Volvemos a bucear en el Madrid del cambio de siglo para quedarnos con una estampa inocente de sus calles. Las grandes ciudades siempre han sido terreno fértil para los buscavidas, personas que se las han ingeniado para salvar los escollos del día a día como buenamente han podido. Por ello hoy detenemos nuestra mirada en una rutina que hoy se sigue produciendo, a color y a diario, en las calles de Madrid.
Deslizarse por Preciados o por la Puerta del Sol implica ver, con sistemática cadencia, corrillos de gente que envuelven a algún artista callejero en plena función. Pequeños núcleos de curiosidad que se disuelven una vez termina la actuación y al artista de turno le da por insinuar su jornal. Así es ahora y así ha sido siempre. Una situación que se repite desde hace siglos. Unos con más gracia y arte que otros sacan a relucir su repertorio en busca de unas monedas.
La captura que rememoramos hoy no tiene una ubicación concreto, cada uno puede poner la que prefiera. En ella un hombre y su imprescindible y joven ayudante ponen en práctica un ejercicio de equilibrismo, un número acompañado por varios músicos ante las miradas de niños y adultos .
Unos con más intención que otros se arremolinan y tratan de hacerse con la mejor ubicación posible ante un ejercicio que hoy quizás no llamase mucho la atención pero que al menos, hace más de un siglo, sí que resultaba lo suficientemente vistoso y efectivo como para tratar de sobrevivir en la gran ciudad.
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¿Una calle de corcho?