Hoy traemos unos fragmentos del libro El pueblo en la guerra. Testimonios de soldados en el frente de la Primera Guerra Mundial de Sofia Fedórchenko que editamos hace unos meses, y que refrescamos con motivo del centenario de la Primera Guerra Mundial que se cunplirá en este año 2014.
Enlace al libro en la editorial: http://goo.gl/QOS3s8Enlace al ebook: http://goo.gl/9zhBdnEnlace al libro: http://goo.gl/0ms9SVDesde su aparición en 1917, el libro cosechó un éxito rotundo dentro y fuera de Rusia. Pronto llamó la atención de escritores como Thomas Mann o Elias Canetti, quien lo leyó como si se tratase de “la mejor literatura rusa que uno ama”.“Es la imagen de la Primera Guerra Mundial más fiel y verdadera que conozco, no escrita por un escritor, sino hablada por personas que, sin sospecharlo, son todos escritores”, anotó Canetti en uno de sus cuadernos de apuntes.A partir de las conversaciones fragmentarias de soldados rusos que fueron heridos en el frente de la Primera Guerra Mundial entre los años 1915 y 1916, y a los que atendía en calidad de enfermera, Sofia Fedórchenko compuso un mosaico de testimonios que, al ser recopilados en el formato de libro, convirtieron en protagonista a todo un pueblo sumergido en una guerra atroz.A continuación podemos leer algunos fragmentos del libro:
El comienzo de la guerra
Cuando vino la guerra, se me cayó el mundo encima. Acababa de apañármelas con la casa: coloqué el suelo, la teché, poco a poco me hice con algo de pasta. «Bueno —me decía—, por fin me asentaré, viviré igual que los demás». ¡Y aquí viene eso! Primero quise entregarme a la bebida pero me aguanté: no es un mal que se remedia con el vodka.
Pues yo me fui bastante a gusto. La familia me bañaba todo con lágrimas y a mí me importaba un bledo, me planté como un árbol y solo bufaba de la vergüenza. Y una sola idea tenía en la mente: cuanto antes mejor. A mí me gusta la vida agitada, variada. La guerra me viene de perlas.
¡Huy!, al principio, cuando nos llevaron de la aldea, diecisiete personas, no entendíamos nada y las pasamos bastante canutas... Menuda morriña nos entró... En cada estación montábamos jaleo, insultábamos a señoritas con blasfemias, cantábamos todo el rato pero no nos divertíamos... Y luego la instrucción fue muy fuerte, perdí peso y todo... Y nos tomaron el pelo como a unos tontos... Y no es que fuéramos tan tontos, todos gente trabajadora, cada uno labraba su tierra... Había trabajado con mi padre, una persona rigidísima, el único tiempo en el que fui un poco más libre fueron los cuatro meses que había currado en una fábrica... Y aquí hay tentaciones a cada paso y ni libertad, ni guía... Bueno, y ahora me ha tocado la posición... Dios mío, si lloré cuando venía, como si me despidiera de la vida... Fíjate, que mi madre lleva quince años muerta, y yo dale que dale: «mamita, mamita», sollozaba.
Me fui de juerga toda la semana. De tanta angustia y miedo me desmadré mucho. Me recobré casi ya en la posición y me dio muchísima pena haberme despedido de mi vida anterior de tal forma que casi ni me acuerdo. Habría hecho las cosas de otra manera, pero ya es tarde. Y ahora todo es diferente.
El cuerpo a cuerpo en el frente
Me asomo y oigo que jadea, como si estuviera con una mujer... Me asomo más y le digo en voz bajita: «¿Qué haces aquí, hijo de puta?». Y el cabrón jadea. Tengo miedo, grito, y él tiene miedo, jadea. Voy reptando hacia él y él hacia mí. Nos encontramos, la sangre mana caliente de mi pierna y yo estoy frío... Le agarro por el cuello: es enclenque... Palpo por si la herida está por ahí cerca... Efectivamente, mis dedos se le hunden en el pecho... Chilla como un cerdo en el matadero... Le aprieto la garganta, también está toda húmeda, y para hacerle más daño le desgarro el pecho... Se queda quieto, como dormido, y yo encima de él... Hasta la madrugada. Pronto, de madrugada, un dolor en la pierna para morirme, y la cabeza, como si estuviera llena de agua, retumba... No veía nada, no oía nada, no recuerdo cómo me recogieron... ¿Y qué es lo que pasó, muchachos? ¿Soy yo quien estranguló a aquel desgraciado o él solito la palmó?... Calculo que no es pecado pero lo veo en sueños, por enfermedad, por debilidad...Lo malo de aquí es que muchos de nosotros, de los grados inferiores, perdemos el sueño. Nada más cierras los ojos, es como si alguien te quitara el banco en el que estás echado y caes en picado. Y así diez veces en una noche: gritas y te despiertas. ¿Acaso este sueño trae descanso? Es una pesadilla. Y es a causa de la guerra, de todos los sustos...
Cuando estoy cansado, me pasa aquí una cosa rara antes de dormirme. Como si estuviera ido. Busco y rebusco una palabra cariñosa. Por ejemplo, «florecilla» o «estrellita», u otra cualquiera, de las tiernas. Me siento sobre mi capote y me repito esta palabra unas diez veces. Y entonces siento como si me hubieran arrullado y así me duermo...
No sé si estuve tirado allí mucho rato. Se veían ya las estrellas, tenía que irme. Me arrastré a la cima de una colina. Sabía que detrás de la colina estaban los alemanes. Las bengalas explotaban todas a mi izquierda, ya era algo. Iba reptando, entreoía su conversación. Ver no se veía nada. De pronto se encendió un fuego muy cerca. Un alemán fortachón puso a calentar una cafetera, hacía el café... Y un olor, Dios mío... Me dije: «Ojalá pudiera con este...». La boca se me llenó de saliva... Me acercaba reptando y él seguía sentado, esperando el café, se quedó mirando el fuego... «Tú mira, mira... ». Me eché encima de él por detrás, empecé a estrangularlo de prisa. Se murió sin decir ni mu, de susto seguramente... Agarré el café, lo sorbí, me quemé, me di prisa... Me llevé la cafetera y el casco también...
La locura en el frenteLos austríacos habían matado a su hermano delante de él. Se le formó como una costra de sangre en su corazón... Se hizo una bestia... Pasaba todo el día esperando a que un austríaco asomara la punta de la nariz y enseguida disparaba, sin fallar. Cuando le traían la comida, colocaba a su ordenanza con el fusil para que el enemigo no tuviera ni un minuto de descanso... Y se hizo muy duro con los soldados...
Había pan en un estante y nadie en la isba. Metí el pan en el seno y a correr. En ese momento, empezó una mujer a gritar socorro, saltaron niños de todas partes y venga a vociferar, un perrito venga a dar alaridos, se me quitó todo el apetito y tiré el pan.
No me miraba a los ojos, caminaba despacito. Ya veía que me iba a dar muerte. «¿Qué hago? Si él no puede conmigo, yo también tengo el gatillo levantado». Era una lucha entre iguales. Así que disparé. Dio varios pasos más hacia mí y se cayó al suelo.
Lo dices así porque no le has visto los ojos. Si hubieras mirado a los ojos del moribundo, los verías por la noche. Yo anduve así alrededor de seis meses, como atacado: en cuanto cerraba los ojos para dormir, veía a mi muerto mirándome.Las noches son duras. El aire es denso, te entra un sueño de muerte y no puedes dormir. Si empiezas a roncar, no te das cuenta de la bomba. Te rompe en pedazos, como a un puerco... Un hombre queda igual que un moco... Tienes cuidado. De tanto no dormir, todo se te queda tenso por dentro, todas las venas tiemblan. Parece que un poco más y te brota la sangre...La de niños descarriados que he visto por aquí! Hubo un niño judío, que no puedo dejar de pensar en él. En una hora, nada más, lo dejaron huérfano los soldados. Asesinaron a golpes a su madre, ahorcaron al padre, abusaron de su hermana y la torturaron hasta la muerte. Y se quedó él solo, tendría ocho años, nada más, con un hermanito de pecho. Procuré acercarme a él con cariño, le alargué un poco de pan e intenté acariciarle la cabeza. Y él lanzó un chillido, como un vampiro o algo, y, sin parar de chillar, salió pitando, a campo traviesa. Ya desapareció de la vista, pero su aullido animal, de dolor y de orfandad, se oía todavía un buen rato...Las heridas en el frente
No recuerdo bien todo. Manaba sangre, me dolía mucho y me tiraba algo muy dulce. Y lo veía todo como a través de una neblina. Me desperté ya de noche, no sentía mucho dolor pero notaba que la muerte me rondaba. ¡Y fíjate por qué me apené! No podía dejar de recordar mi pequeño baúl de soldado y era lo que más me preocupaba. Como si no tuviera ni casa, ni familia...
Anoche salí de la tienda en cueros. Había estrellas brillando. Silencio. Imposible creer que haya guerra en el mundo. Como si fuera la víspera de una gran fiesta... «¿Qué pasa —me pregunto— que no hay sensación de paz alrededor…?». No era que no se oyesen ni moverse los pájaros, era otra sensación en el corazón, no había paz... Esperaba una desgracia... En eso empezó el estrépito de ametralladoras, los disparos de fusiles y la noche hirvió como un gran caldero... Y a mí también me hirieron, aún estoy calentito, fresco...
Me mojé entero, me puse pesado, me llené de vapor, como una nube. Y, al caer la noche, heló un poquito y me quedé sin los pies. No tenía pies: dolían y se negaban a servirme. Me quité las botas, miré y estaban de todos los colores del arco iris. Se me habían congelado, ahora soy un lisiado...
Si lo piensas, no tienes miedo. Y a mí se me van todas las ideas. De alguna forma empecé a contar hasta tres. Un infierno de los buenos a mi alrededor y yo dale que te dale: un-dos-tres, un-dos-tres... Y cuando me llevaban en la camilla, seguía contando...
Estuvimos quietecitos, escondidos. Y allí también todo era silencio. Y luego se oyeron gritos y disparos. No sé quién fue el que empezó. Y así me hirieron. Repté bastante rato, perdí mucha sangre. Y ya no me atreveré a nada nunca más, en la vida. Es una sensación de desidia, no es miedo...Bueno, si te hieren, lo aguantas un poco y te quedas con vida... Comes, bebes con mesura, hablas con la gente, eres una persona... Sin embargo, por los gases, los alemanes sí que se merecen la muerte... No hay cosa peor que esos gases: te retuerces todo, te enfermas tanto que no se te queda ya ni el alma dentro... Ni una pizca de alegría, ni por un momento. Es lo peor...
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