Urbana, Illinois, EE. UU.
5 de marzo de 1912
Estimada señora:
Espero que no me considere demasiado atrevido, pero quería escribirle para manifestarle mi admiración por su libro Desde el nido del águila. Reconozco que no soy muy aficionado a la poesía: es más fácil sorprenderme con un sobado ejemplar de Huckleberry Finn o con cualquier historia trufada de fugas y peligros mortales. Pero hay algo en sus poemas que me ha tocado la fibra más que cualquier otra cosa en mucho tiempo.
He estado ingresado en un hospital y su librito ha conseguido levantarme más el ánimo que las enfermeras. Sobre todo, que la enfermera con un bigote como el de mi tío Phil.Ella también me ha toqueteado la fibra como nadie lo había hecho en mucho tiempo, aunque de un modo menos excitante. Por lo demás, estoy dando la lata a los médicos para que me dejen salir y poder volver a mis trapicheos. Justamente la semana pasada pinté de azul el caballo del decano, y abrigaba la intención de concederle el mismo honor a su terrier. No obstante, con este libro en mis manos me quedaré aquí de buena gana, siempre y cuando sigan sirviéndome gelatina de naranja, claro está.
La mayoría de sus poemas hablan de saltar por encimade los temores de la vida y de escalar la siguiente cumbre.Como seguramente adivinará, hay pocas cosas que a mí me pongan nervioso (aparte de mi hirsuta enfermera y de su insistente termómetro). Pero escribir, así por las buenas, a una autora publicada como usted me parece con diferencia el acto más osado de mi carrera.
Le remito la carta a su editor de Londres, y mantendré los dedos cruzados para que acabe llegando a sus manos. Si alguna vez puedo compensarla por su inspiradora poesía —pintando un caballo, por ejemplo—, no tiene más que decirlo.
Con toda mi admiración,
David Graham