Fragmentos Nº101: Memorias de un amigo imaginario

Publicado el 25 enero 2013 por Kovua

Matthew Dicks Memorias de un amigo imaginario
Recuerdo que una noche Max salió con su madre y yo me quedé en casa con su padre. Tuve miedo de salir con Max porque nunca me había movido de casa, así que me pasé toda la noche sentado en el sofá con su padre. Venga a gritarle y chillarle. Pensaba que se acabaría hartando de oírme y al menos se volvería para decirme que me callara. Yo le suplicaba que me hiciera caso, pero él no apartaba la vista del partido de béisbol que ponían en la tele, como si yo no existiera. De pronto, en mitad de uno de mis gritos, se rió. Por un momento pensé que se reía de mí, pero debió de ser por algo que había dicho el hombre de la tele, porque también él estaba riendo. Yo pensaba que era imposible que el padre de Max oyera lo que decía el de la tele con lo que yo estaba gritando, y encima en su oreja. Entonces, comprendí que aparte de Max nadie más podía oírme. Después conocí a otros amigos imaginarios y descubrí que ellos sí me oían. Los que podían, claro, porque no todos son capaces de oír. Una vez conocí a una amiga imaginaria que era un simple lacito del pelo con dos ojos. Ni me di cuenta de que era una amiga imaginaria hasta que empezó a mirar hacia mí parpadeando, como si intentara mandarme una señal. Parecía un simple lacito en el pelo de una niña. Un lacito rosa. Por eso supe que era una niña, porque era rosa. Pero no oía nada de lo que yo decía porque su amiguita la imaginó así. Muchos niños se olvidan de crear a sus amigos imaginarios con orejas, pero normalmente los imaginan capaces de oír. Pero aquel lacito, no. Solo me miraba, venga a parpadear, y yo parpadeaba de vuelta. Además, tenía miedo. Se lo notaba en la mirada y en la forma de parpadear, pero, por mucho que lo intenté, no pude decirle que no se preocupara. Yo lo único que podía hacer era parpadear. Aunque al menos me pareció que todo aquel parpadeo la tranquilizaba un poco. Que la hacía sentir menos sola. Pero solo un poco.