Miro tu fotografía y me siento, sin poder evitarlo, cada vez más débil y vulnerable. El fino tacto del papel me devuelve dispares y agradables sensaciones. Si cierro los ojos, puedo tocarte. Acaricio primero el pañuelo que empapa el sudor de tu frente. Puedo sentirlo suave, cálido, gastado y sucio. Deslizo entonces mis dedos por tus largos cabellos, raídos y asperos, para perderme en el contorno de tu cara. Ésta, junto con bigote descuidado y una tez oscura y dura, delata años de experiencia. Si toco tus labios, suaves y entreabiertos, puedo sentir tu aliento penetrando por cada poro de mi piel. Tu nariz recta, perfecta... para toparme después con tus ojos, ligeramente cerrados y algo arrugados por la edad. Tus cejas, en un gesto de frustración, son mi paraíso. Estás cansado, sudado y desaliñado y, aún así, te ves bello. ¿Cómo sería yo capaz de deshacerme de esa fotografía, que con tan placenteras sensaciones me deleita?
(Jessica C. Olivares)