Fragmento #24

Publicado el 16 diciembre 2013 por Hojasdealisio @HojasdeAlisio

Desde la primera vez que le miró a los ojos, sospechó quién era. Aunque de eso hiciera ya casi un año y mucho hubiera sucedido desde entonces, a Vallivana Querol le temblaban las manos antes del reencuentro. Quizá él estaba esperando detrás de los portones centenarios, u observándola a través de una de las ventanas góticas del solemne edificio. Quizá él estuviera tan nervioso o se sintiera tan ambivalente respecto al encuentro como ella misma.
Sentada en un banco de piedra y con la paciencia que dan ochenta y nueve años de vida, la anciana suspiró mientras contemplaba los torreones de ladrillo, cada vez más oscuros e imponentes a medida que caía la tarde fría y triste. Llevaba allí un buen rato, aparentemente tranquila, sintiendo todavía el calor de una taza de té entre sus manos, fuertes y largas, símbolo de una vida completa y comprometida. Eran unas manos que habían trabajado y se habían defendido. Unas manos grandes y vivas. El resto de su cara, en cambio, parecía cansado, ojeroso, arrugado y triangular, totalmente dominado por unos inmensos ojos negros.
Valli, como todos la conocían, todavía no sabía si iba a entrar. Pensaba que atravesar esas puertas centenarias y colaborar con Eton, el colegio más elitista del mundo, traicionaría toda una vida de lucha por unos ideales. Pero ahora, después de los últimos acontecimientos, ya no sabía si esa lucha había merecido la pena o si había sido un error. Toda una vida equivocada.
La anciana permanecía casi inmóvil, protegida por un largo abrigo de paño, con la cabeza enfundada en un gorro de lana que apenas le dejaba ver. Tampoco quería observar demasiado. Prefería cerrar los ojos y pensar. Recordar el largo camino que la había llevado hasta las puertas de ese colegio desde que naciera en el seno de una familia de masoveros valencianos que apenas sabían leer y escribir. Ocho décadas más tarde, la anciana estaba allí invitada por Charles Winglesworth, director del departamento de lenguas extranjeras del prestigioso centro, que durante más de seis siglos había formado a primeros ministros, escritores, artistas y financieros de múltiples países. El profesor la había invitado para que compartiera su dilatada experiencia con los alumnos y ella, en principio, había aceptado, pero no porque quisiera conocer la institución que ahora tenía delante.
Valli solo quería encontrar la paz que la había rehuido toda la vida, a pesar de buscarla durante largos años. Ahora, por fin, con décadas de experiencia a sus espaldas, se sentaba a reflexionar, intentando hilvanar los hechos de toda una vida. La anciana había llegado a Londres dos días antes de la cita precisamente para recorrer las calles de una ciudad que pudo haber cambiado su destino hacía más de cincuenta años. Durante esos dos días, Valli había recordado los múltiples vaivenes de su existencia recluida en un pequeño bed and breakfast de Bloomsbury, exactamente el mismo donde se había hospedado en 1953.