Esta semana han vuelto a fracasar en Durban, Suráfrica, los 190 países firmantes del Convenio de Kioto promovido por la ONU contra el cambio climático, lo que incrementa la desconfianza en ese plan que, según sus promotores, evitaría el efecto invernadero por calentamiento del planeta.
Poco antes de la reunión se descubrían nuevamente miles de mensajes y correos electrónicos recientes que demostraban que algunas instituciones y universidades exageran la responsabilidad del hombre en el cambio climático. E
l engaño se explica porque numerosos investigadores reciben tantos más fondos cuanto más alarmen, por lo que dramatizan los datos de la supuesta catástrofe hacia la que estamos abocados.
La aparición de estos documentos repetía la ocurrida días antes de la Cumbre del Clima de Copenhague en 2009, y que creó enormes dudas sobre el origen de los cambios, que para muchos científicos se deben a las causas naturales que vienen dándose desde que existe el planeta.
En aquella reunión hubo numerosas intervenciones pintorescas que aceleraron su descrédito, como aquella de Zapatero cuando proclamó que el planeta “no es propiedad de nadie, sino del viento”.
Cuando nació el Convenio de Kioto que atribuía especialmente al CO2 el efecto invernadero en el planeta, en 1995, el mundo era muy distinto al actual, a pesar de que sólo pasaron 16 años.
Ni China, ni la India, ni numerosos países en rápido desarrollo eran potencias comerciales. Ahora crecen aceleradamente y su economía depende crecientemente del carbón, el mayor productor artificial de CO2 que existe.
No hay manera de parar la progresión de esas naciones que creen que el cambio climático es natural, no antropogénico: esa es la razón del fracaso de las cumbres del clima, aparte de las ya conocidas exageraciones y ficciones que las envuelven.
Y sólo para reflexionar un poco, observe usted los titulares de estos tres números de la revista Time. Los cambios climáticos, verdaderos cambios, que vienen anunciándonos:
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SALAS