Nos trasladamos hoy a inicios de los años treinta, un momento convulso y calado de tensiones que resultó especialmente duro a nivel nacional y por supuesto en Madrid. Aún así nos fijamos en una entrañable escena, repleta de optimismo y vitalidad, que por un momento nos hace olvidar todo lo que sucedía detrás de sus protagonistas y del propio fotógrafo.
Al fondo de la imagen parece asomar el Reloj de la Puerta del Sol por lo que este fotografía, según la perspectiva, estaría tomada en la Calle Arenal. En ella, un grupo de chicas, sonrientes y airosas, marchan con garbo hacia la verbena de San Isidro. Me impresiona el contraste de la calle apagada, desierta y mustia con los rostros joviales de las muchachas cuyo paso, que se intuye acelerado, denota el nerviosismo con el que el pueblo vivía antaño tan señalada fecha. Si os fijáis casi no tuvieron tiempo ni para posar, se nota desde la distancia las prisas que tenían por llegar cuanto antes a la ansiada verbena.
Insisto, no eran momentos fáciles pero durante unas horas, la fiesta de San Isidro permitía aparcar las aflicciones del día a día y mirar la vida con optimismo. Bailar, celebrar y reír. Las caras de felicidad y alegría indican las ganas con las que acogía este día tan señalado. Semanas de nervios contenidos y preparativos que ya tocaban a su fin.
En la actualidad disfrutamos de numerosos días festivos, puentes y vacaciones que han hecho que la emoción y ansias con las que estas fechas eran recibidas en el pasado no tengan nada que ver a como se viven en la actualidad. Antes todo era muy diferente, pocos días en el calendario que permitiesen saltarse la pesada rutina y cuando éstos llegaban se exprimían a cada instante.
Si os detenéis unos segundos en contemplar la foto casi podréis percibir los ecos de aquellos zapatos pisando con ímpetu el asfalto mojado de la Calle Arenal. Unos sonidos secos entremezclados con unas risas nerviosas. Aquel era una camino hacia la felicidad espontánea, cosido a paso ligero y al vaivén de las mantillas de unas protagonistas anónimas cuyo alborozo se adueñó para siempre de una calle que en silencio, aún las recuerda.