínco para labrarse una carrera profesional, que rechazó ganarse la residencia en los Estados Unidos a través del matrimonio, que siempre tuvo claro que no quería ser madre (muy significativo el capítulo justo anterior al epílogo sobre Vargas y Llosa, las gatas de la pareja), pero que también era una inepta para orientarse conduciendo y delegaba todo lo que olía a papeleo y burocracia en Matty, que tenía una y mil inseguridades que la hacían frágil y vulnerable y un blanco fácil de ataque, que cuando observa fotos de su infancia «casi siempre reconozco la misma expresión, entre el desvalimiento y el reproche, el aislamiento y una soledad buscada». Él, que sí quería hijos, ese proyecto común de familia, que confundió la protección con el control y se consumía pensando todo lo que había hecho por ella y lo poco que ella se lo agradecía.
«Pensó que iba a pegarle a ella, pero en el último segundo el puño cambió de recorrido, retumbó contra la pared. Alicia todavía estaba desnuda. Matty también. Ella se cubrió hasta la barbilla con la sábana. Él, sin mirarla, abandonó la cama. Después de unos segundos, oyó el extractor del baño, el sonido del agua de la ducha. Pasaron los minutos. Sentía cómo el semen salía de su cuerpo, se deslizaba lento por la entrepierna, manchaba la sábana. Moverse en ese momento significaba pensar qué decir, cómo actuar, ¿qué dices, cómo actúas cuando algo así acaba de pasar? Esperó bajo las sábanas hasta que él volvió a la habitación, ya vestido. Se encogió un poco más y echó de menos estar limpia, estar vestida. Él gritó durante mucho tiempo, mucho, cosas que Alicia ya no entendía. Sólo pensaba en el semen seco entre sus piernas y la mancha amarillenta que posiblemente había dejado en las sábanas blancas de algodón, sus sábanas blancas favoritas, las que le dio su madre cuando se fue de casa, con sus iniciales bordadas, sí, qué cursi su madre, pero cuánto le gustaban esas sábanas de blanco impoluto que planchaba cada vez que las lavaba, para que quedaran bonitas y se vieran bien sus iniciales, que a él le molestaban porque sólo eran las suyas, suyas, y las de él no estaban, y ahora esas sábanas tendrían una costra de su semen, del semen de este hombre que le había levantado la mano y que ahí seguía, gritándole cosas que ella no podía escuchar, que no quería escuchar porque las iba a entender. Y entonces sí, entonces se iba a sentir más culpable que nunca porque él tenía razón. Cómo podía haberlo traicionado así».

closet, fotografía de douceurs d'etre


Al poco de comenzar a vivir juntos se relata una escena en la que Matty regresa a casa, «va a meter la llave en la puerta, pero antes de hacerlo apoya la oreja contra ella. Le gustaría saber qué está haciendo Alicia al otro lado, verla sin ser visto, escuchar su respiración tranquila si es que está leyendo o más profunda si es que se ha quedado ya dormida, escuchar si está oyendo música mientras prepara la comida de mañana o limpia la cocina después de cenar y verla meneando la cabeza y el cuerpo un poquito, como cuando cree que nadie la está mirando, escuchar si está cepillándose los dientes con tanta fuerza que, si lo estuviera haciendo ahora mismo, sería capaz de oír el roce del cepillo contra sus dientes, grandes y blancos, desde el otro lado de la puerta». Matty no escucha nada y entra en la casa en la que sorprende a una Alicia leyendo que se muestra feliz de su llegada. Ah, el anhelo de un hombre enamorado, el mismo hombre que al final acechará otra puerta en otra casa (pues la pareja se muda varias veces), esta vez la del cuarto de Alicia, la cual tiene echado el cerrojo. Pero Alicia ya no se muestra feliz. Ahora es una mujer con miedo. Y hace tiempo que se encierra a llorar en un armario.
En esa casa con cerrojo en la puerta de ese cuarto en el que Alicia pareciera estar atrincherada, sitiada por los ratones, como si todo estuviese a punto de desmoronarse cual si fuesen las ruinas de su matrimonio, comienza y termina Edurne Portela esta su segunda novela, con sendos prólogo y epílogo en los que Alicia y Matty nos cuentan su situación. Entre medias, el grueso de la novela, que narra la deriva del matrimonio hasta llegar a ese punto y en la que tenemos acceso también a la visión de ambos protagonistas aunque en este caso la autora se decante por la tercera persona para darles voz. Me quedo con la sensación no obstante de que Alicia tiene algo más de protagonismo. Tal vez sea porque no he podido dejar de ver a Portela detrás de ella, al igual que me ocurrió con el personaje de Amaia en Mejor la ausencia, su anterior novela, aunque por distintos motivos. Y, sin embargo, nuevamente no estamos ante una novela autobiográfica, pero la coincidencia del contexto vital entre autora y personaje me hace difícil disolverlas, más aún cuando en el caso que nos ocupa creo (y otra vez es una sensación mía personal) que la autora manifiesta en ocasiones opiniones propias por boca de Alicia.
Sea como fuere, la escritora vasca aprueba con nota este mi segundo encuentro con ella demostrándome que no es autora de una única novela y que aún tiene carrete para seguir contándome cosas que me interesan. No ha logrado el nivel de empatía que consiguió con su primera novela, para mi alivio emocional, amén de que pienso que hubiera sido algo milagroso, pero vuelve a convencerme con esa prosa suya que hace ligera una lectura que toca temas tan indigestos. Vuelve a apostar por la violencia (por el tema de la violencia, evidentemente, no por la violencia en sí), aparcando en este caso el conflicto vasco (aunque ahí sigue Euskadi como un punto lejano en el mapa) pero reincidiendo en la violencia cotidiana de puertas para adentro. Ha escrito dos novelas muy diferentes entre sí pero con sello indiscutible de la casa. Se centra en este caso en el día a día de una pareja. Es sutil, tanto que a veces pienso que debería haber contado algo más entre los diferentes episodios o sobre los mismos. Se dedica a narrar hechos y allá el lector que se las apañe con ellos. Pocas veces nos deja oír su propia voz (eso que comentaba antes de que a veces me parecía que hablaba por boca de Alicia) y me gusta más cuando no lo hace. No se circunscribe sin embargo exclusivamente a la pareja formada por Alicia y Matty.
Como contexto está esa mezcla de racismo y clasismo con la que Alicia se encuentra cuando llega a los Estados Unidos. Es considerada como hispana y nota a veces un desprecio velado hacia ella. Detecta segregación racial en la universidad, así como también existe en el barrio al que Matty acude con sus amigos a jugar al baloncesto. Su amiga Sylvia y una amiga de su madre fueron mujeres maltratadas (tal vez me sobre esa violencia machista alrededor y pienso que con la historia de Alicia y Matty hubiera sido suficiente). En la universidad a la que se traslada cuando se muda y cambia de trabajo «los escándalos estallan en silencio». En silencio se queda ella incapaz de entablar conversación con su amigo de juventud Gorka cuando se reencuentra con él en una de sus visitas al País Vasco. Invadida por la inhibición (que no deja de ser otra forma de silencio) se muestra Alicia cuando le gustaría tomar partido por algo por «miedo a un propio estallido de violencia que no sabría cómo manejar».
Silencio. Como si así todo se pudiera tapar u ocultar. Como si lo que no se nombrara no existiera y sin embargo ahí está, capa tras capa de silencio. Como si el silencio fuera un aislante (y realmente lo es pero no de lo que pensamos). «Calles vacías de gente, ni blancos ni negros, todos en sus casas, aislados, protegidos, como su hija», piensa la madre de Alicia cuando en una ocasión es ella quien la visita. Y en una de esas casas termina su hija, aislada pero no protegida. Aislada en su cuarto del resto de la casa por un cerrojo en la puerta. El miedo, dentro de ella. Y afuera, la nieve que cae y cae silenciosa. La nieve que aísla esa casa que aísla ese cuarto que aísla a Alicia con su miedo.
«La nieve crea un ambiente propio, irreproducible. Hace que la realidad se suavice, que los contornos se difuminen, que se pierdan los ángulos. Crea una versión particular del silencio. La nieve protege. La nieve es una forma de estar lejos».

Cat, fotografía de wenliang che


Ficha del libro:
Título: Formas de estar lejos
Autora: Edurne Portela
Editorial: Galaxia Gutenberg
Año de publicación: 2019
Nº de páginas: 240
ISBN: 978-84-17747-10-7
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