La fortaleza y la debilidad. La lucha contra la sed, contra la resistencia del viento que descoyunta las muñecas mientras el sol te las abrasa a las cuatro de la tarde de una ola de calor impía. Tienes que coger la debilidad y ahogarla en sudor porque si se te come y se apodera de ti, estás perdido. Es fácil sentirse débil en la moto, que sobre dos ruedas, ser débil es ser devil que, de seguro, causará daño a otros y a ti mismo.
Tienes que sacar fuerza de donde parece que no hay porque, repostando en Valverde, cuando te das cuenta de que faltan doscientos noventa y cinco kilómetros, el mundo se te hunde bajo el asiento. Si ahora hace este calor, ¿qué va a pasar cuando pasemos por Oxama?
Fortaleza contra la utopía, que el horizonte parece echarse aún más allá según vas avanzando con la Cabezota. Horizonte maleducado que juega al alilí, aliló con la esperanza de llegar a casa, que es lo más importante.
Renunciar a tranquilear, renunciar a rodar con estilo porque ahora, lo que toca es esperar que el agotamiento llegue lo más tarde posible. Hay que empujar al agotamiento contra las tablas a base de quinina y cafeína. Vencer al sueño que se apodera de todo silenciosamente, traicioneramente. Resistir a la vulgaridad y empeñarse en conducir dentro de la ley, que saltárselo todo es fácil.
Alertado contra la euforia que hace que todo te parezca poco, que cualquier cosa parezca fácil. Me da tiempo a pasar, acelero fuerte y no tendré problemas. Ese bache no es para mi. Me acerco a ese coche que parece que nunca frena. Ese camión que viene no tiene rebufo. Todo empieza a parecer fácil y, cuando eso ocurre, lo mejor que puedes hacer es parar y poner los pies en el suelo.
Sí, parece que cuesta más trabajo volverse que irse. Salir del libro de caballerías que nos hemos inventado entre los tres moteros por tres días para entrar en la realidad real también requiere de fortaleza. Entrar de nuevo en el plató de tu vida, donde todos te esperan, donde todos ponen expectativas sobre ti, requiere de más fortaleza porque parece que has quedado en deuda por causa de tu ausencia. Y al día siguiente te sientes raro porque son las seis y media de la mañana y no estás congelado en cualquier preciosa carretera. Y lo echas de menos.