Cuando no existían los resorts, ni las pulseras del “Todo Incluido”, cuando las compañías aéreas de low cost eran todavía una quimera y cuando prácticamente nadie utilizaba el pasaporte para sus vacaciones, la gente seguía disfrutando del verano de la misma forma. Con ganas y mucha ilusión, esto es algo que no cambia. Los días de sol eran recibidos con los brazos abiertos y se exprimían los lugares que bordean el corazón de la ciudad para usarlos como espacio de desconexión y jolgorio.
La escena que hoy nos deleita corresponde al verano del año 1955 y tiene lugar en la Casa de Campo. En ella unas cuantas personas de muy distintas edades nos demuestran como para pasar de un buen día entre risas y diversiones, antaño no era necesario más que un par de árboles que proporcionasen una sombra salvadora ante el justiciero sol de Madrid, un columpio y muy poco más.
Una estampa relajada y admirable que sólo se ve alertada por la presencia de dos tipos de uniforme (desconozco al cuerpo al que pertenecen) y que me encantaría saber qué pintan allí. Sólo varias personas parecen atender a sus indicaciones mientras que el resto parecen mucho más obstinados en pasarlo bien y disfrutar. Algunos con bañador, otros la ropa remangada y unos cuantos directamente en ropa interior hacen de la Casa de Campo el mejor destino turístico posible, un espacio de juegos y divertimento sin fin por el que seguramente los más veteranos asiduos a este blog hayan pasado.
Debido al contexto económico actual son muchas las familias que se han visto obligadas a repetir escenas similares. Lugares como Cercedilla, Rascafría o el Pantano de San Juan son los elegidos para huir del calor asfixiante de la capital, en busca de un poco de vegetación y de agua. En el fondo, Madrid y el verano no se llevan tan mal, la prueba la tenemos en la maravillosa foto de hoy.
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