Están los que siempre saben qué hacer, los que te describen el amor en sus más mínimos detalles y por eso han dejado de buscarlo, los sabelotodo y los campeones de la moralidad, los ladrones de emociones y el que sabe cómo se viola un sentimiento.
Luego están las personas que saben darte todo o, al menos, eso te hacen creer, hasta que un día ese todo se lo llevan y tú te das cuenta de que te han robado mucho más, incluso lo que te pertenecía: tu inviolable derecho a ser padre.
Después, sin embargo, estamos nosotros que pasamos poco tiempo juntos, que solamente podemos imaginar los recuerdos, y que la idea de volvernos a ver nos da un miedo espantoso. Pero estamos tú y yo, Margherita y Francesco, respirando las mismas dudas.
Me pregunto si me parezco un poco a ti, y en qué. Si tú también te muerdes los labios cuando piensas, si tienes la manía de jugar con el mando a distancia cuando ves la televisión y si detestas la sopa de verduras con los trozos grandes. No sé si te regalé las pocas cualidades que tengo o si pasarás la vida luchando contra mi pereza, si también tú como yo no desearías a veces otra cosa que nuestro abrazo o si ni siquiera recuerdas mi cara, si te preguntas el motivo de tanto afán por mi parte por verte aunque sea solamente un minuto o si solamente represento una molestia entre la escuela y los juegos. No lo sé, y andar a tientas en la oscuridad nunca es una buena sensación. Pero de una cosa estoy convencido: será gracias a cada uno de estos minutos únicos como un día comprenderás que no hay nada, pero absolutamente nada, como tú, Margherita.