Que caprichoso es el destino. Hace escasos días me tocó transitar por la Calle de San Gregorio y volvió a rondarme el pensamiento que siempre me viene a la cabeza cada vez que la paso. Su aspecto señorial y serio no se arruga, ni con el paso de los años ni a pesar del bullicio que, a poca distancia, resuena desde la Plaza de Chuec a.
Estamos hablando de una de las explanadas más animadas de la capital, capaz de salpicar su influencia por todas las vías que le rodean a excepción de esta San Gregori o, llamada así porque tiempo atrás, en ella estuvo una finca señorial en cuyo pórtico se podía ver una pintura de San Gregorio Magno.No he sido capaz de dar con la fecha de la fotografía aunque yo apostaría que rondará los años 30 del siglo pasado. Imagino que algún apasionado de los coches, viendo el modelo que observamos aparcado en la acera, podrá acotar la edad de esta estampa con mucho más criterio y, sobre todo, precisión.
Sorprende también en la fotografía, además del reposo que transmite, esta torre metálica que se alza casi en el centro de la Plaza de Chueca, casi en el mismo lugar donde hoy encontramos la para de Metro de la Línea 5. Hoy esta fotografía confirmo mis sospechas, la Calle San Gregorio nunca se desató ni alteró sus maneras. Ni entonces, ni ahora. Siempre fue seria, melancólica y misteriosamente bella.