Fue precisamente un 22 de octubre de 1842, es decir hace hoy 172 años, cuando se colocó la primera piedra de esta construcción. Promovida por los propios vecinos que querían dotar de un templo religioso a la nueva barriada que comenzaba a tomar forma, y a ser cada vez más importante, sus comienzos no fueron nada fáciles. La falta de recursos económicos hizo que las obras se prolongasen 14 años, hasta 1856.
Su construcción reflejó el carácter de un barrio que se fue haciendo así mismo. Gracias, principalmente, a donaciones privadas y al respaldo del Arzobispado de Toledo se fueron sufragando sus gastos. Aún así el dinero no era suficiente por lo que fue necesario organizar varias obras de teatro, e incluso una corrida de toros para costearla. Muchos vecinos también colaboraron aportando materiales como ladrillos y otros tantos, los que no podían aportar nada material, ofrecieron a cambio sus manos y esfuerzo, trabajando como obreros. Desde su llegada se convirtió en el epicentro de la zona, de hecho, su pétrea presencia terminó por re-bautizar la estación de Metro que habita a sus pies y que originalmente se llamó Martinez Campos.
Esta fotografía, para una persona que ha vivido durante casi cinco años a escasos metros del lugar inmortalizado, está repleta de recuerdos, la añoranza brota imparable. Es obvio que ahora la gente no ocupa con esa tranquilidad la poco mentada Glorieta del Pintor Sorolla, sería una absoluta temeridad. Tampoco hay carromatos esperando a reiniciar la marcha recostados en sus laterales. Pero sí que es cierto que la “glorieta de iglesia” sigue rezumando ese aroma de pueblo, ese carácter amable y cercano.
La iglesia que hoy preside esta postal no es la que vemos en la foto. En 1936, durante la Guerra Civil, fue quemada y destruida, desapareciendo así, no sólo un templo religioso, aquellas llamas se llevaron también el esfuerzo y sacrificio de muchos vecinos. Reconstruida en los años cincuenta, de estilo neoclásico, esta Iglesia de Santa Teresa y Santa Isabel siempre ocupará un lugar preferente entre mis gatos recuerdos.
Cada vez que tocaba dejar mi querido Madrid sus dos torres y su fachada eran lo último que divisaba antes de sumergirme en el metro que me transportaba hasta Atocha. De la misma forma, cada regreso a mi segundo hogar iba acompañado de una mirada de complicidad hacia ella. Era salir a la superficie y mirarla y volver a sentirme como en casa. Después Chamberí me envolvía y arropaba con mimo. Esta iglesia fue testigo de excepción de todas mis idas y venidas y observó muda como mi amor por Madrid iba madurando en cada despedida. Por eso, en esta fecha tan especial para ella, tocaba este rendirle este pequeño homenaje. Durante casi un lustro actúo de faro para mí, ella indicaba donde estaba mi hogar, ahora, cada vez que vuelvo a toparme con ella nos saludamos en silencio, como dos viejos amigos, maravillados de cruzarse una y otra vez.