Esta vez el miedo se reflejó en los ojos de Mari, aunque no desvió la mirada, y él la contempló a su gusto, sabiéndose el amo de la situación. Le gustaba. Le gustaba aquella muchacha, una contrabandista, una campesina vestida con pobres ropas y, aun así, orgullosa de sí misma como una dama. Era una criatura salvaje nacida para vivir en libertad, sin leyes ni reglas, asustada ante la presencia de un depredador, pero dispuesta a plantarle cara; tan diferente a su madre, cautiva de su propia sumisión. Le excitaba percibir su turbación, mezcla de temor y atracción, y el dominio que él ejercía sobre ella. Le pasó la mano por la cabeza y le quitó el pañuelo. Una mata de cabello castaño se esparció por sus hombros. Sujetó su nuca con la misma mano, acercó sus labios a los de ella y la besó con violencia, ebrio de deseo.
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