fragmento 2012

Por Natali Yager

Hoy me llamaron grillo. Hoy escuché, como todas las noches, una cascada en esta pensión, en esa pensión, a la que suele llevarme la noche, las noches, la luna, el cielo, las nubes o estrellas, o quien vaya a saber qué o cuáles cosas. Hoy me llamaron grillo y me escondí, escondida en una neurosis principiante, en psicosis sin medicación. Sintiendo todo con un pulsamiento extremo, interno. Escondida escucho la cascada que yo creí en principio lluvia. Lluvia de cada noche en una jaula que es también un patio y a su vez cigarrillos, ceniceros y rejilla de cloacas. desde el piso vio, veía, verá mañana un trapo colgado que parecía ser un…. ¿un qué? Un ggga…. ¿un qué? un miau.

No se detiene. Se escuchan todos los ruidos, cada sonidito del cuerpo estremecido, ido en otros mundos, en otros aires. Y la música, las músicas no dejan de sonar, pero estamos más allá. Más acá ¿más a dónde? No se detiene.

Hoy me llamaron grillo y me quedé pensando, no dormí en el colectivo, no soñé. No pensé. Hoy escuché una canción, la del grillo, toda la noche, toda la mañana, todas las horas madrugadas. Cada día aprendo a volar un poquito mejor.

Cada día aprendo a volar un poquito mejor.

Cantando un grillo.

¿Invasión de que? La mujer es extranjera, no sabía pronunciar claramente la palabra “langosta”. Invasión de langostas. Pero miremos  a dónde llevan los cantitos, los soniditos. Miré dónde me lleva cada suceso, cada palabra, cada ruego, cada pensamiento, cada deseo.

Y en el colectivo no fue el viaje de siempre. (¿pero qué es un viaje “de siempre”?)

Me siento un poquito acorralada, un poco inhibida. Un poco tonta, un tanto psicótica, pero con risitas mongólicas. De niña pequeña queriendo mostrarle a papá como me felicitaron en tercer grado y como la seño Ana María me quiere tanto. Pero es mentira,  yo no quiero mostrarle a papá nada, no quiero que vean nada, y me consumo en un  cantito idiota y atrayente, extrañeza del ser si es que querés denominarlo con alguna palabrota.

Cada día aprendo a volar un poquito más y a escuchar. Escucharte. A vos. A vos que desde chica te hablaba, como si fueras a estar en una lámpara, en las paredes, en el techo, en la tela de araña. Antes de concocerte te buscaba my dear, pero ya te tenía. Y te sigo teniendo (me seguís teniendo).  Ay…es que desearía tanto poder decir tu nombre dear, desearía tanto poder tanto tantas cosas, pero se va….se va.

Pero se va la magia. Si. Eso…perdóname por haberme escondida en un armario creyendo que vos también jugabas a las escondidas. Nadie iba a prender la luz si no era más que yo misma y  me sorprendía al encontrar mis restos en un armario del cual antes de entrar había quitado la ropa y dejado debajo de la cama para no verla, para hacer como si no fuera real que había sido yo quien la había quitado. Mentira, mentira my dear. Yo te hablaba siempre. Nunca fuiste una alucinación… hasta que me detenga a extraviarme con vos, conmigo, hasta que aprenda a elevarme como los cuentos que escuchaba en tus canciones mudas, en tus diálogos callados, como rezos de una madre a una hija antes de dormir. Ay dear. pero es que yo te conozco  tanto. Pero es que siempre te quise tanto. Pero tu nombre es ajeno, aunque no tanto.

Como siempre, antes de conocerte tuviste un nombre y tuve diálogos nocturnos con vos.

No puedo. Se va a ir yendo  de a pedazos la magia, lo que queda, lo que resta.. y mis pies se elevan cada vez más rápido, porque el hechizo ya estaba de antemano y las reglas eran una prueba accidental de vuelo.

Dear.

Cada día aprendo a volar un poquito mejor. Escuchemos a los grillos en sus cantos mongólicos y disonantes. Mirá…yo sé que ves. Yo sé que no sos alucinación, no tengas miedo. Yo sé que el mar no te tragó. Si sabías nadar perfectamente en esos mares y océanos de cosas mucho más profundas que lo que el mundo considera como aguas saladas o’dulces. Es imposible que te ahogues en esas cosas tan simples, es tan imposible que me río. Y te reís. Porque te veo zambullir en otras cosas que te habían matado mucho antes, que te habían revivido. Esas cosas de las que yo nací, esas aguas por las que naufragué cada noche en esos sueños repetidos que no podía comprender. Y ahora comprendo, un poco solamente comprendo.

Aprendo a…

Un poquito mejor.

Dear, volver a dónde, volver al siempre, cuando corro más fuertemente veloz sobre pies no humanos, cuando el viento corre los cabellos de mi rostro y los brazos se suspenden con fuerza hacia atrás, cuando creo que estoy llegando a tu encuentro,  o reencuentro, es cuando entonces me despierto del sueño y vuelvo a ahogarme en el mismo mar del que nací, el mismo que te atrajo mortalmente pocos años antes de que yo viera esta cosa de piel y hueso, de arbolitos con ramitas, este mundo de colores fijos. Y comprendo trágicamente ahora el porqué de mi incomprensión hacia esto, hacia aquello, hacia todo lo que se escapa al hundimiento que ahora encuentro esporádicamente pero que antes de esto era insalvable, era constante, fue único en mi existir mientras te ví antes de “nacer” aquí y morir donde vos estás esperando mi regreso. Y mientras tantos me tomo un té en tu nombre y te cuento mis pies sucios.